Opinión
Ver día anteriorJueves 20 de diciembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Arte y tiempo

La negrura

E

n una de las habituales pláticas que teníamos en el periódico, el papá del hoy virtual director del Fondo de Cultura Económica comentaba que por más que había intentado dos o tres veces leer el Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, nunca había logrado terminarlo. No había logrado terminarlo por la enorme angustia que le producía su lectura, al grado tal que el algún momento le era imposible seguir hacia adelante.

Creo que esto que le pasaba a Paco Ignacio Taibo I no le era privativo, sino que esa angustia por él sufrida la padecimos en mayor o menor grado todos los que leímos ese en verdad estrujante relato de Saramago. Dada su calidad, nada de extraño tiene que dos reconocidas personalidades de teatro mexicanas, Conchi León y José Caballero, hayan decidido pasarlo del libro al teatro y, bajo la dirección del propio Caballero y Octavio Michel Grau, presentarla en el teatro Orientación.

Es una buena adaptación que en lo fundamental recoge lo narrado en el original portugués e ilustra bien la sorpresa colectiva, inicialmente individual, cuando súbitamente se presenta y va extendiéndose una epidemia de ceguera. La ceguera blanca se le llama, porque todas sus víctimas aseguran que lo último que vieron fue una especie de mancha blanca.

La ceguera repentina e inexplicable es además contagiosa y, desde luego, incurable, puesto que no hay ningún antecedente ni explicación científica. De pronto, de día o de noche, en la casa, la fábrica, la escuela, la oficina, la iglesia o la calle, alguien se queda ciego, pero como no es uno sino muchos, el caos es inmenso. Esto está plasmado en escena.

Naturalmente, las autoridades toman medidas al respecto y lo mejor que se les ocurre es aislar, internándolos en un hospital que de hecho se convierte en cárcel, a los infectados. La prohibición de salir es terminante: quien intente hacerlo será ultimado a balazos por las fuerzas militares que rodean la cárcel-hospital. El ejemplo es dado el mismo primer día de confinamiento. La comida les será dejada en la puerta del edificio una vez al día en cajas de cartón que deberán quemar después de usarlas.

¿Cómo organizar ya no una vida, sino simplemente una estancia más o menos ordenada o medio coherente en un lugar que nadie conoce, con un conglomerado de perfectos desconocidos y donde nadie ve? La situación angustiosa es por supuesto para todos, y si a eso se agrega que algunos de los custodios también se quedan ciegos y son encerrados en el mismo lugar y condiciones que los demás, la situación de complicación aumenta más, más, más y más. Todo esto logra dárnoslo la adaptación teatral que, acompañada por la reconocida maestría de dirección de Caballero, produce una propuesta escénica sin duda plausible.

El problema está en la aplicación, la plasmación del texto y la concepción del montaje. Y es que los encargados de la realización de La negrura son un numeroso grupo de jóvenes estudiantes de CasAzul a los que, definitivamente, les quedó enorme el texto.

No hay en escena un solo actor (ni actriz, claro), pero tampoco estudiantes avanzados, todos son de un verde que apena. Por supuesto, nada de malo, sino al contrario, tiene ser joven y estudiante, pero sí lo tiene la pretensión, por no decir soberbia, de tomar el cielo por asalto cuando aún no se sabe ni gatear. ¿Responsabilidad, culpa de ellos o de quienes los lanzaron a esta aventura sin observar que para nada estaban aún preparados para ella? ¡Qué pena!