|
|||
Desastres socioambientales y olvido: los pueblos mè’phàà a un año de los sismos Cristina Hernández Bernal
Decir que los pueblos mè’phàà de la Montaña tienen un año damnificados, sería una mentira. Desde las torrenciales lluvias que azotaron la región hace cinco años por el paso de los huracanes “Ingrid” y “Manuel” en septiembre de 2013, los habitantes de la zona más pobre y vulnerable del estado de Guerrero no han dejado de levantar la voz para que sean atendidas sus demandas cada vez más apremiantes por las deplorables condiciones en que viven. Es el caso de algunos pueblos que habitan en el municipio de Malinaltepec, asentados en zonas ya declaradas como de “alto riesgo” desde el 2013 por la Dirección de Protección Civil Estatal: Paraje Montero, la Ciénega, Moyotepec, La Lucerna, Unión de las Peras, Filo de Acatepec y Tepeyac, entre otras. En el proceso de emergencia socioambiental experimentado por los pueblos mè’phàà desde el 2013, se hace evidente que el reto más grande después de un evento natural de alto impacto es no permitir que la crisis por la que pasan las poblaciones afectadas caiga en el olvido y la invisibilidad, como ha sucedido con los pueblos de la Montaña. Cuatro años después volvieron a enfrentar un suceso meteorológico: los sismos del 7 y 19 de septiembre de 2017. Como parte de las actividades realizadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se hizo un diagnóstico antropológico cuya finalidad era otorgar una dimensión social de sus afectaciones. Acompañada y asistida por Iván Oropeza, hice para tal fin un recorrido del 30 de septiembre al 12 de octubre de 2017 en tres municipios del estado de Guerrero, uno de ellos en Malinaltepec, Montaña alta, los otros dos son Atenango del Río y Xochihuehuetlán. Municipios que, es importante mencionar, viven en condiciones previas de exclusión, marginalidad, violencia y ausentismo gubernamental. Se ha de señalar también que, pese a los llamados de solicitud de atención expresada por diversos sectores de la población, desde el recorrido hecho para los diagnósticos y hasta ahora, a más de un año, las localidades referidas para el municipio de Malinaltepec no han contado con la visita de ningún representante del gobierno del estado y tampoco con los de protección civil, quienes podrían hacer una primera evaluación de los daños que se tuvieron en el municipio. Los sismos de septiembre además de poner el foco de atención en las zonas afectadas, hicieron evidente también, la gran falta de empatía y colaboración para con los pueblos indígenas ante situaciones de emergencia ambiental, sobre todo cuando su espacio habitado en sí mismo representa una vulnerabilidad permanente, histórica. Agravado por el paso de los huracanes, cuyo resultado fue un alto porcentaje de afectación a las tierras laborales que perdieron su capacidad productiva debido a los deslaves, comenzó o, más bien, se agudizó la crisis alimentaria que hasta ahora no ve su fin sino su continuidad, ya que los sismos también influyeron para que algunos terrenos de cultivo con grietas terminaran por derrumbarse. El maíz se fue, y hasta ahora no se ha hecho nada por la vía institucional para ayudar a los y las agricultoras mè’phàà, más que solicitar el apoyo para que se les otorguen 50 kilos de maíz de manera regular a través de la gestión del grupo de derechos humanos “Tlachinollan”. A decir de los propios integrantes de los pueblos, eso no es suficiente y no sería necesario si hubiera un plan real de desarrollo para recuperar sus tierras de cultivo y mantener su autosuficiencia. Las afectaciones a los cultivos de maíz y las tierras laborables se encuentran entre los daños más drásticos a largo plazo por su influencia directa en la alimentación y la sustentabilidad; son parte también de los daños frecuentes de los llamados desastres naturales que con regularidad son ignorados. El maíz es parte, corazón y esencia de su patrimonio biocultural, elemento central de la generación de saberes y conocimientos sobre su cultivo, prácticas tanto sociales como simbólicas que se manifiestan en los diversos rituales y ceremonias que se realizan para asegurar la cosecha y pedir la protección de las entidades. La lengua otorga certeza sobre esto: “ixí ñajun mbi’yalò’, el maíz es nuestra luz, nuestra suerte, nuestro nombre”. Luego entonces, si el cultivo de maíz es un patrimonio tangible e intangible a preservar y en su caso rescatar , nos preguntamos ¿quién o quiénes deben de dar seguimiento a esa catástrofe? Hasta ahora nadie dice nada, el silencio se convierte entonces en la mortaja de aquello que da vida a toda una cultura en sus diversas manifestaciones para dar paso al olvido y la indiferencia.
|