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Huertos urbanos, educando Gabriela Vargas Romero Fundadora y directora de Cultiva Ciudad [email protected]
Cultivar alimentos es uno de los actos más significativos, educativos y transformadores que existen para las personas que habitamos en la ciudad. Hemos perdido la cercanía con lo más básico e importante que nos mantiene con vida: nuestro alimento. Llevamos a cabo el acto de comer de manera casi automática y en muchas ocasiones lo más rápido posible; lo que comemos no nos nutre, sino más bien nos enferma; el desperdicio de alimentos en nuestro país es de 37%, y la salud de las personas y del planeta está siendo afectada por la manera como se producen los alimentos. En mi carrera como sembradora urbana, he visto cómo un huerto se integra en todo lugar y comunidad. Los huertos son espacios que ofrecen experiencias educativas vivenciales que conllevan a una reflexión sobre la crisis ambiental y de salud actual, además de tener un impacto en la conciencia de todo el que participa. Por ello los considero una estrategia fundamental para llevar a cabo una verdadera educación alimentaria. Con la experiencia de haber sembrado cientos de huertos en todo tipo de comunidades y espacios, en lo privado y lo público, donde participan niñxs, jóvenes y adultxs de todas las edades y en todo tipo de situaciones, puedo asegurar que invariablemente acercar a las personas al cultivo de alimentos genera un profundo cambio en la relación que se tiene con los mismos, con el valor que le damos al trabajo del campesino, a los recursos naturales que se requieren para producirlos, mejora los hábitos alimenticios, así como también promueve un consumo más responsable y local. El hecho de cultivar plantas comestibles ofrece experiencias de asombro, reconexión y un continuo aprendizaje. Todo ello promueve una salud integral y despierta el instinto agrario que todos llevamos dentro. Proyectos como Huerto Romita (2006-2012), Vivero Reforma (2009-2012) y actualmente Huerto Tlatelolco (2012 a la fecha), ubicados en el espacio público y concebidos como centros de agricultura urbana, han sido detonadores de este movimiento creciente, al constituirse en sitios donde cualquier persona puede acercarse y aprender los principios del cultivo de alimentos ecológicos. Son ejemplos replicables de un modelo educativo, productivo, demostrativo que se traduce en muchos beneficios socioambientales en el contexto urbano. Actúan como puntos de incidencia desde lo personal a lo familiar y comunitario; tienen un efecto en la manera como percibimos y utilizamos los espacios; aumentan la participación ciudadana y promueven una cultura ambiental. Aportan los beneficios ambientales propios de un área verde urbana de calidad, no sólo a través de microclimas y hábitats para flora y fauna (polinizadores), sino que crean suelo fértil, cierran el ciclo de los nutrientes, disminuyen el desperdicio de alimentos y producen hortaliza nutritiva y local. En cuanto al aspecto social, en el Huerto Tlatelolco hemos tenido la oportunidad de desarrollar un modelo único en la ciudad donde se llevan a cabo una amplia gama de actividades abiertas a todo público: un programa educativo continuo con talleres y un diplomado; un programa de voluntariado en el cual participan tanto vecinos como quienes no lo son, así como visitantes extranjeros.
Más reciente se creó el programa de servicio social, en el que jóvenes universitarios de diversas carreras tienen oportunidad de desarrollar sus habilidades y profesiones, apoyando el perfeccionamiento del proyecto. Por otro lado, el huerto ofrece una variedad de actividades, entre ellas visitas escolares y empresariales; eventos comunitarios gratuitos a lo largo del año donde las personas que participan tienen oportunidad de conocer, acercarse y aprender sobre la agricultura urbana y las ecotecnologías que se pueden aplicar en la ciudad. Desde sus inicios, el huerto se ha distinguido por ser un espacio donde colaboran todos los sectores: autoridades de gobierno local, organizaciones ambientales, instituciones educativas, empresas y personas que desde el principio han apoyado su desarrollo. Entre sus objetivos está el de generar información que sustente todos los beneficios antes mencionados, por lo que en los últimos tres años se ha instrumentado un área de investigación donde se han llevado a cabo tres líneas de investigación. La primera, dirigida por la arquitecta Karina Schwartzman, maestra en Arquitectura Bioclimática y directora de Investigaciones de Culticiudad, A. C., sobre temas de generación de microclimas a partir de áreas verdes de calidad en la ciudad, para lo cual se realizaron mediciones periódicas de humedad y temperatura tanto dentro del huerto como en las tres secciones de Tlatelolco. El estudio demostró que el huerto es un espacio que logra mitigar el efecto de isla de calor y el cambio climático a nivel local. La segunda consiste en mapeos sociales iniciados por el equipo interno del Huerto Tlatelolco y consolidados por la iniciativa de Irma Xánath Bautista Villalobos, estudiante de maestría en Ciencias de la Sostenibilidad, para medir el impacto social que ha tenido el huerto en los últimos seis años. Entender otras iniciativas y sus tiempos de vida permitirá partir de estas bases para mejorar y potencializar su impacto futuro. La tercera línea es la de análisis de muestras de sustratos y hortalizas del huerto, realizado en colaboración con la Universidad de Chapingo. Esto con el propósito de analizar el contenido de las mismas en términos de contaminantes y de determinar la calidad de los productos que se cosechan. Paralelamente, estamos colaborando en el desarrollo del proyecto de investigación del iniat de la Universidad Iberoamericana (uia), donde damos continuidad a esta última línea de investigación comparando mediciones de un huerto a cielo abierto, como Tlatelolco, con un huerto en ambiente controlado en azotea, como el de la uia. Como conclusión, deseo remarcar que todo lo expuesto acerca del Huerto Tlatelolco evidencia que los huertos urbanos son una herramienta de transformación y regeneración socioambiental. Constituyen espacios desde donde se puede promover un urbanismo agrario que vincula y compromete a los habitantes citadinos con los procesos de producción de alimentos, generando así una nueva cultura alimentaria.
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