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Penultimátum

Matar la verdad

S

us amigos y colegas sostienen que el periodista ruso Maksim Borodin no se quitó la vida, como afirmaron las autoridades. El 18 de abril del año pasado se lanzó a la calle desde el balcón de su departamento, ubicado en un quinto piso. Vivía en la ciudad de Ekaterimburgo.

Se cree que lo mataron por haber develado la presencia de mercenarios rusos en la guerra de Siria. Pertenecían a una compañía militar privada e ilegal, la Wagner. Unos 200 murieron al atacar a grupos rebeldes. El gobierno ruso dijo que sólo fueron cinco.

El periodista, de 32 años, cobró fama por sus trabajos sobre delincuencia y corrupción. En uno de ellos denunció las cuentas bancarias secretas del magnate del aluminio Oleg Deripaska.

Tres meses después, en julio, a otros periodistas rusos de reconocido prestigio: Orján Dzhemal, Alexandr Rastorgúev y Kiril Rádchenko los mataron en la República Centroafricana. El crimen, se dijo inicialmente, lo cometieron unas personas que llevaban turbantes y hablaban árabe, presuntamente combatientes del grupo terrorista Seleka.

Mas todo indica que fue un asesinato para acallarlos. Los periodistas elaboraban un documental sobre la presencia de mercenarios de la compañía Wagner en dicha república y su apoyo a la explotación de minerales de empresarios rusos vinculados con el presidente Vladimir Putin. Mercenarios de la Wagner han estado en otros países.

Desde 1992 han asesinado 58 periodistas en Rusia. Todos críticos con Putin y su entorno. Como el de Anna Politkóvskaya, a la que ultimaron a balazos en 2006 en el centro de Moscú tras denunciar durante años las atrocidades de Rusia y sus aliados en Chechenia. Su muerte la investigó Alexander Litvinenko, después eliminado con polonio en Londres.

El lunes pasado mataron en Mulejé, Baja California Sur, al periodista Rafael Murúa. Van tres en este sexenio. Se suman a los 62 en el de Peña Nieto, a los 52 en el de Felipe Calderón y a los 25 en el de Vicente Fox. ¿Hasta cuándo?