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Los zafiros y las niñas Vanessa Anaya Socióloga y maestra en desarrollo y cultura en África. Co-fundadora Wiriko, asociación Recorrer la famosa carretera RN7 en Madagascar –la única carretera que permite atravesar el país de norte a sur– regala paisajes impresionantes. El recorrido empieza en Antananarivo, en el sur, con una abundante vegetación montañosa para después convertirse en un paisaje desértico, casi extraterrestre, que impresiona incluso a quienes hemos tenido la suerte de pisar el infinito desierto del Sáhara. A medida que el taxi-brousse se va acercando a la costa sur malgache gracias a la carretera semipavimentada, el desierto se va interrumpiendo con la aparición en el horizonte de Ilakaka o Sakaraha, dos de las ciudades que convierten Madagascar en el segundo exportador de zafiros del mundo. Así, tras haber recorrido durante horas un paisaje en el que las casas hechas de paja se funden con su entorno, estas ciudades entran en escena con grandes tiendas, carteles de venta de zafiros en varios idiomas, bares y casas donde vive una población que responde a la ya famosa “fiebre del zafiro”. Son ciudades creadas hace veinte años alrededor de las minas de este y otros minerales, en las que se ven también vehículos 4x4 y comercios ostentosos regentados por businessmen internacionales, en su mayoría procedentes de Sri Lanka y de Estados Unidos.
Además de tener consecuencias ambientales desastrosas como la tala furtiva de árboles y vegetación en parques protegidos del país –en lo que se supone habitan especies endémicas en peligro de extinción, como los lémures–, la “fiebre de los zafiros” tiene un impacto muy negativo para las poblaciones locales, especialmente para las niñas y mujeres que se enfrentan a una situación de pobreza extrema en uno de los países más pobres del mundo, agravada además por fenómeno climático El Niño. Las migraciones internas provocadas por esta “fiebre” son una de estas consecuencias. Familias que viven en otras regiones del país y que migran a estos puntos calientes de minas en busca de mejores oportunidades, y donde se encuentran con dificultades de adaptación por el entorno hostil, por las diferencias étnicas y culturales, porque tienen que cambiar su modo de vida tradicional y porque sufren un desarraigo de su núcleo familiar, esencial para la organización social y familiar. “El problema es que aquí es fácil que a las niñas les atraiga el dinero e incluso siendo niñas, algunos hombres no dudan en darles dinero para salir con ellas”. Hasimaria, responsable del comedor de la Escuela de los Zafiros que la ONG española Agua de Coco creó en 2008 en la zona, pone sobre la mesa uno de los problemas más duros que sufren las niñas y mujeres de la zona: la explotación infantil en todas sus formas.
Por un lado, es habitual ver a familias enteras tamizando la tierra en el río buscando esta y otras piedras semi-preciosas. Esto incluye a niñas y niños, que en lugar de ir al colegio –en la zona hubo colegios apenas en el año 2008– trabajan jornadas enteras para ayudar a sus familias a salir adelante. Las niñas enfrentan mayores dificultades para acceder a una educación que les permita tener las mismas oportunidades que los niños en el futuro e ir luchando contra la desigualdad de género en su país. A eso hay que sumar los problemas sociales que derivan de esta situación, como puede ser la prostitución infantil (en un país en el que el turismo sexual es común), los embarazos precoces o los problemas de salud por trabajar en las minas. Educación, motor de desarrollo El sistema educativo malgache está muy afectado por la situación social y económica del país. El presupuesto de la educación nacional se mantiene bajo y las desigualdades regionales son grandes. Además, los ciclones y las inundaciones son frecuentes, lo que deteriora todavía más las condiciones de vida y complica el acceso universal a la educación.
Los niños y las niñas de menos de 14 años representan casi la mitad de la población malgache. Muchas familias viven por debajo del umbral de la pobreza; solamente 35% de la población tiene acceso a agua potable y las familias, por lo general, tienen problemas para financiar la educación de sus hijos e hijas. En este contexto, incidir en la educación de la población más joven es muy importante, sobre todo en la educación de niñas y mujeres. Hay que tener en cuenta que el Estado no pone escuelas públicas en zonas como Antsohamadiro, al sur de Madagascar, situada en una provincia de tierras áridas. La mayor parte de niñas y niños trabajaba en las minas de zafiros, la principal fuente de riqueza de la zona, pero no recibían educación debido a la ausencia de escuelas próximas. Como respuesta, organizaciones como Agua de Coco trabajan por facilitar el acceso a la escuela a niñas y niños a través de la construcción y puesta en marcha de la Escuela de los Zafiros, que acoge a 200 niñas y niños de la zona y también un internado que acoge a cuarenta niñas de lunes a viernes, quienes viven muy lejos de la escuela. En este sentido, es esencial el trabajo de sensibilización con las familias sobre la importancia de que las niñas, aquí y en otras zonas del país, puedan acceder a una educación que les permita empoderarse y caminar hacia una sociedad más igualitaria. Un largo camino por delante por recorrer.
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