fines del año 2013, el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) escribió su primer documento a modo de acta de nacimiento: América Latina, de la década ganada a la década en disputa. En el texto se hacía referencia a un informe del Consejo Atlántico, The Trilateral Bond: Mapping a New Era for Latin America, The United States, and Europe (El vínculo trilateral: inspeccionando una nueva era para América Latina, Estados Unidos y Europa), en el que se manifestaba, literalmente, que había “un deseo de incorporar a este bloque (América Latina) al redil atlántico (…) con base en sus raíces occidentales comunes en términos estrictamente liberales: derechos individuales y mercados abiertos”. Este deseo se constituyó, desde ese entonces, en una prioridad en la política exterior de Estados Unidos y la Unión Europea. Dicho y hecho.
Casi cinco años después, podemos afirmar que no le dimos la suficiente importancia a lo que envolvía dicho deseo. Quizá creímos que todo sería irreversible y que los momentos felices serían interminables. El cambio logrado fue tan gigantesco que pensamos que habíamos transformado todo. Indudablemente, hubo muchas cosas que sí cambiaron, pero otras no. Y fue justamente sobre nuestras debilidades, sobre aquello que aún no se logró cambiar por completo, sobre lo que la estrategia para atraernos hacia el redil atlántico hizo mayor hincapié.
Estados Unidos, así como la Unión Europea, cada cual con sus propias particularidades, aceleraron el paso de su política exterior, cada vez más proactiva y ambiciosa. Aprovecharon, sin lugar a dudas, el escenario global de crisis económica prolongada que limita el margen de maniobra para muchas economías periféricas. La abrupta caída de los precios de los commodities entre 2014-2017 también fue un factor determinante que afectó sobremanera a muchas naciones de la región que tenían una fuerte dependencia de esta fuente de ingreso externo.
En este contexto de fuerte restricción externa, el acceso al crédito es concebido como el gran maná para muchos países latinoamericanos. Esa ayuda
es un mecanismo firme y eficaz para forjar la deseada dependencia atlántica. La nueva deuda externa latinoamericana está íntimamente relacionada con el boom de emisión de la Reserva Federal de Estados Unidos y del Banco Central Europeo. Quienes tienen un exceso de liquidez están deseando colocarla en un lugar seguro y rentable, con el ánimo de generar una espiral interminable: deuda que contraiga más deuda futura. Y, además de la cuestión financiera, los grandes acuerdos económicos (comerciales, tratados bilaterales de inversión, de propiedad intelectual) también sirven como fórmulas efectivas para que las economías latinoamericanas se inserten en el redil atlántico.
Pero lo económico no lo es todo. La vía electoral es también crucial como canal para conseguir el objetivo trazado. Lo políticamente correcto siempre fue presentar un candidato opositor en aquella nación donde hubiera un gobierno progresista. El propósito era evidente: ganar en las urnas con propuestas más pro atlánticas. Durante década y media no les fue muy bien; sólo vencieron en una de 25 tentativas en Brasil, Argentina, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Uruguay. En respuesta a ello, se buscaron alternativas que propiciaran el cambio a favor sin necesidad de respaldo electoral. Así es como sucedió en Honduras y Paraguay. Y luego se repitió en Brasil. En los tres casos, encontraron la excusa
para dar el golpe parlamentario que permitiera cambiar de presidente sin pasar por las urnas. Y entonces el terreno quedó abonado para que el candidato atlántico
ganara elecciones: Horacio Cartes y Mario Abdo en Paraguay y Juan Orlando Hernández en Honduras. En el caso de Brasil, para que Jair Bolsonaro pudiera ganar, inclusive, tuvieron que aplicar otra herramienta complementaria: encarcelar a Luis Inácio Lula da Silva.
Otro caso objeto de estudio es Ecuador. Cuando no se puede por afuera, hay que intentarlo por adentro. Lenín Moreno ganó con el partido de Rafael Correa, con él a su lado, con los colores y símbolos propios de la revolución ciudadana, y también con su programa, en el que no se decía nada de salir del ALBA y acercarse a Estados Unidos, tal como se está haciendo en la actualidad. Esta es otra manera de llegar al objetivo de insertarse en el redil atlántico: ganar con una propuesta progresista para que rápidamente se dé la vuelta. Seguramente el caso Ollanta Humala, en Perú, fue la primera vez que se intentó esta fórmula en este siglo XXI latinoamericano.
El lawfare es otro mecanismo utilizado para alcanzar el objetivo de tener un gobierno más proatlántico. La persecución judicial contra líderes progresistas es cada vez más notable. Lo de Lula en Brasil, Cristina Fernández en Argentina y Correa en Ecuador son tres ejemplos de este procedimiento. También lo están haciendo en Colombia, precisamente para prevenir que Gustavo Petro pueda llegar a ser presidente.
La comunicación y las fake news también constituyen otro dispositivo para conseguir erosionar a cualquier líder progresista con la intensión de desbancarlo de su carrera presidencial. No sólo se hace el desgaste contra el líder, sino que también afecta a un imaginario, a un proyecto. El caso más emblemático es, seguramente, el que practicaron contra Evo Morales en 2016, durante la campaña del referéndum para repostularse como candidato presidencial. No pudieron jamás por la vía democrática, en las urnas, confrontando ideas, y tuvieron que inventar una telenovela, que luego se demostró que era mentira. Pero hizo daño. Estamos en la era de la posverdad, en la que cada noticia cuenta, aunque no exista base material para creerla. Los grandes medios de comunciación operan con toda su fuerza para ello y las redes sociales la propagan.
Y si nada de lo anterior funciona, entonces, llega la hora del botón infalible de las sanciones, los bloqueos y el embargo. Se ponen límites, directos e indirectos, con el uso de toda una artillería pesada de legislación al alcance de las grandes potencias para impedir el funcionamiento normal de una nación. Lo hicieron desde hace décadas y lo siguen haciendo contra Cuba y ahora lo replican contra Venezuela y Nicaragua. De esta manera se limita y se condiciona cualquier actividad de un país hasta procurar su asfixia.
Y sí aún el país en cuestión no se ha acercado lo suficiente al redil atlántico, siempre quedará como posibilidad lo militar.
Todos son métodos muy heterogéneos para alcanzar el objetivo manifestado en el documento inicialmente mencionado del Consejo Atlántico. La región latinoamericana ha sido objeto de la aplicación de todos estos métodos. En muchos casos dieron sus frutos y, en otros, aún no. Seguramente, el Consejo Atlántico sigue trabajando y analizando más y nuevos mecanismos para que, definitivamente, Latinoamérica circule por el deseado redil atlántico. Veremos qué pasa próximamente. La arremetida conservadora avanza, pero todavía existen muchos espacios en disputa.
* Director CELAG
Twitter: @alfreserramanci