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“El tren que corría por el ancha vía”
No podemos cuestionar el integrismo neoliberal con De los 925 mil mexicanas y mexicanos que se informaron de lo que estaba en juego y decidieron participar en la consulta nacional sobre los diez proyectos prioritarios del nuevo gobierno, el 98% votó a favor del Tren Maya, que también en el Twitter fue el más socorrido y el más aprobado, además de que, en Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Tabasco, estados por donde pasaría el ferrocarril, el porcentaje de aprobación fue aún mayor que el promedio nacional. En contraste, ecologistas muy calificados, defensores de los territorios y organizaciones indígenas se oponen al proyecto, así como al tren transístmico, al millón de hectáreas de árboles frutales y a la refinería de Tabasco. Se dirá que los cientos de miles que votaron en la consulta de estos planes están mal informados. Es posible. Pero es igualmente posible que los mal informados sean los que se manifiestan en contra, pues entre otras cosas han argumentado que se van a iniciar las obras del Tren Maya el 16 de diciembre sin manifestación de impacto ambiental y sin consulta a los pueblos, cuando desde hace meses el secretario de Comunicaciones, Javier Jiménez Espriú, ha dicho una y otra vez que lo que arrancará en esa fecha son precisamente los trabajos de la consulta y de la manifestación. En todo caso, me queda la sensación de que en algunos el “no” es automático, reactivo, aprendido; un reflejo condicionado de rechazo a todo lo que suene a megaproyecto; una inercia discursiva cuya principal debilidad radica en que se sigue razonando como si nada, como si el primero de julio no hubiera ocurrido. No digo que haya que cambiar de convicciones porque empezó la Cuarta Transformación, digo, sí, que hay que poner los principios en situación. Y la situación sin duda es otra. En julio votamos por el cambio y también el sur-sureste tiene urgentemente que cambiar. El tsunami migratorio de los últimos días viene de Centroamérica, pero documenta inmejorablemente el drama de Mesoamérica toda; zona de desastre económico y penuria social (siete de cada diez mesoamericanos viven en la pobreza extrema) de la que escapa en estampida la población. Aunque en los últimos años los mexicanos ya no elijen preferentemente irse a Estados Unidos sino a Cancún, a la llamada Riviera Maya y a las grandes ciudades. Además de gobernantes torpes, autoritarios e ilegítimos en el sureste mexicano y en Centroamérica hay mineras, monocultivos de plantación, turismo predador y otros megaproyectos agresivos. Pero pienso que, en cuanto a su motivación fundamental, la gente del sur profundo no huye del capitalismo, que en ellos encarna, más bien va hacia el capitalismo norteño. Y para lograrlo va dispuesta a saltar muros, va dispuesta a tomarlo por asalto. La Mesoamérica peregrina no es expulsada por las inversiones sino por la falta de inversiones incluyentes, redistributivas, adecuadas. Y marcha deslumbrada hacia los odiosos “polos de desarrollo”. Lugares que son, sin duda, infiernos sociales, pero donde hay empleo, quizá menos violencia y la ilusión de un futuro mejor que desde hace rato se marchitó en sus lugares de origen. En México hay que defender enérgicamente los territorios rurales, porque ciertamente quienes ahí viven los están perdiendo. Pero se están perdiendo no solo, ni principalmente, por la reciente expansión del llamado “extractivismo”, sino por la añeja deserción física y espiritual de sus pobladores. Porque cuando menos desde los ochenta del pasado siglo y en el marco de las políticas neoliberales, la economía campesina perdió dinamismo y lejos de transformarse y renovarse inició su decadencia. Mientras que, a su modo insostenible y predador, la agricultura empresarial orientada a la agro exportación se dinamizaba e intensificaba, casi toda la pequeña producción de auto abasto o comercial se estancaba y decaía. Y sin proyectos innovadores y creativos que reanimen la esperanza, los campesinos dejan de sembrar y los jóvenes rurales se van.
Sin visión de futuro, el arraigo sostenido solo en el pasado se debilita y la defensa del terruño pierde fuerza, pues en ausencia de opciones promisorias muchos estarán dispuestos a negociar la tierra, demasiados estarán dispuestos a escuchar los cantos de sirena del gran capital. Entonces, la defensa del territorio pasa por el impulso a la apropiación productiva del territorio. Impulso que a su vez demanda inversión. La esperanza se construye, entre otras cosas, con inversión; palanca económica que en México es raquítica: en nuestro país la formación de capital ha sido en promedio de 3% anual en los últimos tres lustros y de solo 1% en el último, cuando en los países asiáticos es de 10%. Hace falta, pues, inversión pública, social y privada. No la de los capitales rapaces que desarrollan polos de negocios social y ambientalmente predadores, sino una inversión social, ambiental y económicamente sostenible. Los profetas del no, que en nombre de los pueblos se oponen siempre a las grandes inversiones públicas porque presuntamente pasan por sobre derechos ancestrales, debieran considerar que también la falta de inversión pública violenta los derechos a una vida buena. Es verdad que algunos opositores solo exigen que se consulte a los posibles afectados o beneficiados, cosa que también hacemos quienes no nos oponemos por principio. La diferencia está en que ellos quieren que se les pregunte a los pueblos no para que en caso de que se realicen los proyectos cuenten con la anuencia y participación entusiasta de la gente de su entorno, sino con la esperanza de que los consultados dirán no… Y si algunos aceptan es que fueron engañados y manipulados etc., etc. El desarrollo que hará habitable el sur requiere inversiones, pero no vendrá necesariamente de inversiones territorialmente concentradas. Si tenemos presente que la marea migrante, siendo multicausal, ha sido disparada en parte por la caída del café, del que en Centroamérica dependen directamente un millón y medio de personas, nos resultará evidente que una tarea inmediata y urgente es salvar a la caficultura de la región y en especial a la caficultura campesina. Lo que demanda innumerables inversiones y acciones de pequeña o muy pequeña escala, dirigidas a cientos de miles de productores dispersos en extensos territorios cafetaleros. Dirigido no solo al café, sino también al cacao, la pimienta, la canela y los maderables, ésta es la visión del proyecto Sembrando Vida, que pronto echará a andar la entrante administración y que algunos critican con fervor. El Tren Maya puede empujar en la misma dirección. Pero para ponerlo en contexto hay que tener en cuenta algunas cosas: En primer lugar que el turismo es una actividad de creciente importancia económica para México, pero el que tenemos es predominantemente un turismo de playa excluyente y predador como el del llamado Caribe Mexicano. Es pertinente entonces explorar otros destinos, que en una península de extraordinario patrimonio biocultural como la yucateca, son evidentes. Además, el proyecto sería una excelente oportunidad para las pequeñas y medianas empresas de turismo alternativo de las que en la región hay muchas. Porque gran parte de los visitantes nacionales o internacionales interesados en la naturaleza y la cultura, buscan también servicios turísticos con calor humano y no presurizados y sanitizados hoteles de cinco estrellas. Por otra parte, los ferrocarriles son la mejor opción para el trasporte de personas y mercancías, pero en nuestro país fueron desmantelados, incluido el del sureste, y la gente mayor los recuerda con nostalgia. Adicionalmente hay que considerar que la ruta que seguiría el Tren Maya ya existe, de modo que el daño y las expropiaciones serían mínimas sino es que nulas. Al respecto importa también decir que una carretera transitada como las que ya hay en la selva rompe el habitad de los animales silvestres, cuyas poblaciones quedan separadas. Lo que no hace la vía de un ferrocarril que pasa de vez en cuando: el jaguar que por algún mal de amores quisiera suicidarse tendría que esperar horas y horas a que pasara el Tren Maya… Hay riesgos, naturalmente, y un desarrollo turístico desordenado puede tener terribles impactos ambientales, culturales y sociales. De modo que además de concertar con la gente y propiciar la más amplia participación social, sería necesario establecer reglas y controles claros. Pero a mi juicio los pros son mayores que los contras.
Releyendo lo hasta aquí escrito me fue entrando la terrible duda de si no me convertí ya en lo que odiaba cuando tenía veinte años. De si no estoy viendo hoy con buenos ojos lo que hace un par de décadas, en los tiempos del malhadado Plan Puebla Panamá, de Vicente Fox, criticaba con vehemencia. Para ratificar o rectificar mi desazón releí el ensayo de mi autoría titulado. Sur. Megaplanes y utopías en la América equinoccial, del libro Mesoamérica. Los ríos profundos. Alternativas plebeyas al Plan Puebla Panamá, publicado en 2001. Y para mi tranquilidad de consciencia encontré en sus páginas las mismas convicciones que hoy me mueven y los mismos argumentos que hoy esgrimo. La diferencia, que no es poca, radica en que a Fox había que confrontarlo y a Obrador es posible acompañarlo. Reproduzco aquí, algunos fragmentos de Sur…, porque creo que siguen siendo válidos. “El éxodo hacia el norte derivado de la insuficiencia de inversión y empleo evidencia que sin duda que la región necesita desarrollo… Y debemos asumir que la inversión es necesaria para el desarrollo, pero no suficiente, de modo que atraer capital a como dé lugar, solapando su vocación predadora, no genera bienestar social sino todo lo contrario. “Ni el gasto público social y en infraestructura, ni los proyectos con dinero de la banca Multilateral, ni las inversiones primadas, son por principio indeseables. Al contrario deben incrementarse, pero siempre vinculados con políticas de fomento al sector social de la producción, tanto familiar como asociativo. [Es necesario] usar la nueva infraestructura como mecanismo de inclusión [además de] diseñarla con participación social informada y ejecutarla con transparencia”. Algunos párrafos escritos hace dos décadas parecen dirigirse a las propuestas recientes de López Obrador: “Sostienen algunos que el plan con maña de los megaproyectos del sur es frenar el éxodo a los EU, mediante corredores transversales. De ser así debo decir que por fin coincido en algo con estas intenciones. Porque, efectivamente, hay que detener las compulsiones migratorias de los surianos; afán que desgarra tanto familias como culturas y amenaza con vaciar nuestros países… Pero parar la migración económica compulsiva es restaurar la esperanza en un futuro regional habitable. Y en este futuro habrá producción agrícola, agroindustrial y de servicios; como habrá industria… Lo que no puede haber son condiciones laborales negreras y saqueo de los recursos. “No podemos cuestionar el integrismo neoliberal con ideas de otro signo pero igualmente dogmáticas”.
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