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Ver día anteriorLunes 17 de diciembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Empeñadero
E

l juego de palabras se prolonga. Debemos empeñarnos, realizar un esfuerzo inmenso para deshacernos del legado de Enrique Peña, para despeñarnos. Empeñar es también que lo propio se haga ajeno, como al visitar el Monte de Piedad. Y empeñarse es hoy, en México, asumir hábitos del régimen peñista.

Todo esto pasó el primero de diciembre. Los gestos de Peña reflejaron bien lo que sufría al escuchar la denuncia de sus horrores y cómo se desmantelarían los que para él eran sus mayores logros. Nos despeñamos.

Pero vino después el AMLO Fest. El entusiasmo popular tenía respuesta cálida y sencilla en el Presidente. Pero empezó entonces un espectáculo que pretendía mostrar una nueva relación entre el gobierno y los pueblos indios. Fue un ejercicio ofensivo, ridículo y contraproductivo, inscrito en la tradición de 90 años del Antiguo Régimen, bajo el cual se entregaba el bastón de mando al presidente o gobernador en turno para afirmar dominio y subordinación.

En los pueblos, la ceremonia que se imitó de esa manera grotesca tiene carácter muy distinto. Los mayas peninsulares la organizaron por última vez en 1847. La vara de juramento que aún usan muchos pueblos simboliza la lealtad de la nueva autoridad a su comunidad. La vara o el bastón no dan poder o mando sino compromiso. Y es una ceremonia íntima, entre personas que se conocen y respetan, que asumen plenamente su significado compartido.

Lo que se hizo en el Zócalo viola esa intimidad y sigue la tradición del PRI, para proclamar el sometimiento de los pueblos indios ante el Presidente. Es una actitud racista, como la que adoptó Enrique Krauze ante el zapatismo en 1994. Según él, la mentalidad indígena siempre (está) en busca del guía, del que la va a redimir. En el espectáculo del primero de diciembre transpiró ese racismo que atribuye a los pueblos indios una actitud de subordinación ante el poder.

La contradicción más grave que enfrenta AMLO es que logró llegar a la posición que buscó por décadas cuando el sistema de representación se encuentra en quiebra. Los 30 millones de votos le dieron legitimidad formal y facultades administrativas. No debe confundirlos con representación real. En una espléndida carta que dirigió Jerôme Baschet a los chalecos amarillos, los que no son nada de Macron, muestra que esta insurrección popular en Francia corresponde a la quiebra generalizada del sistema de representación. Ya no se cree en él. Y Jerôme escribe desde Chiapas, para hacer la liga pertinente con quienes han estado creando una alternativa. La doble negación es en realidad afirmación. Quienes no son nada son alguien. Esas personas reales, que hoy se levantan en todas partes, afirman ahora que quienes se dicen sus representantes son ya nada.

Los pueblos que seguimos llamando indígenas no creen en la representación. La más legítima de sus organizaciones, el Congreso Nacional Indígena, no pretende representarlos. Marichuy nunca se asumió como representante; fue la vocera del Concejo Indígena de ­Gobierno.

Quienes fueron al Zócalo, seleccionados desde arriba y rompiendo en muchos casos acuerdos de asamblea, no representan a los pueblos y ni siquiera a sus comunidades. Se prestaron, por unas migajas, a simbolizar una subordinación al poder que en modo alguno comparten los pueblos. Hacia afuera, especialmente para los no indígenas, el símbolo era claro: los pueblos entregaban a AMLO el mando. Pero eso es, precisamente, lo que los pueblos nunca han hecho ante los poderes, lo que han resistido por más de 500 años.

Millones celebran hoy mejores condiciones materiales, con pensiones y becas. Otros celebran con fundamento decisiones indispensables. Pero el primero de julio sólo cambió el capataz de la finca mexicana del capital, como explicaron los zapatistas el 30 de agosto. Aunque sus motivos e intenciones fueran muy otros, el nuevo capataz tendrá que atenerse a la lógica del capital. Actúa dentro de límites muy estrictos, dentro de los que se mueve gente hecha al acasillamiento, a la esclavitud y la servidumbre, los que no saben qué hacer con la libertad. A veces, como explicó el subcomandante Moisés, los caporales que vienen de abajo son los peores con el látigo (enlacezapatista 20/8/18 y 12/4/17).

Los pueblos andan en otra cosa. Para muestra basta un botón: “La libre determinación no está a consulta” ; o “Oaxaca: territorio prohibido para la minería”.

Abajo corren otros vientos.

PD. Lindo el principio liberal: nada fuera de la razón y el derecho, todo por la justicia. Pero…¿quién los define? ¿Qué hacer ante un derecho irracional e injusto, que defienden los jueces que definen legalmente cuál es la razón, qué es el derecho, en qué consiste la justicia?