l camino de la regeneración de México requiere de acciones concretas, oportunas y eficaces en diversos campos del quehacer humano. Desde que tomó posesión este gobierno ha demostrado que está en esa labor: todos los días toma decisiones en materias que por décadas estuvieron descuidadas o pervertidas. El desorden social producto de la corrupción imperante en los gobiernos anteriores, de tipo administrativo y complicidades, han hecho muy difíciles las cosas; sin embargo, vemos que no hay parálisis ni titubeos, se avanza en la corrección de lo corregible, se trabaja con el beneplácito de la mayoría de la gente. El cambio va.
Una de las herencias recibidas a enmendar es la confusión y tergiversación de los valores sociales compartidos o aceptados por la comunidad; una idea equivocada parece estar detrás de las corruptelas y el desorden en proceso de corrección. No son las reformas estructurales ventajosas para unos pocos y altamente dañinas para la mayoría lo único que se debe sustituir por otras bien pensadas y fundamentadas en principios de equidad, justicia y bien común. Hay que corregir los resultados negativos: pobreza, ignorancia, marginación, violencia desatada e impunidad, pero también es necesario afrontar las causas de estos males sociales.
Los resultados negativos que los gobiernos deben revertir, en la ciudad y en todo el país, tienen causas profundas en la cultura distorsionada tan difundida que propone como valores supremos a alcanzar en la vida el triunfo sobre los demás y la competencia cruda y descarnada. Se trata de recuperar, frente a estos valores, otros olvidados en los rincones de la conciencia colectiva; la lucha se da en el campo de principios e ideas, se trata de recobrar la reserva moral adormecida. Frente al egoísmo, se propone la solidaridad; frente a la competencia, la colaboración y el respeto al bien común.
La Constitución promulgada el 5 de febrero de 2017 en la capital fue un paso importante en ese sentido; ahora, el gobierno federal se dispone a difundir la Cartilla Moral que Alfonso Reyes escribió a mediados del siglo pasado, adelantándose a la erosión moral que tanto daño causa a la sociedad. Diez millones de ejemplares se distribuirán en todo el país. Hace un par de días busqué, para obsequia, un ejemplar; hay varias ediciones, pero está agotado en librerías. Buena señal.
La bien escrita cartilla del primer candidato mexicano al Premio Nobel de Literatura se divide en 14 pequeños capítulos: 12 contienen reflexiones profundas sobre los deberes que tenemos con nosotros mismos, con la sociedad y con la naturaleza, y dos más son el primer y segundo resumen, elegantes y conceptuosas síntesis del valioso escrito. En él, Reyes propone que el bien no debe confundirse con nuestro gusto o provecho; explica de forma sabia los deberes con la familia, la patria y la sociedad, de la rectitud con la que debemos desenvolvernos en la vida comunitaria; cierto, con lenguaje propio del siglo XX, pero como en otros campos encontramos verdades y valores que no caducan.
Los valores fueron también fundamento de la Constitución de Ciudad de México; en ella se afirma que la dignidad humana es principio rector supremo y sustento de los derechos humanos. Se reconocen los de libertad e igualdad y se reafirma que toda actividad pública estará guiada por el respeto a éstos.
Son fundamentos de la Constitución, valores torales como la ética, la austeridad, la transparencia y la rendición de cuentas como rectores de conducta para la función pública y se reafirma como fin de la entidad (Ciudad de México), el objetivo de garantizar el bienestar de sus habitantes en armonía con la naturaleza, conforme a la democracia y el interés social. Complace descubrir que hay una historia que continua, un engarzamiento, entre la cartilla y nuestra Constitución local.