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Tom Schulman y la universalidad de La sociedad de los poetas muertos

El ganador del Óscar por mejor guión habla con La Jornada de las claves del filme

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▲ El guionista visitó México a propósito de las 200 representaciones de la puesta en escena de la película, cuya temporada en el teatro Libanés concluye mañana .Foto Pedro González Castillo
Especial para la jornada
Periódico La Jornada
Sábado 29 de diciembre de 2018, p. 5

Solía llamárseles universales a las creaciones artísticas que lograban mantenerse en el interés del gran público –al menos del occidental. Pero esa deseable masificación, para la próspera industria del entretenimiento de Estados Unidos, ha sido renombrada como cultura pop. Y como tal se conoce a todos aquellos productos que han logrado gran repercusión y aceptación generalizadas. Tal como ocurre con la locución latina carpe diem.

Obra del poeta romano Quinto Horacio Flaco, remata la undécima pieza de su primer libro de Odas Mientras estamos hablando, terminará de huir el odioso tiempo: aprovecha el día, confiando lo menos posible al día siguiente–, sólo que no llegó a ser del habla común simplemente por la lectura: es la frase más potente que el profesor John Keating espeta a sus alumnos, todos adolescentes en formación, en la Academia Welton, de Vermont, a finales de los convulsos años 50.

El guión de La sociedad de los poetas muertos (Dead Poets Society, Estados Unidos, 1989, de Peter Weir), acabaría por dar el Óscar en la categoría correspondiente –y nominaciones a mejor actor y mejor director– a su autor, el escritor Tom Schulman, y se convertiría no sólo en éxito de taquilla, sino en fenómeno internacional, a tal grado que existen cafés, bares, clínicas sicológicas, colegios privados, despachos de abogados y publicistas, barberías e incluso un festival de cine llamados Carpe Diem. Y se hacen referencias a la cinta lo mismo en Los Simpson que en Dr. House, Padre de Familia y Cómo conocí a tu madre; en Hook: el retorno del capitán Garfio o en Agentes de Shield, vamos, incluso en una escena de Tres colores: Rojo, del afamado polaco Krzysztof Kieslowski, Irène Jacob afirma al teléfono haber visto el filme.

Todo comenzó con Harold Clurman

¿Cómo se trabaja un guión que acabará teniendo tanta reverberación? Es el propio Schulman, nacido en Nashville, Tennessee, en 1950, quien recuerda que, al acudir al Theatre Group Studio en Los Ángeles, para aprender actuación, dirección y escritura de guión, cada tantos meses los visitaba el afamado actor, director y escritor Harold Clurman, marido de Stella Adler, y una de las figuras más relevantes del teatro estadunidense en el siglo XX. La figura, ya octogenaria, acudía a revisar el trabajo de los estudiantes angelinos para posteriormente darles una charla, por dos o tres horas, en torno al teatro, al arte, al cine, de todo en general.

“Era fantástico y pensé que quería escribir algo sobre su figura. Comencé a hacerlo, pero no funcionó y simplemente dejé el proyecto a un lado hasta que, aproximadamente un año después, se me ocurrió que podría ser mi profesor de inglés de la secundaria –la Academia Montgomery Bell–, Samuel Sam F. Pickering Jr, porque compartían el mismo tipo de ojos abiertos y emoción en el aula, así que comencé a trabajar en ello, pero después de un tiempo me di cuenta de que tampoco estaba funcionando.”

Así fue que el joven aspirante llegó a la conclusión de que el relato debía ser sobre los estudiantes: lo que realmente importaba era el efecto que este profesor tuvo en nosotros. Fue ahí cuando la historia comenzó a funcionar para mí y tomé notas. Un buen día decidí que ya estaba bien, que iba a escribirlo, y me senté a redactar. Al principio fue sobre los maestros y más tarde tomé conciencia de que, en realidad, era sobre los estudiantes. Es sobre ambos, en realidad, relata.

Schulman visitó Ciudad de México en noviembre pasado para develar, junto con el escritor mexicano Guillermo Arriaga, la placa por las 200 representaciones de la puesta teatral de la película, dirigida por Francisco Franco y protagonizada por Alfonso Herrera, en una adaptación de María Renée Prudencio, en el teatro Libanés, cuya temporada concluye el 30 de diciembre.

Uno de los aciertos del filme fue seleccionar como realizador al australiano Peter Weir, que ya había hecho importantes filmes, como La última ola (1977), Gallipoli (1981) o El año que vivimos en peligro (1982). Aunque desconoce las razones del estudio –la Touchstone Pictures– para contratarlo, recuerda una coincidencia: el día que terminó la escritura de la película fue al cine con su esposa a ver Testigo en peligro (1985), que Weir acababa de estrenar. Y le comentó a ella: ese es el hombre que quiero que dirija esto.

Relató el suceso al agente del director australiano, pero se negó de manera terminante. Empero, cuatro años más tarde, cuando el estudio finalmente compró el guion y tras realizar un gran recorrido explorando las opciones para hacer el filme: un buen día me llamaron para decirme que Peter Weir iba a dirigir mi película. Ya luego me enteré de que Peter estudió en un internado justo del tipo que se retrata en la película y Robin Williams también. Yo no fui jamás a una escuela como esa, pero obviamente conocía ese mundo, así que eso fue lo que los atrajo. Nunca charlé demasiado con Peter sobre las razones que tuvo para dirigir el filme, supongo que tenía miedo de que cambiara su decisión si lo presionaba demasiado, comenta divertido.

Robin Williams y su cariz humorístico

Aunque el actor cómico Robin Williams ya tenía una larga trayectoria en el cine y la televisión, sus antecedentes en programas como Laugh-In, Mork y Mindy o Saturday Night Live, preocupaban un poco a Schulman, pues le resultaba un enigma si esas actuaciones llenas de humor funcionarían al papel que debía interpretar. “Pero una vez que arrancamos, todo corrió a la perfección, porque Robin se tomaba muy en serio y había hecho dramas formales, como la película Seize the Day (1986, de Fielder Cook), para la televisión pública estadunidense (PBS), en un papel demasiado adusto, lo que también me preocupó, pues esperaba que pusiera un poco de su humor en nuestra película. Pero una vez que se conectó con los estudiantes, para él fue fácil, como hacer stand-up”.

La gran interrogante de Schulman es la razón por la cual el resto de sus trabajos, como ¿Qué tal, Bob? (1991), de Frank Oz, protagonizada por Bill Murray, no hayan tenido el mismo éxito. Quizás no sean tan buenos, pero lo cierto es que la mayoría no se han realizado. Es muy complicado lograr que se filme una historia de este tipo; tengo otros dos guiones que considero realmente buenos y por los que he luchado muy duro para verlos en pantalla. No son películas de Hollywood ni de superhéroes, que provocan la exclusión de las historias sobre la gente, sobre personajes normales, así que tengo a varios productores trabajando en ellos y sigo esperanzado en que lleguen a la pantalla, concluye.