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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (XCV)

Y

sí que aprendieron. Bastante…

Al llegar a Parral la víspera del día anunciado, ¡no salgan del hotel!, nos rogó el empresario por teléfono al conocer la noticia de nuestro arribo, escribiría la hermosa Conchita.

¿Y eso?

Resulta que la fiesta de recepción estaba organizada para el día siguiente en la estación, a la llegada del tren y ¿cómo se iba a defraudar a la gente?

En resumen: a las 8 de la mañana salimos sigilosamente de Parral, al encuentro del tren. La estación más cercana era una casita en medio del desierto, donde cerca de una docena de niños, hijos de los dueños de la casa, nos miraron espantados al enterarse que veníamos de Parral para tomar el tren que nos llevaría otra vez a Parral. Dentro del pequeño hogar que campechanamente nos ofrecieron sus dueños hacía un calor espantoso y acabamos tomando asiento en el gallinero, el sitio más fresco del lugar. Allí, entre la protesta de sus aves, nos sentamos sobre los nidos y esperamos el tren.

Horas después, cuando entramos triunfalmente a Parral –a pie y con banda por las calles– algunas de mis sonrisas eran para mis propios pensamientos.

El alojamiento de los caballos era nuestro primer problema al llegar a donde fuera, ya que no siempre se tornaba necesario alquilar un cuarto en un mesón para darles el abrigo acostumbrado.

Aunque faltaran cuadras, nunca faltaban entendidos en caballos, cosa que hay en todos los rincones del mundo. Muchas veces, Ruy decía: ¿Por qué todo el mundo cree saber de caballos? De las otras artes nadie opina sin saber. De equitación opinan todos.

Un buen entendido, queriendo cerciorarse sobre la verdad del color de mi caballo As de Oros, que tenía el color de oro, entró a escondidas en la cuadra y con un trapito mojado en alcohol frotó la brillante piel del animal. Quien observó la maniobra fue Scott y el aficionado se llevó un susto de órdago cuando se vio con la mano sujeta entre los afilados dientes del bravo perro.

Mientras se instalaban por un lado los caballos –los mozos dormían siempre con ellos– nosotros éramos recibidos por las personas distinguidas del lugar. Una, un día en un exceso de amabilidad que no olvidaré, me dijo: Soy el médico de la plaza y me tiene enteramente a sus órdenes.

Se lo agradecí.

En muchos pueblos se conservan viejas costumbres que nos parecían muy curiosas. Por ejemplo, recuerdo cierta noche en que pude observar una escena romántica de otros tiempos. Habíamos viajado cinco horas en mula para alcanzar un rancho del otro lado de la barranca en Guadalajara. Íbamos invitados por el señor García, un grupo de gente joven, entre ellos mis recordados amigos charros de Guadalajara, Ricardo, Carlos y Nicolás, que echaron un vivo galope y entraron en el rancho disparando tiros al aire para reunir al pueblo. Esa noche íbamos a la luz de las lámparas de petróleo y de una gran hoguera que había en el centro del patio. La música era de guitarras y voces. ¡Qué maravilloso don mexicano es el de su guitarra, su sentimiento y su voz! ¡Qué bello es el traje que usan sus charros!, ¡Qué bonito cuando los grandes sombreros ocultan la luna y las botonaduras de plata que parecen luceros! Yo me enamoré, no cabe duda, del charro mexicano.

Esa noche, Mari García y otras dos chicas me llamaron para que viera el robo de una jovencita. Entre las sombras de la calle vimos la figura de un jinete que paraba junto al portón del rancho. Bajándose de su caballo ayudó a su novia colocándola sobre la montura mientras él, saltando ágilmente, montó a la grupa. Con un ligero golpe desaparecieron en la oscuridad. Se dirigían a encontrar al cura que les casaría esa misma noche. El novio no pidió la mano de su mujer porque la tradición era robarla.

Los señores curas de esas tierras, además de casar a las parejitas robadas y demás misiones propias de su estado, tenían el problema de intentar corregir algunas devociones que, a la par con las viejas costumbres, eran tradicionales, pero antilitúrgicas. Así vi en Colotlán un cartelito colocado en la puerta de la iglesia que decía: Se prohíbe bailar dentro del templo.

(Continuará)

(AAB)