ersecución o corrupción es el dilema en que nos encontramos los mexicanos en la actualidad y acompaña a lo largo de nuestra historia, principalmente a partir de la conquista de México por los españoles. No son tan sencillas las decisiones. No es ni una u otra. Hay una mezcla de ambas. La historia de México además de la herida trágica constitutiva de toda la humanidad, es portadora de otras dos penetrantes heridas generadoras de gran persecución que llevamos en el alma: la pérdida de la lengua y la religión cubiertas con la colonización. Heridas que aún hoy arrastran y se patentizan, en especial, en poblaciones marginales que viven en extrema pobreza alienadas, excluidas, silenciadas, desterradas de sí mismas con un mundo interno caótico que se confunde con la realidad exterior.
¿Cómo se puede aclarar el enigma de la persecución o la corrupción? Cuando una parte importante de la población vive al margen del lenguaje oficial con fallas severas en la capacidad de simbolización, agravadas aún más al no compartir la simbología de los citadinos de siempre, distintos de la gente que proviene del campo de donde son expulsados y acuden al espejismo de la ciudad, a ser sometidos por la violencia del lenguaje o el lenguaje de la violencia.
Procesos sicológicos persecutorios de difícil diferenciación de la corrupción. La que a su vez es difícil diferenciar del crimen organizado. Vividas previamente en las pérdidas no elaboradas sufridas desde la Conquista hasta la Independencia, la Revolución, las guerras al narco. Mientras, el mexicano se decide a no decidir, aplaza, retrasa, posterga y se aliena cada vez más. ¿Será nuestro destino?
Los mexicanos inundados de duelos y pérdidas inelaborables, instalados en la pasividad, sumidos en el letargo añorando la lengua materna que surge de la madre tierra, cuyas raíces se hunden en el terruño, brindando sensación de pertenencia, que hermana con el sol y con el agua, con la sangre y la tradición, tejiendo con mil hebras simbologías milenarias que arraigan en el canto de la palabra y la palabra del cuerpo. Lengua natal que es gesto, susurro y quejido de la que hablaba la semana pasada en mi artículo sobre el triangulo mágico Xochicalco, Tepozteco y Malinalco.
Perdimos lengua y religión, y la mínima evocación de una raíz náhuatl profundiza la escisión. Nuestros mitos fueron arrancados de raíz y peregrinamos como espectros sin historia por los hijos no nombrados.
No llegan las plegarias de los mexicanos silenciados que han perdido voz y sólo conservan el grito y el sollozo generadores de persecución. Ya no se sabe si el grito provocador proviene de dentro o de afuera. La realidad se confunde entre murmullos, plegarias, lamentos, silencios, persecuciones permanentes, corrupción, túnel del tiempo, agujero negro…