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Huertos de traspatio: su importancia biológica, económica y cultural María Alejandra Elizabeth Olvera Carbajal INAH
Aún no amanece en Santo Tomás de Allende y doña Bety y Juanita, su nuera, ya están preparando las tortillas para el desayuno que tomará primero don Dionisio antes de ir a trabajar al campo y más tarde ellas, antes de alimentar a sus borregas. Las tortillas irán acompañadas de sus respectivos frijoles, quelites, tal vez un poco de pollo y salsa. Todo ello preparado con productos que en su mayoría fueron cosechados en su propio patio. Santo Tomás se encuentra en el municipio de Huasca de Ocampo, en Hidalgo, y como en muchas comunidades campesinas, la migración es un fenómeno con el que se vive día a día . Don Dionisio es un hombre de 73 años. Él trabaja su tierra solo, ya que sus hijos y nietos viven en Estados Unidos desde hace casi 17 años, por tanto tiene que pagar a otros hombres para que le ayuden en las temporadas en las que se acumula el trabajo. La práctica de hacer milpa ha ido disminuyendo paulatinamente, por lo que muchas familias ya no producen la cantidad necesaria de maíz para el consumo de todo el año. Sin embargo, a pesar de que la producción agrícola está desapareciendo y de que los campesinos de la región se ven influenciados por el uso de agroquímicos y semillas mejoradas, las variedades nativas siguen siendo las preferidas para la siembra. La cantidad de dinero que se le paga a un jornalero para deshierbar, es casi la misma que cuesta pagar por los herbicidas. Sin embargo, la segunda opción va ganando terreno debido al incremento de la migración. La gran mayoría de hombres ha dejado el pueblo para cruzar al otro lado, por lo que ante la carencia de fuerza de trabajo, no queda más opción que utilizar agroquímicos. En este sentido, si la práctica de hacer milpa ha disminuido en una comunidad como Santo Tomás, el agroecosistema que cobra importancia para la autosuficiencia alimentaria es el huerto familiar. Estos espacios, también conocidos como solares en algunas partes del país, se encuentran ampliamente distribuidos en el medio rural y están presentes en todas las condiciones biofísicas y situaciones socioeconómicas. En estos antiguos sistemas de producción de alimentos, los campesinos y las campesinas, con todo el conocimiento que tienen sobre el medio en el que habitan, han intentado simular los ecosistemas que les rodean. Han seleccionado y trasplantado lo que crece en ellos, produciendo y reproduciendo cientos de variedades de plantas con importancia alimenticia, medicinal, ornamental, ritual, artesanal, forrajera, pero también para combustible e incluso para la construcción. Los huertos resultan espacios diversos en cantidad de especies y variedades (de animales y vegetales); son complejos y variados en estructuras, ya que es el campesino quien decide su distribución y su forma. Además cumplen con diversas funciones y dan pie a diversas asociaciones, ya que en esos espacios conviven árboles, plantas arbustivas, herbáceas e inclusive animales domésticos que son aprovechados e integrados al agroecosistema, efectivizando la materia y la energía que en este lugar circulan.
Los huertos se adquieren por herencia, dotación, compra o asignación, y su extensión tiene que ver casi siempre con la capacidad de trabajo de la familia. De ellos se obtienen complementos alimenticios durante la temporada de abundancia y recursos esenciales para la sobrevivencia cuando llegan los tiempos de escasez. Es por ello que el huerto familiar resulta parte fundamental de la reproducción social campesina; al ser espacios aledaños a la casa habitación, gran parte de la vida cotidiana ocurre en estos lugares, por lo que se convierten en el escenario en el que el conocimiento tradicional es puesto en práctica y transmitido a los integrantes más jóvenes de la familia. Son espacios de convivencia familiar e incluso son usados como talleres para la elaboración de artesanías o para la fabricación de herramientas para el trabajo. Desde el punto de vista biológico, los huertos son aún más importantes de lo que se piensa, pues funcionan como refugios vegetales y animales de los ecosistemas aledaños, además de ser almacenes de una gran variedad genética de organismos que se encuentran en procesos constantes de selección y domesticación. La gran cantidad de plantas herbáceas y leñosas que hay en los huertos evita la pérdida de suelo por erosión y favorece la captación de agua por filtración. A pesar de su importancia biológica, cultural y económica, las políticas públicas dirigidas hacia el campo han favorecido la desaparición de los huertos familiares. Sin embargo, su persistencia indica que seguirán forjando la diversidad de los modos de ser campesino y campesina. Desdeñados en el pasado por la lógica avasallante de la agroindustria, seguramente encontrarán acomodo en el nuevo proyecto para el campo mexicano que se dibuja cargado de esperanza.
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