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El Grand Palais aloja la creatividad sin ataduras del catalán Joan Miró

Muestra 150 obras, entre las cuales destaca su monumental tríptico de los tres azules de 1961

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▲ Visitantes recorren la exposición de Joan Miró (1893-1983) montada en el Grand Palais de la capital francesa. En 70 años el artista creó unas 2 mil obras. Solía decir que necesitaba una simple mota de polvo, un rayo de luz para forjar un mundo.Foto Afp
 
Periódico La Jornada
Jueves 3 de enero de 2019, p. 5

París. ‘‘Miró no buscaba sorprender, sino sorprenderse’’. Fue esta introspección lo que llevó a uno de los artistas claves del siglo XX a crear sin ataduras, al margen incluso de los surrealistas que reivindicaban su obra, según una muestra en París.

Detrás de su pintura reconocible por la excelencia del color y la fuerza del trazo, se escondía un personaje reflexivo y meticuloso, menos prolífico que otros genios como Pablo Picasso, puesto que a diferencia de su compatriota, invertía meses en concebir una obra.

De las 2 mil que Joan Miró (1893-1983) creó en siete décadas, casi 150 serán expuestas en el Grand Palais, 44 años después de que el museo parisino le dedicó su más reciente retrospectiva, cuando el artista catalán aún vivía.

‘‘Miró solía decir que necesitaba una simple mota de polvo, un rayo de luz’’ para crear un mundo, explica el comisario de la muestra, Jean-Louis Prat, ex director de la Fundación Maeght de arte moderno y contemporáneo, quien fue amigo cercano del pintor.

‘‘Asesinar la pintura’’

Sus primeras creaciones fauvistas estaban aún lejos del universo onírico que desarrollaría con los años en un empeño, según afirmaba Miró, de ‘‘asesinar la pintura’’.

La masía (1921-1922), que comenzó a pintar en el pueblo catalán de Mont-roig y finalizó en París, es una declaración de apego a la tierra donde creció, con todos sus detalles. Se lo compró Ernest Heming-way, tras múltiples esfuerzos para reunir los recursos, por 5 mil francos.

Miró no tardó en iniciar la transformación de lo real, desde su taller parisino: animales y figuras fantásticas habitan El carnaval de Arlequín (1924-1925), obra que lo acercó a los surrealistas liderados por André Breton.

‘‘Breton era amigo íntimo de Miró, pero éste quería escapar de sus dictados, mantener una independencia total’’, explica Prat.

‘‘Y como ninguno de sus cuadros era una versión de uno anterior, se liberó además del academicismo. Inventó un lenguaje poético único’’, ni abstracto ni figurativo, según el comisario.

Aunque su obra plasma un ejercicio de introspección, Miró no fue ajeno a los dramas de su tiempo, marcado por la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Figuras monstruosas surgen en Caracol, mujer, flor, estrella (1934), obra hoy expuesta frente al Guernica de Picasso, en el Museo Reina Sofía de Madrid. ‘‘Nadie se esperaba que pintara este tipo de cuadro, pero era conforme a su tiempo’’, dice Prat.

‘‘Las personas entenderán cada vez más que traté de abrir puertas a un nuevo futuro, contra todos los conceptos erróneos, todos los fanatismos’’, decía el artista, que según el comisario se sentía libre hasta respecto del dinero: ‘‘Sabía dar, el dinero no le importaba’’.

La exposición incluye su monumental tríptico de los tres azules (1961), un fondo azul que dialoga con un trazo rojo y varios puntos negros.

Miró alcanzó ese color inédito tras pasar ‘‘un tiempo infinito’’ cepillando centímetro a centímetro la superficie, define el comisario de la muestra, que concluirá el 4 de febrero.

Y ya en sus últimos años, instalado en su taller en la isla de Mallorca, el negro irrumpió con fuerza en su obra, a la que todavía exigía que lo sorprendiera. Por ello quemó parcialmente algunos de sus lienzos, presentados en ese mismo estado. ‘‘La idea de que fueran prácticamente invendibles lo hacía feliz’’, asegura Prat.

Para acercarse al universo tan personal de Miró, este antiguo amigo del artista guarda un consejo para el espectador: ‘‘Hay que mirar su obra con una atención sostenida’’.