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Chiapas Tejiendo lazos entre Yolotzin M. Bravo Espinosa El Colegio de la Frontera Sur [email protected]
El huerto se va tejiendo, conoces gente, ¿Puedes imaginar un espacio verde en medio de la escuela, con frijoles, zanahorias, calabazas u otra verdura que se te antoje? Estos paisajes, pequeños o grandes, son parte de los huertos educativos. Pero los huertos también son historias de las personas que les dan vida. A partir de algunas experiencias en los Altos de Chiapas, podemos decir que los huertos educativos son lugares donde se tejen relaciones porque abren espacios de diálogo y encuentro entre las escuelas y las comunidades. En ellos conviven niñxs, jóvenes, adultxs y personas de la tercera edad, con diferentes oficios y disciplinas: fotógrafxs, cocinerxs, campesinxs, investigadorxs, albañiles, estudiantes y veladores, entre otrxs. La creación de los huertos articula intercambios de actividades, conocimientos y sentimientos que se pueden dar dentro o fuera de la escuela: desde la construcción colectiva del espacio, la siembra, el riego y todo lo relacionado con el proceso de cultivo, hasta la escritura de cuentos, representaciones teatrales y clases de pintura. Todo esto fortalece al huerto como herramienta de aprendizaje, consolida los vínculos comunitarios y engrandece la compartición de saberes. Además, lxs profesorxs incentivan las visitas a productores locales y realizan talleres de cocina para familiares, como un modo de estimular los conocimientos tradicionales y mejorar los hábitos alimentarios mediante el reconocimiento de plantas nativas comestibles. Los conocimientos hablan de las historias de los abuelos, de cómo y qué sembraban y sobre los alimentos que consumían. Estos aprendizajes que se comparten entre estudiantes y familiares abren la posibilidad de sembrar sin agrotóxicos en zonas donde las políticas públicas incentivan el uso de paquetes tecnológicos y agroquímicos que atentan contra la biodiversidad y los cultivos tradicionales. Asimismo, se crean espacios donde se construyen los saberes: se tejen con lxs alumnxs en la escuela, se replican con los familiares en las casas mediante actividades como la composta o el cuidado de semillas nativas y, en algunos casos, estas prácticas y conocimientos se hilan con la familia extensa e incluso con los vecinos.
En este tejido de relaciones, lxs alumnxs se inspiran a través de lxs maestrxs y de las diferentes personas que visitan sus huertos. Y cuando los familiares van y participan en las actividades colectivas, recuerdan su historia agrícola y revaloran el ser campesinxs. Todo ello genera cambios en los hábitos alimenticios y de consumo personal, aunque las transformaciones más relevantes son las que ocurren a nivel escolar y comunitario, ya que los huertos incentivan relaciones más horizontales y ambientes solidarios que incitan a la organización. Cambios profundos, como revela un profesor de primaria: “El huerto cambia tus relaciones, es un mundo. Conoces a otras personas con diferentes aptitudes y aprendes de ellas, cambias tus amistades, tu modo de vida, tus hábitos e influyes en tu familia: hermanos, tíos y cuñados”. Estas transformaciones están acompañadas de fuertes retos. Los huertos educativos en las escuelas son promovidos por grupos determinados dentro de la comunidad escolar, así que el primer desafío es la aceptación por parte de otrxs maestrxs y de directivos. El segundo es que esta iniciativa se enfrenta a la ideología de una sociedad que observa al desarrollo neoliberal como una alternativa de vida y desvaloriza el campo y al campesinado. “¿Para qué les enseñan a sembrar?” “Los traje a aprender, no a que sean campesinos” o “se ve feo y sucio que los niños anden entre la tierra”. Es común escuchar este tipo de frases y ver actitudes de rechazo, lo que en alguna medida frena el desempeño de los huertos. Sin embargo, dentro de los huertos educativos existen iniciativas que se impulsan desde la agroecología, que aporta a estos espacios una visión integral donde no existen recetas únicas. Además, la agroecología reivindica los saberes ancestrales y las prácticas de la agricultura tradicional, así como apuesta por la diversidad biológica; es decir, cada espacio agroecológico tiene un funcionamiento específico que se sitúa en lo local.
A pesar de que en varios lugares del sur de México el sistema agroalimentario es cada vez más homogéneo y tecnificado, la relación entre los huertos educativos y la agroecología juega un papel importante en la revaloración de conocimientos y rescate de semillas locales, en zonas rurales y urbanas. Aunado a que los procesos de siembra escolares son fundamentales para la vida comunitaria porque son un complejo dinámico de relaciones biológicas y socioculturales. Así pues, es necesario que las interacciones que abren los huertos educativos se conviertan en espacios de diálogo crítico, donde no se promueva una cultura alimentaria homogénea, sino que se reconozca la diversidad biólogica y cultural para la transformación colectiva. Por ello, propongo defenderlos no sólo como herramientas pedagógicas, sino como espacios que transforman relaciones entre personas y comunidades, junto con los vínculos de éstas con los sistemas alimentarios. Los huertos educativos agroecológicos son resistencia política, cultural y biológica. Resistencia política ante las grandes transnacionales que han convertido una necesidad básica como la alimentación en un producto. Resistencia biólogica porque promueven la diversidad y defienden las plantas nativas. Y, por último, resistencia cultural al revalorar los saberes locales y comunitarios.
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