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Celebrando orígenes y tejiendo redes Martha Elena García Periodista de ciencia especializada en medio ambiente y alimentación calmil.comunicació[email protected]
“De lo perdido, lo que aparezca”. Esta expresión coloquial, que a algunos puede resultarles de conformidad, para mí no lo es. En cualquier circunstancia resulta valioso recuperar algo, por mínimo que sea. Esto viene a cuento porque en la búsqueda de nuevos paradigmas de vida, a finales de octubre asistí al Encuentro Mexicano de Huertos Educativos: Celebrando orígenes y tejiendo redes, donde encontré una gran variedad de experiencias estimulantes, encaminadas a recuperar algo de lo mucho que hemos perdido en nuestro país. El Colegio de la Frontera Sur nos abrió sus puertas en el entrañable San Cristóbal de las Casas, Chiapas –donde me condujo mi trashumante familia cuando era adolescente. Allí, en compañía de más 200 personas provenientes de 16 estados, de Chile y de Puerto Rico, pasé tres días degustando sabores de la cocina tradicional chiapaneca, sazonando saberes, polinizando ideas, intercambiando semillas de viday cosechando experiencias. Todos los participantes –mujeres y hombres, jóvenes y adultos, trabajadores del campo, docentes, estudiantes e investigadores– reconocimos la relevancia de los huertos educativos como espacios de transformación de los sistemas agroalimentarios y del sistema educativo, reconocimiento emanado de nuestras propias viviencias; convencidos de la necesidad de crear la Red Mexicana de Huertos Educativos y de promover la vinculación con otras experiencias del país. La ceremonia maya de bienvenida fructificó en energía, buenas vibras y mucha enjundia para emprender las tareas del encuentro. Los tres días que duró, se nos fueron como agua, entre visitas a huertos educativos, talleres, mesas de trabajo, asambleas y el disfrute de las actividades recreativas. Identificación y alegría condimentaron el encuentro entre pares, pues como comentó Óscar Chan Dzul, de la comunidad de Sanahcat en Yucatán, “se contagia la pasión cuando encuentras gente que piensa como tú, porque uno a veces piensa que está loco, ¿no? Es bonito ver que hay más locos. Hay que seguir en esta lucha para que cada vez seamos más y poder así inclinar la balanza, que está del otro lado, hacia los que queremos un mundo mejor”. Don Santiago Gutiérrez desde hace siete años enseña a los niños a sembrar hortalizas y consumir la mayoría de lo que cosechan: “Si es lechuga comemos ensalada; si es frijol, pues en un hornito ahorrador que tenemos, lo cocemos. Siempre le pedimos a la madre tierra que nos dé el fruto que vamos a sembrar”. Quienes acudieron a El Pequeño Sol, una escuela con un enfoque holístico y aprendizajes para la vida, se congratularon de que lxs niñxs les guiaran y enseñaran a trabajar en un lombricompostero y en la elaboración de un manual de reproducción de semillas. A Irene Garza, de Monterrey, Nuevo León, le encantó el taller de nixtamalización. “Me voy superagradecida por esta oportunidad de estar aquí, donde nos nutrieron de culturas. Nunca había estado en una ceremonia maya. Fue un aprendizaje muy completo. Me sentí incluida en una comunidad que está dispuesta a ayudar”. Diego Vela, también de esa entidad, quien asistió al taller de tipos de suelo, quiere que lxs niñxs de su estado “tengan ese contacto con la tierra como lo tienen acá. Pondremos manos en la tierra para proporcionarles la oportunidad de saber qué se siente, algo que nosotros logramos sentir en este encuentro”. Clara Migoya, del taller de alimentación consciente y creativa, relató los altibajos de su historia alimentaria y cómo encontró una mejor manera de alimentarse en la diversidad culinaria de Michoacán. “Me encantaba ir a los mercados a comer de todo lo que comía la gente, y trataba de investigar por qué comían eso. Aprendí mucho sobre la gran diversidad de alimentación que existe en los pueblos”. Actualmente, explora “qué me sienta mejor a mí, con mis raíces de migrantes europeos y con el corazón de que quiero comer todo lo que hay en este país”. Los visitantes del Huerto Universitario de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad Autónoma de Chiapas, constataron el ánimo de perseverancia para enfrentar con buena cara no sólo la falta de apoyo, sino el menosprecio de las autoridades universitarias que un par de veces, ya establecido y funcionando el huerto, lo desplazaron a otros sitios. Reyna Gálvez comparte: “Es la primera vez que participo y estoy muy emocionada. Me llevo emociones, ideas, herramientas, conocimientos, libros, fotografías, videos, una gran cantidad de información que voy a sistematizar para trabajar con estos elementos allá en mi zona”. Entre otras enseñanzas que me dejó el encuentro, resultó muy enriquecedor comprobar lo que pregona el profesor Hugo Reynaldo Sánchez: “Que la ciencia anda suelta en el huerto de una primaria en Teopisca”. Y así es, sin ataduras ni la rigidez que impone la transmisión de conocimientos en los programas educativos de nivel básico, la ciencia se desplaza libremente por los espacios que el huerto escolar le ha ido ganando al cemento dentro de la escuela Organización de la Naciones Unidas, en Teopisca, Chiapas. Aunque los sitios dedicados al huerto son pequeños, el profesor Hugo nos explicó que la idea es aumentar las áreas verdes, flores y árboles, para que tengan más sombra y la escuela se vea bonita. “Que sea un lugar que invite a todos a quedarse. Por eso plantamos un roble y unos cipreses, que se dan en nuestros bosques, porque aquí sembramos todo lo que sea local”. “Convertimos estos espacios en pretextos educativos. Así aterrizamos la lectura y la escritura cuando los niños describen sus observaciones y experiencias, como las cartas y los poemas que escribieron a una semilla misteriosa que les entregué, donde afloraron sentimientos. Parte de lo que ha olvidado la educación pública es entender que se aprende desde los sentimientos”, reveló Hugo Reynaldo. Otro ejemplo que evidencia la conexión de los contenidos curriculares con el huerto es el jardín de suculentas, donde trabajan la reproducción asexual de las plantas y los girasoles, para observar las partes masculina y femenina de esta planta y su reproducción sexual. A lo largo del recorrido, los alumnos espontáneamente narraron sus experiencias con las semillas, verduras, frutas, hierbas y flores que han cultivado. Pasamos por los lombricomposteros, el de las lombrices rojas californianas y el de las oriundas de la escuela, denominadas mesoamericanas por los niños. Luego fuimos al “brincolín”, una paca digestora donde lxs niñxs ejecutan la danza de la composta para compactar los residuos. “Como son 30, no se cansan pronto”, acotó Hugo. Finalmente llegamos al horno de barro que lxs niñxs construyeron para aprovechar lo que se cosecha del huerto, pero ya transformado en comida. “Cuando lo terminamos, nos dimos un festín con unas pizzas que rellenamos de verdolagas y nabitos”, relató el profesor. Sin duda, en el Encuentro pudimos constatar que por distintas latitudes se están recuperando valiosos saberes y tradiciones que hemos estado perdiendo.
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