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¿Redistribución sin crecimiento?
Armando Bartra Hay sólidos elementos para anticipar que los saldos positivos de la vertiente del PEF 2019 destinada a la redistribución progresiva del ingreso, serán muy pronto tangibles para sus destinatarios. De ser así, el México de la Cuarta Transformación estaría dando un primer paso en el camino que en los primeros tres lustros del siglo XXI recorrieron los llamados “gobiernos progresistas” del Cono Sur de nuestro continente. Resulta pues pertinente mirarnos en el espejo sudamericano. “Revoluciones del bienestar”. Las ocurridas durante más de tres lustros en el subcontinente fueron conversiones posneoliberales a las que he llamado “revoluciones de bienestar”, porque gracias a un renovado activismo del Estado -respaldado al comienzo por amplios movimientos populares- consiguieron casi de inmediato reducir en alguna medida la desigualdad social y mejorar sensiblemente las condiciones de vida de amplios sectores de la población. Por unos años, la izquierda gobernante en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Uruguay restableció, con el firme respaldo de sus pueblos, la soberanía nacional antes arrumbada. Y sobre esa base recuperó los recursos naturales que usufructuaban las corporaciones extranjeras, captando así cuantiosas rentas que le permitieron financiar políticas de fomento económico, redistribución del ingreso e inclusión social que sacaron de la extrema carencia a decenas de millones de sudamericanos a quienes el capitalismo había hecho pobres y el neoliberalismo, miserables. Gobiernos nacionalistas, democráticos y justicieros que en lo interno supieron construir correlaciones de fuerzas favorables, pero que además contaron con una coyuntura internacional propicia en que se combinaban el crecimiento económico global que incrementaba la demanda y los precios de las materias primas (petróleo, metales, productos agrícolas), la abundancia de capitales externos dispuestos a invertir en economías periféricas entonces más promisorias que las centrales y la disponibilidad de créditos a bajas tasas de interés. Condiciones que convergieron haciendo posible que por más de una década en la mayor parte de los países del Cono Sur se combinara la redistribución progresiva del ingreso con la acumulación de capital y el crecimiento económico. Vientos en contra. Como sabemos, las circunstancias internacionales cambiaron, la bonanza social se moderó (o revirtió) en todos los países de gobiernos progresistas y las derechas -respaldadas a la mala por los gringos- se montaron sobre el descontento de las nuevas clases medias que esperaban más, para de esta manera acosar a los gobiernos de izquierda. Administraciones progresistas que, además, cometieron errores y sobrestimaron los alcances del modelo extractivo para financiar el desarrollo. Hoy los neoliberales gobiernan de nuevo Brasil, Argentina y Ecuador, y Venezuela vive horas difíciles. ¿El sueño ha terminado? De ninguna manera; visto en perspectiva histórica el curso emancipatorio iniciado con el siglo continúa. Ciertamente, el proceso no es lineal y estamos en momentos de reflujo. Marea baja que era de esperarse, dado que la vía de transformación elegida por las fuerzas libertarias no fue el establecimiento de ininterrumpidas “dictaduras revolucionarias”, como las del siglo XX, sino la fluctuante democracia comicial basada en el pluralismo político. Pero para marchar exitosamente por este camino es necesario que las ideas libertarias devengan hegemónicas y se mantengan vigentes aun cuando la izquierda pierda circunstancialmente el poder. Sin embargo, hoy nos damos cuenta de que en los momentos de ascenso las izquierdas sudamericanas que habían llegado al poder perdieron pie y no supieron consolidar sus bases gremiales y sus partidos políticos, de tal manera que fueran capaces de resistir los embates de los restauradores. Debilidad grave que está aprovechando una derecha hoy a la ofensiva que además y como era previsible, juega sucio. Tendremos que ir aprendiendo de la experiencia. Pero sin duda saldremos del bache. Y es que, vista de cerca, la correlación de fuerzas política subcontinental no es tan desfavorable como parece. Venezuela, Bolivia y Uruguay resisten, en Argentina Macri está cada vez más aislado y si bien el de Bolsonaro y el de Duque son gobiernos de ultraderecha, lo cierto es que en Brasil Lula hubiera podido ganar y en Colombia Petro estuvo cerca de conseguirlo. Pero lo más relevante es que en México accedimos a la presidencia con 30 millones de votos, el 53% de los que sufragaron. Tardadito pero cumplidor. México llega tarde a un proceso que se inició hace dos décadas, cuando Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela. Y se incorpora al curso emancipatorio en condiciones desventajosas pues no estamos tan arropados por gobiernos hermanos como hubiéramos estado hace unos años, además de que la coyuntura internacional se ha vuelto desfavorable y las palancas económicas que permitieron a los gobiernos progresistas redistribuir el ingreso y al mismo tiempo crecer, no existen más. Ciertamente nuestra inserción en el mercado es distinta a la de ellos: las economías del Cono Sur son en mayor o menor medida primario exportadoras de materias primas a veces con algún procesamiento, mientras que México exporta frutas y hortalizas, pero, sobre todo, automotores y electrónica, lo que nos hace un país maquilador. Pero, así como a los sureños los golpeó la caída de los precios de las commodities, el menor crecimiento de EU -con quien tenemos el grueso de nuestro comercio exterior- y el agresivo proteccionismo de Trump que busca recuperar su industria automotriz encareciendo los automotores que hoy le exportamos, contrae peligrosamente nuestro principal mercado. Gasto social e inversión productiva. La dimensión de los desafíos que enfrenta la 4T se expresa en el PEF 2019. Un proyecto cuyas prioridades son el gasto social y la inversión productiva. Pero mientras que las metas de la primera vertiente son significativas y alcanzables: millones de mexicanos y mexicanas además de mejores servicios de salud y mayores oportunidades educativas recibirán pensiones, becas, salarios, apoyos, bienes de consumo subsidiados…; el impacto previsible del gasto productivo es creíble pero muy menor: un crecimiento para 2019 del 2%, que se incrementaría un poco en los próximos años arrojando para el sexenio un promedio de 2.7%. Las experiencias del Cono Sur comprueban que la primera tarea de un gobierno de izquierda que llega al poder en un país polarizado y con un pueblo empobrecido, es sin duda reducir la pobreza mediante acciones redistributivas. Tarea insoslayable, justa y en mayor o menor medida viable. Pero enseñan también que para que el bienestar sea creciente y sostenible es necesario crecer. Y que este crecimiento no pude depender de una sola clase de exportaciones y menos si estas son materias primas. Aunque lo proclamen a diario los repetidores de clichés, México no es un país extractivista y nuestra economía está razonablemente diversificada, de modo que no nos va a pasar lo que a Venezuela. Pero, sin embargo, necesitamos crecer. En el siglo XX nuestra economía se expandió moderadamente entre 1935 y 1954 y a tasas del 6% entre este año y 1974. Es verdad que el resultado fue acumulación privada desmedida, pero también cierta inclusión social en términos de empleo, educación, salud… que fue el saldo favorable del desarrollismo. Creció nuestra economía desde el cardenismo, y más en la posguerra, crecieron las economías del Cono Sur en el arranque del milenio gracias a los gobiernos de izquierda y debe crecer el México de la 4T. Nuestra economía, por fortuna diversificada necesita crecer, pero ciertamente en otras circunstancias internacionales y con un modelo diferente. No podemos repetir, tal cual, el paradigma de la sustitución de importaciones, que funcionó el siglo pasado, y la primarización que resulta de los vuelcos primario-exportadores es -hoy lo sabemos- insostenible y del todo impertinente. Habrá entonces que hacer camino al andar. Pero, insisto, en cualquier caso, la 4T demanda crecimiento. Y la palanca directa de la que disponemos para propiciarlo es la inversión pública. Un gasto gubernamental productivo que en el PEF 2019 de hecho no creció, mientras que sí crecía y significativamente el gasto en bienestar social. Y es que la cobijita no daba para todo. Recaudación ¿Y de dónde vamos a sacar los recursos que hacen falta? En el Cono Sur se apoyaron en las rentas obtenidas por la puesta en valor de los recursos naturales y en el financiamiento externo. Nosotros no queremos ni podemos hacerlo así. ¿Qué nos queda entonces? Es obvio: aumentar la recaudación fiscal, que en nuestro país es ridículamente pequeña. No solo acabar con la evasión y la defraudación, también aumentar el impuesto sobre la renta. Es claro que esta clase de medidas no se anuncian durante las campañas electorales ni se aplican al comienzo, cuando el gobierno debutante se necesita garantizar cierta estabilidad macroeconómica. Pero consolidado el nuevo régimen, cosa que esperemos ocurrirá pronto, resultará indispensable. Mientras tanto, así vamos bien.
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