15 de diciembre de 2018     Número 135

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Chiapas

Huertos escolares, ¿para todo el mundo?

Bruce G. Ferguson Grupo de Agroecología, Departamento de Agricultura, Sociedad y Ambiente, El Colegio de la Frontera Sur  [email protected]


El huerto es punto de partida para un sinfín de procesos de investigación.
FOTOS: Laboratorios para la vida

Los huertos escolares son una propuesta educativa sumamente atractiva y potente. Desde 2009, con el equipo de Laboratorios para la Vida (http://redhuertos.org/Labvida/) y cientos de colaboradores más, hemos sido proponentes apasionados de esta forma de aprender haciendo. Somos testigos del potencial del huerto para aportar a una educación eficaz, relevante y feliz.

No obstante, nos preocupamos al escuchar llamados para poner un huerto en cada escuela. Nos preocupamos más cuando la iniciativa de un huerto arranca con el reparto de paquetes de materiales como tablones, cercos, invernaderos y semillas. Estas cosas pueden ser de gran utilidad; sin embargo, como punto de partida ignoran, por un lado, los tremendos retos que implica establecer, mantener y aprovechar un huerto y, por otro, el significado que adquiere un huerto cuando enfatizamos sus funciones como espacio de aprendizaje y encuentro.

Los obstáculos al aprendizaje basado en el huerto son muchos y varían entre escuelas. Los más comunes y difíciles de superar tienen que ver con las relaciones humanas y las estructuras institucionales. En Chiapas, hemos visto iniciativas de huertos estancadas por autoridades educativas e incluso por padres y madres de familia, quienes asumen que la utilidad del huerto se limita a la producción de alimentos y a la adquisición de capacidades en torno a ello. Tienden a reproducir el desprecio de la cultura dominante hacia este tipo de conocimientos, a la vez que ignoran las potencialidades del huerto para reforzar aprendizajes en prácticamente cualquier campo temático.

La atomización de los tiempos y del conocimiento en la escuela tampoco ayuda. A partir de la secundaria, en particular, las educadoras experimentan una fuerte presión por meter conocimientos disciplinariamente acotados en las cabezas de sus estudiantes, según bloques curriculares estrictamente definidos, comúnmente durante clases de 50 minutos. Este régimen envenena la creatividad, la indagación, y la inter y transdisciplina que, de otra manera, podrían florecer en el huerto.


Cada huerto tiene sus propias limitaciones

El entorno físico también presenta retos. Aunque muchos estudiantes chiapanecos no cuentan con aulas adecuadas, el encementar los patios escolares procede a paso acelerado. Incluso en muchas escuelas rurales queda poco espacio para sembrar, y el que hay siempre está sujeto a la imposición de algún proyecto de infraestructura. Hemos visto varios huertos que fueron cultivados con mucho cariño y terminan siendo destruidos por autoridades indiferentes.

El agua también es una limitante común. Cuando una escuela no tiene garantizada agua suficiente para su limpieza (y mucho menos agua limpia para beber), regar un huerto puede crear conflictos al interior de una escuela y con la comunidad circundante.

Finalmente, los educadores requieren de mucha capacitación para aprovechar plenamente el potencial de un huerto escolar. Para cerrar, describimos algunos de los conocimientos y capacidades que, en nuestra experiencia, se conjugan en las iniciativas exitosas.

La ciencia y la práctica de la agroecología. Los principios de la agroecología, tales como la importancia del suelo vivo y la diversidad biológica, el enfoque preventivo, el cierre de ciclos de nutrientes y el diálogo horizontal entre saberes científicos y campesinos, dan la pauta para el manejo de los huertos. Permiten producir de manera limpia y con un mínimo de dependencia de insumos comprados, consideraciones particularmente importantes en el ámbito escolar.

Es esencial que los profesores entiendan estos principios y sepan cómo aplicarlos por medio de prácticas como las compostas, los acolchados y las asociaciones y rotaciones de cultivos. Nadie tiene todas las soluciones, pero contar con estas bases permite enfrentar con mayor confianza los retos que inevitablemente surgen y contribuir a la formación de personas agroecológicamente alfabetas.

La indagación y el proceso científico. El huerto puede ser punto de partida para un sinfín de procesos de investigación sobre el manejo del huerto y la alimentación con relación a la ecología, geografía y cultura de cada lugar. Para ello, conviene que los docentes puedan guiar a sus estudiantes en procesos indagativos, utilizando métodos como la observación, las entrevistas, la etnografía, las encuestas, los muestreos y la experimentación.

La alimentación consciente. Cultivar la propia comida de forma agroecológica nos puede abrir la puerta para la indagación en los sistemas alimentarios en los que estamos inmersos. Sembrar se convierte en un acto de resistencia ante la industrialización de la alimentación y las crisis que conlleva de ambiente, salud y sociedad.


Semilleros de resistencia.

La vinculación curricular. Un proyecto sencillo en el huerto, bien vinculado al currículo, puede reforzar capacidades de lecto-escritura, matemáticas, arte, ciencias naturales y sociales, entre otras. Una profesora chiapaneca de historia incluso partió de un ejercicio en el huerto para entablar una conversación en torno al latifundismo, la reforma agraria y las raíces de la Revolución Mexicana. Aunque las oportunidades son muchas, no siempre son obvias para los docentes, por lo que requieren de materiales y consejos que les ayudan a descubrirlas.

La vinculación comunitaria. Trabajar con las siembras y la comida abre las puertas a un diálogo profundo y respetuoso entre los saberes académicos y comunitarios. Junto con la indagación, las relaciones que se forman alrededor del huerto dotan de nueva significación intelectual, cultural y afectiva a la educación.

Es más, establecer y mantener un huerto escolar no es trabajo de una sola persona. Por lo tanto, recomendamos que los programas de huertos ofrezcan estrategias de planeación participativa que inviten a involucrarse a toda la comunidad escolar.

Invitamos a considerar el huerto escolar como la semilla de una transformación profunda en nuestras formas de alimentarnos y educarnos. Nuestra aspiración al sembrar es nada menos que empezar a sanar las relaciones entre las personas, así como entre las personas y la tierra. Urgen políticas que aseguren, por un lado, la disponibilidad de espacios, agua, semilla agroecológica y demás materiales para los huertos, y por el otro, que lxs educadorxs cuenten con los tiempos, apoyos y capacidades necesarios para aprovechar plenamente el potencial de estos laboratorios vivientes.

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