uto y duelo por las muertes violentas que marcaron el año del cambio de gobierno que se deslizan en un vivir vertiginoso acicateado por la prisa de la ‘‘vida cibernética” sin tiempo para la elaboración de las situaciones traumáticas. Se agolpan en la memoria las imágenes de muertos y más muertos que confrontan nuestra propia indefensióny que más que realidadparecen crueles ficcionesque desbordan al aparato síquico.
¿Cómo poder elaborar la muerte del otro? ¿Qué sabemos de la muerte?
Emmanuel Levinas (Kaunas, Lituania, 1906-París, 1995) en su libro Dios, la muerte y el tiempo da cierta luz al respecto. ‘‘La vida humana no es un ‘ocultar’, ‘un vestir’, que es al mismo tiempo un ‘desnudar’ porque es ‘relacionarse’… La muerte es la separación irremediable… La muerte es descomposición: es la no respuesta… La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica; no se agota en esta aparición”.
Con énfasis sostiene, más adelante, una reflexión que vale la pena retener.
‘‘El prójimo me caracteriza como individuo por la responsabilidad que tengo sobre él. La muerte del otro no sustancial, no simple coherencia con los diversos actos de identificación, sino formada por una responsabilidad inefable… El morir, como morir del otro, afecta a mi identidad como Yo, tiene sentido en su ruptura del Mismo, su ruptura de mi Yo, su ruptura del Mismo en mi Yo. Con lo cual mi relación con la muerte de los otros no es únicamente conocimiento de segunda mano, ni experiencia privilegiada de la muerte”.
Por tanto, y de acuerdo con Emmanuel Lévinas, la muerte del otro es parte de mi propia muerte. No importa el color, la raza, la religión. La ideología o el estatus social, el otro que muere es parte mía, algo deél que muere en mí y algo de mí muere con la muerte del otro. Algo de nosotros semuere con estas macabras desapariciones.
¿Cómo están afectando socialmente estas muertes?