Lunes 14 de enero de 2019, p. a33
Los voceros de la empresa anterior, el olvidable Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, recomendaban que al que no le gustaran los toros que no fuera, y la nueva empresa, conocida como La Clonada por sus penosas similitudes con la anterior, ordena a sus jilgueritos que conminen al público a asistir a la plaza, independientemente de las combinaciones de toros y toreros que ofrezca.
En la undécima corrida de la temporada 2018-19 en la Plaza México hicieron el paseíllo el capitalino Federico Pizarro (47 años de edad, 25 de alternativa y ocho corridas toreadas el año pasado), quien dijo adiós a los ruedos; el potosino Fermín Rivera (30 años, 13 de matador y 10 tardes el año pasado), y el hidrocálido Gerardo Adame (26 años, seis de doctorado y nueve tardes en el 18), para lidiar un encierro de San Mateo, impecablemente presentado, exigente y deslucido, salvo cuarto y sexto.
Después de 25 años de atestiguar y padecer los bandazos del empresariado taurino mexicano, Federico Pizarro se despidió de la profesión. Pelo entrecano, bien parecido, proporcionada figura, inteligente cabeza torera y valor sereno para estar en la cara del toro, no hubo manera de que el desaseado sistema taurino atinara a valorarlo, promoverlo y estimularlo hasta convertirlo en figura de los ruedos, siquiera como un consistente diestro otoñal. Solvente anduvo con su primero, al que despachó de pinchazo y media para escuchar palmas, y con su segundo, un berrendo pre-cioso de lámina al que César Morales detuvo de certero puyazo, el diestro que se despedía realizó un precioso quite por caleserinas rematadas con precisa revolera. Inició la faena en tablas con muletazos de rodillas y luego derechazos mandones y naturales templados y nuevas tandas con la diestra a una embestida exigente y fija. Dejó una estocada baja que bastó y fue premiado con emotiva oreja, recorriendo el redondel entre aclamaciones.
Lo otro memorable de la tarde corrió a cargo de Gerardo Adame, otro tardío descubrimiento
de la empresa más poderosa en la historia del toreo en México, si no es que en el mundo. A su primero, de irreprochable trapío, lo bregó con cadencioso temple, tanto para fijarlo como para desentrañar su envestida. Sudaron la gota gorda las cuadrillas y Adame, con más ímpetu que técnica, sin fijar apenas la embestida logró series de gran mérito por ambos lados, templando, mandando y ligando como si trajera cuarenta corridas.
Lo inolvidable, emotivo y de enorme estatura torera vino con el cierraplaza al que en medio de un chubasco Gerardo Adame le imprimió el sello y el celo de su tauromaquia, ávida de desafíos y urgida de visión empresarial, para instrumentar en medio del barrizal los derechazos más bellos de esta y de muchas tardes, sometiendo la embestida codiciosa del astado, que desbordó trasmisión y calidad. Se volcó sobre el morrillo dejando una estocada trasera y perpendicular y tres descabellos, perdiendo la oreja que de sobra tenía ganada. Este buen torero mexicano junto con otra docena deberían seguir siendo descubiertos
por el poderoso monopolio taurino de México.
Fermín Rivera, que al igual que sus alternantes se había ganado una combinación más pretenciosa, vino pero no supo estar. Su primero, que armó un herradero en el primer tercio, llegó a la muleta soso y sin humillar sin que hubiera entendimiento por parte del diestro, más frío que la tarde. Repitió color con su segundo, un bello berrendo que resultó tan desangelado como Fermín. El toro artista para los falsos artistas; el toro exigente para diestros trascendentes.