as noticias ya no eran buenas para Jair Bolsonaro. Además de las denuncias de corrupción que involucran a un hijo, su mujer y otros colaboradores, cuando se avecina su toma de posesión en la presidencia brasileña salió la encuesta tradicional sobre las expectativas del nuevo gobierno, que normalmente resultan muy altas. Pero el optimismo sobre éste fue el más bajo desde la redemocratización en Brasil; más baja que la de Fernando Collor de Mello, de Fernando Henrique Cardoso, de Luiz Inácio Lula da Silva y de Dilma Rousseff.
Pero lo más significativo correspondió a uno de los temas centrales del discurso de Bolsonaro. Cuando se supo que él pretende firmar un decreto –como primer acto de su gobierno– que implica la revocación del Estatudo del Desarme, liberando la compra y la portación de armas, salieron dos encuestas, ambas desfavorables para él. Cerca de dos terceras partes de los brasileños están en contra de la gran medida con la cual pretende promover –paradójicamente– la seguridade de las personas. A ver si se mantiene a pesar de ese índice negativo. Será el primer síntoma para saber en qué medida tomará en cuenta la opinión pública o si, lo que probablemente habrá de ocurrir, Jair Bolsonaro, con el apoyo de Sergio Moro, tome esa medida. Pero, a la vez, hubo manifestaciones, sea del Poder Judicial, sea de parlamentaros, alegando que una ley no puede ser revocada y tendría que pasar por votación del Congreso. Así, la primera medida de impacto puede no resultar.
La lluvia en Brasilia tampoco se prestaba para el escenario que Bolsonaro había prometido, 500 mil personas para el acto de su toma de posesión. No bastará eso. La militarización de Brasilia, como no había pasado ni siquiera con los gobiernos militares, creó un clima hostil para la participación de personas, resultando en una convocatoria pobre e inexpressiva.
Además, la forma brutal de tratamiento de los periodistas generó reacciones negativas, al punto que franceses y chinos se han retirado. La principal columnista de Folha de Sao Paulo dijo que habían vivido el día más vergonso para los medios informativos en Brasil.
El discurso de Jair Bolsonaro no ha sorprendido en nada, salvo para los ilusos que esperaban un tono más conciliador. Muy temprano en la mañana, grotescamente Bolsonaro empezó a gobernar por mensajes de tuiter, al estilo de Donald Trump, con duras agresiones a la revista Veja, que se agregan a las amenazas del día anterior de limpiar a las universidades brasileñas del marxismo porque, según él, en lugar de formar militantes deben formar personas para el mercado.
Su discurso tuvo prácticamente el mismo tono ideológico de sus disertaciones de campaña, incluso prometiendo combatir a la ideología. Los ataques al socialismo, a la bandera roja, prometiendo que Brasil se librará de todo lo políticamente correcto, de las políticas de género, etcétera, demuestra que él no se ha bajado de la plataforma de su campaña.
De hecho, su gobierno está constituido, en lo esencial, por tres núcleos: los militares, los Chicago Boys y el equipo de Lava Jato. Bolsonaro no se da cuenta que no fue él quien ganó las elecciones de octubre pasado. Él fue el candidato que le quedó a la derecha brasileña –básicamente el gran empresariado y los medios de comunicación– y lo utilizaron para impedir el retorno del PT a la silla presidencial y para dar continuidad al modelo neoliberal. El gobierno ya depende de Bolsonaro.
Queda por resolver el peso que puedan tener los ministros del equipo de Bolsonaro como los de relaciones exteriores, de educación, de ciencia y tecnología, de derechos humanos, del medio ambiente. Al de relaciones exteriores, sobre todo, se le pronostica vida corta por las marcadas posiciones de subordinación radical a la política de Estados Unidos, con graves efectos económicos negativos para Brasil, principalmente respecto a China y a los países árabes. Además de los conflictos dentro de Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores), con las posiciones absurdas de salida de Brasil de pactos como el del medio ambiente y el de migración, así como la del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel.
El gobierno de Bolsonaro tiene certezas en el plan económico y en el endurecimento de la represión, pero muchas incertidumbres que la toma de posesión de Bolsonaro no han disipado. El presidente con menor apoyo en la historia política reciente de Brasil, como Michel Temer, entregó la banda presidencial a uno que se ha elegido con base en la exclusión de Lula da Silva, de una campaña brutal vía Internet y mediante noticias falsas. Lo que es cierto es que la más profunda y prolongada crisis brasileña no termina, apenas cambia de forma.