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El Estante de lo Insólito

Stan Lee: el universo de los héroes vulnerables

No soy un buen dibujante. Yo siempre estuve detrás de los lápices, pensando las ideas para que los artistas hicieran su trabajo.

Stan Lee

C

on un gusto por la literatura clásica y los grandes relatos universales, Stanley Martin Lieber tenía la aspiración de convertirse en un gran literato, apuntando hacia los temas de aventuras y grandes héroes, como los que escribían Édgar Rice Burroughs ( Tarzán), Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes) o Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), así como los de héroes cinematográficos capitaneando filibusteros para vencer a tripulaciones en alta mar, en las batallas impactantes del celuloide en que Errol Flynn mantenía su peinado como un acorazado ante los obuses. Lleno de ideas y con un mundo para tomar por asalto a los 17 años, Stanley se hizo del trabajo (después de muchos empleos efímeros) como asistente de editor en Timely Comics. El salario vino bien perteneciendo a una familia de inmigrantes (de padres rumanos) con condiciones de vida muy modestas. El muchacho tenía exactamente lo que la editorial necesitaba y le encomendó redactar sus primeras historias, debutando como guionista en 1941.

Pensando que un día escribiría los libros de lujo que se ofrecerían en librerías de prestigio, el joven ideó un seudónimo para no firmar con el nombre que destacaría en la futura literatura universal. Stanley se partió para convertirse en Stan Lee. El seudónimo no le convenció en realidad, pero la iniciativa por desecharlo cambió por su aceptación en el medio. Con el tiempo dio justo el paso contrario, es decir, hacer oficial el seudónimo y dejar atrás lo asentado en su acta de nacimiento. El nombre artístico se quedó como nombre oficial. Como Stan Lee se haría legendario.

Héroes que sienten

Trabajando muy duro para que la editorial (fundada en 1939) mantuviera el pulso frente a sus competidores, Stan vivió los sucesivos cambios de nombre de la empresa (luego de pausa que lo tuvo en la Segunda Guerra Mundial), primero a Atlas Comics, y después a Marvel Comics (a partir de 1961). El autor impulsó los títulos y personajes que ya eran conocidos cuando él llegó, y procuró hacer nuevos para captar el interés de los lectores. Tuvo a dos auténticos genios con él: los dibujantes y argumentistas Jack Kirby y Steve Ditko. Pero para que el creador llegara a ser llamado Stan The Man o Mr. Marvel, debió arriesgar las formas comunes para presentar a los héroes y contar sus historias. Sin un título innovador de su autoría que despuntara, cansado de la repetición de lo existente, frustrado por no convertirse en el escritor a que aspiraba y cerca de alcanzar las cuatro décadas de vida, Stan consideró dejar el empleo. Pero como en esos giros de tuerca que siguen fórmulas para la historieta o el cine, Stan no dejaría la oficina un último esfuerzo. Reuniendo lo mejor de apuntes e ideas de otros intentos, el creador pensó en un equipo heroico fabuloso que se llamaría Los 4 fantásticos.

Pero tan ceñida como los trajes y tan impactante como las dotes extraordinarios de sus miembros, el autor bañó historia y protagonistas con la dosis distintiva de su carrera: atmósferas ordinarias (valdría decir “posibles) y la sensibilidad que los hacía tener pensamientos complejos sin limitarse a cumplir la misión. El perfil de los nuevos personajes dejó de ser ficha de poderes, orígenes o estatura, para agregar vulnerabilidad, no sólo a prescindir de su fuerza, sino a verdaderamente perder. Los cambios no pararon; se convirtieron en su estilo y posteriormente en el sello de Marvel, que se convertiría para todos en La Casa de las Ideas. Ahora los héroes reflexionaban de una forma distinta, se preocupaban por los pagos habituales, eran rechazados en sus conquistas, sufrían lesiones, erraban queriendo hacer lo correcto, tenían crisis de identidad… estaban vivos. Eso permitiría la creación de muchos títulos exitosos que labraron la denominada Edad de Plata del cómic en Estados Unidos; modelo industrial, pero también creativo para los grupos de autores de la historieta en todo el mundo.

Humanos, mutantes o extraterrestres, las criaturas de Stan Lee se emocionan, lloran, sufren, se preparan como cualquier estudiante para ejecutar planes complicados o buscan asesoría legal para encauzar su divorcio. Hay traumas sicológicos graves, fuerzas imponentes que tiemblan por los daños causados, filosofía que se hace un pensamiento único en personajes como Silver Surfer (uno de los consentidos del propio Lee), y hasta un héroe con incapacidad con el invidente Daredevil. Además, Stan expandió las historias, de manera que el sentido de la continuidad se convirtió en un elemento perpetuo. No necesariamente las cosas se liquidaban en un puñado de páginas. Porque, como en el cotidiano de todos, los hechos encuentran secuelas, interpretaciones, y hay segundos o terceros actos de cada decisión concreta. Un personaje secundario era retomado en otro momento de la línea narrativa, y muchos sucesos requerían de varias entregas para cerrar su engranaje episódico. Con empuje, con talento y con anticipación, Stan Lee hizo una nueva manera de concebir los cómics. Cambió la industria y se convirtió en motivación y escuela. Colegas de su época y los que vendrían, no sólo reconocen sus aportaciones, sino que han experimentado del mismo modo. Desde David Micheline, Tom DeFalco, Roy Tomas, Chris Claremont, Dennis O’ Neil, o John Byrne, hasta autores de otras profundidades, como Frank Miller, Alan Moore o Neil Gainman.

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

El sentido arácnido

Apenas un año después del fenómeno de Los 4 fantásticos, Stan Lee creó al personaje más emblemático de su carrera: Spider-Man. Por principio no era un héroe en vías de convertirse en estatua. No poseía esa personalidad de galán de cine perdonavidas, sino que era un adolescente; como tal, con sus capacidades e intereses juveniles, también era torpe en sus relaciones humanas, rebelde en casa (con los tíos May y Ben), inepto en enamorar a las chicas populares (Mary Jane y Gwen Stacy fueron sus amores de siempre), impetuoso hasta errores terribles, y padecía lo normal de cada escuela: el atropello (hoy bullyng) de los alumnos fortachones y famosos del campus, especialmente el abusivo Flash Thompson. Esa era la vida de Peter Parker, pronto reportero gráfico destacado por conseguir las mejores imágenes del héroe en acción. Es decir, por autorretratarse sin voltear a cuadro. Además, las cosas no pasaban en una ciudad creada ni en una época distinta a la de los días que corrían. Era Nueva York y era principios de los años 60. Los seguidores abrían las páginas del cómic, y la geografía y arquitectura de los espacios, la vestimenta y el slang de la calle, correspondían con lo que veían todos los días.

Stan tenía claro al personaje y la clase de héroe terrenal que quería que fuera. Le faltaba enfundarlo y garabateó opciones hasta que evocó la vieja edición The Spider, original de Norwell Page Grant Stockbridge, que encontró espacio en los puestos hacia 1933. Salvo el nombre, no había mucho más en común, pero cumplía con algo que ideó desde el inicio: que pudiera trepar paredes. Se puso a trabajar en sinopsis y primeros borradores de la historia, trabajando en paralelo con sus ilustradores maestros, que trabajaban con libertad creativa y podían hacer aportaciones sobre los argumentos base de Stan. Jack Kirby hizo un boceto original con indicaciones de Stan, antes de que Mr. Marvel se decidiera por el modelo dibujado por Steve Ditko, con quien compartiría créditos sobre la paternidad del araña. Aparecido originalmente en el número 15 de Amazing Fantasy, el trepamuros puso teleraña de por medio para consolidar su historieta en solitario, la más vendida de la franquicia. Spider-Man se hizo un favorito instantáneo, pese al escepticismo inicial del director editorial Martin Goodman. Una serie no alcanza, entonces fueron surgiendo títulos paralelos, anuales, miniseries de colección, y hasta relanzamientos íntegros del personaje, como el clásico Torment (1990) en que todo comenzaba de nuevo.

Spider fue normalmente divertido, pero también fue el más solitario. Incapaz de hacer alianza con otros héroes, más bien se acostumbró a enfrentar a todos (pese a su asignatura oficial de reserva de Los Vengadores), con pleitos que lo hacían un fugado de los equipos que demolían villanos en relevos. Stan tenía la idea de que las características del personaje no se amoldaban a la cooperación operativa, no por falta de interés, si no por su condición juvenil. Ni en el cómic, ni en la televisión animada (tuvo varias series desde la que la empresa Hanna-Barbera y ABC lanzaron en 1966), ni en la serie con actores (CBS produjo –y luego no se disculpó– una terrible serie de capítulos con Nicholas Hammond haciendo de Peter Parker en 1974), trabajaba en conjunto. Ni siquiera en Civil War (Joe Ruso y Anthony Ruso, 2016), se puede pensar en que podrá permanecer demasiadas horas en un grupo heroico.

Mutatis mutantes… eternus

Como en los créditos de los nombres que se escriben con aplausos y galardones insignes, el material de Mr. Marvel podía anunciarse como “Stan Lee presents…”. Como pasaba con Alfred Hitchcok, Lee acompañaba la leyenda con el prestigio de su trabajo. El glosario de títulos y personajes creados es inmenso, pero Hulk, Iron Man, X-Men, Los Vengadores (hay que subdividir a Ant-Man, Thor y el resto en sus propias sagas), son cimientos de los principales elementos fantásticos en el cómic contemporáneo. Desde el lanzamiento de la adaptación fílmica de Spider-Man hecha por Sam Raimi en 2002, las producciones de Marvel en el cine han saturado consumos y estética de acción. Pero el tedio tautológico de las épicas y los efectos que salpican chispas a las butacas, han traído consigo la redición y el renovado interés por los cómics originales y sus autores. En series regulares o en tomos antológicos, ahí están las historias que ideó el hombre que quiso tener la estatura de grandes literatos y que logró, en otros terrenos y otras encuadernaciones, encontrar, con gran merecimiento, su nicho de inmortalidad.