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De la medalla Belisario para Carlos Payán
C

omo toda criatura humana, Carlos Payán tiene luces y sombras. Con motivo de la Medalla Belisario Domínguez que le entregara el Congreso de la Unión al director fundador del diario La Jornada, Carlos Ferreyra, un distinguido periodista de la vieja guardia, le reprochó a Payán que haya sido subdirector del periódico unomásuno sin ser periodista. Desde el punto de vista profesional tiene razón porque la tradición mandaba que el segundo en jerarquía de un rotativo fuera para gente de tinta. Sin embargo, gracias a que Payán no era periodista pudimos ingresar al ámbito gente de otras disciplinas y a ojos vistas, podemos decir que la heterogeneidad de sus reporteros y colaboradores le dio al unomásuno el empuje para colocarse desde su aparición a la cabeza del nuevo periodismo mexicano.

Anhelo interior

Sé que hay colegas que adoran a Payán y camaradas que lo detestan. Yo lo conocí por conducto de Margie Bermejo y tuvimos empatía desde la primera vez que hablamos de mujeres y de poesía. Su anhelo interior era escribir poemas, pero en vez se recibió de abogado y trabajó en diversas instituciones gubernamentales como infiltrado del Partido Comunista. Lo pongo entre comillas porque ese era el rumor que lo acompañaba, pero no me consta.

Alguna vez fue a ver un espectáculo de la Bermejo y le gustaron mis textos. Supongo que esa fue la razón por la que me invitó a las reuniones que se hacían en Prado Norte para organizar la fundación del diario que dirigiría un periodista excepcional y un hombre que sacaba chispas por los ojos: Manuel Becerra Acosta. Ahí mi vocación literaria trasmutó al oficio de reportero de la cultura y mi pasión por el teatro me hizo cronista dramático.

Romper el cinturón de castidad

Gracias a que Payán no era periodista, pero sí un hombre de muchas lecturas, algunos de los jóvenes aprendices del unomásuno pudimos romper el cinturón de castidad de la pirámide invertida para intentar nuevas formas de presentar las noticias y los comentarios culturales. Recuerdo una frase que Payán nos dijo al inaugurar la sección cultural del unomásuno: Aquí vamos a hacer la sociología del espectáculo y el espectáculo de la sociología. Y, por un tiempo al menos, lo logramos.

Una foto, mil palabras

Payán no era periodista pero estaba empapado de pintura y apreciaba tanto la imagen que gracias a la batalla que dio en la mesa de redacción del rotativo la fotografía ocupó un lugar central en las páginas del diario que inauguró una época del periodismo en México. Otra batalla épica que recuerdo con claridad fue darle la portada completa de La Jornada a la fotografía de Octavio Paz al recibir el Premio Nobel de Literatura. Esta vez el forcejeo no fue con los periodistas sino con sus colegas del lado zurdo, ya que la izquierda ortodoxa repudiaba la postura política del poeta.

El Payán, como le decía Becerra Acosta, es un seductor nato, no sólo un don Juan mesurado sino un conquistador de simpatías. También podía ser muy cabrón como me han dicho algunos colegas que lo repudian.

El poeta que lleva dentro

Como a mí en esa feria me tocó el lado amigable, melancólico del poeta que llevaba adentro, lo recuerdo con mucho cariño. Sin su apoyo nunca habría hecho el suplemento cultural que se hizo para el Primer Encuentro de Escritores de Lengua Española, realizado en España, luego de la muerte de Franco. Una reunión histórica por el oscurantismo cultural que ensombreció a la península por tantos años, presidida por Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti. Payán me apoyó con Becerra Acosta para entrevistar a Joan Miró, Henry Miller y Jean Genet. Cómo no querer a ese poeta que apenas este año salió del clóset de las musas.