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El reverso de los mapas: China y África revolucionando el sistema internacional Sebastián Ruiz-Cabrera Fotoperiodista, analista político y doctor en comunicación [email protected]
La artillería mediática de la información económica estaba cargada en septiembre pasado, antes de que los hechos se dieran. En 2006, la alerta en las cancillerías europeas saltaba por los aires al presenciar cómo los dirigentes chinos habían reunido a más de 40 líderes africanos en su cumbre China-África conocida como FOCAC. Entonces, en Pekín, se acordaron cuantiosos acuerdos económicos, de cooperación y diplomáticos que pondrían los cimientos de unas relaciones que no han hecho más que aumentar. Europa no tuvo tiempo de reaccionar. Ahora, más de una década después, los estrategas occidentales estaban prevenidos. El foco no era subrayar que las políticas neoliberales y las recetas planificadas desde Europa durante décadas no estaban teniendo el impacto que se esperaba o los enormes flujos de fondos ilícitos que salen del continente para nutrir las arcas de las antiguas metróplis. No. Esta vez, se trataba de reforzar la narrativa de una nueva colonización por parte de China en África. Diferentes analistas y reportajes que cubrieron el último FOCAC (iniciativa creada hace 18 años) han advertido de inmediato a los gobiernos africanos de los muchos riesgos que conlleva esta alianza, como el incremento de la deuda, la dependencia económica o la degradación del medio ambiente que China puede traer a sus países. Mientras, los funcionarios chinos insisten en que se trata de una cooperación entre pares, un diálogo Sur-Sur, la denominada política del “win-win”; es decir, todos salen ganado. Y critican el egoísmo de los países occidentales que, a sabiendas de la nueva recesión económica que se avecina, se han comprometido vigorosamente en el unilateralismo, el proteccionismo o la hegemonía comercial Norte-Sur. No obstante, este análisis que podría parecer dicotómico (histeria/esperanza) aporta un nuevo elemento hasta el momento invisibilizado: el poder de decisión de los gobiernos africanos que se encuentran en una posición privilegiada al poder decidir sobre ofertas que vienen desde uno u otro lugar. Como afirmó el presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, en su discurso del 27 de septiembre ante la Asamblea General de la ONU: “Se está expresando mucha ansiedad sobre la posibilidad de una recolonización del continente africano por un nuevo poder. Sin embargo, a comienzos del siglo XX, los primeros ferrocarriles de China fueron construidos por compañías occidentales y financiados por préstamos occidentales a una dinastía Qing casi en bancarrota. Fue bajo esas circunstancias que el puerto de Hong Kong fue arrendado por 99 años. El resto es historia. Esa antigua víctima del imperialismo ferroviario occidental está prestando miles de millones a países de Asia, África y Europa para construir ferrocarriles, autopistas, puertos, centrales eléctricas y otras infraestructuras”. Hasta ahora solo un país africano no mantiene relaciones con China: Suazilandia, la última monarquía absoluta del continente que persiste en reconocer a Taiwán, como un Estado independiente. En resumen, cada uno critica la política del otro con argumentos que no son tan distantes; algo que es lógico ya que la política de China en África no es muy diferente de la de los países occidentales. El continente africano es esencial para Pekín porque le permite respaldar su expansión económica al proporcionarle una parte significativa de los productos mineros y petroleros esenciales para su actividad industrial. Pero África también le permite diversificar sus fuentes de suministro, y así evitar depender exclusivamente de los países exportadores de petróleo en el Medio Oriente, considerados aliados estratégicos de los Estados Unidos. Las altas tensiones comerciales entre los dos países justifican las precauciones de los estrategas chinos. Hoy en día, la segunda economía más grande del mundo, también se ha convertido en la principal potencia económica de África en términos de volumen de comercio, basada en las importaciones de materias primas y las exportaciones de productos manufacturados. En 2017, los volúmenes ascendieron a 170 mil millones de dólares, en comparación con los 48 mil millones de dólares que facturó Francia. China obtiene sus suministros de petróleo de Nigeria y Angola, principalmente, y materias primas como el hierro, manganeso, cobalto o cobre que provienen de Zambia, Sudáfrica, la República Democrática del Congo y Congo-Brazzaville. Paralelamente a estas importaciones, China exporta masivamente sus productos manufacturados, a menudo más baratos que los de los países occidentales. Si bien los clientes africanos y chinos tienen fuertes similitudes en términos de poder de compra, según expertos en marketing, África también actúa como área de prueba para productos y sirve como plataforma de lanzamiento para conquistar los mercados occidentales, como ha sido el caso de los teléfonos móviles de la marca Huwei, por ejemplo. Datos a tener en cuenta
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