Espionaje y boom inmobiliario, de la mano // El factor Giuliani
abrá quien asegure que no hay punto de convergencia entre los trabajos de inteligencia –o de espionaje– con el boom de los desarrollos inmobiliarios en esta ciudad, y así, de golpe, podría decirse que les asiste la razón; no obstante, la planeación
de lo que podría llamarse la reconfiguración de la Ciudad de México está impregnada, desde principios del siglo, de labores de inteligencia
.
Por más que pudiera parecer una serie de Netflix, los acontecimientos en la capital del país, ligados a la desaforada carrera por llenar de edificaciones, principalmente para vivienda, a la Ciudad de México, se escribieron en una serie de páginas llenas de intrigas que no termina.
Al inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en lo que entonces se llamaba Distrito Federal, la delincuencia en las calles parecía un mal sin remedio; tocaba, de una manera u otra, a todas las clases sociales de la capital. Marcelo Ebrard, entonces a cargo de la policía capitalina, decidió invitar a México, apoyado por un importante grupo de miembros de la iniciativa privada, a Rudolph Giuliani, a quien pocos conocían por sus dotes inmobiliarias.
Giuliani venía precedido por su campaña tolerancia cero
, hija de la teoría de James Wilson y George Kelling llamada las ventanas rotas
, que permitió, según se ha difundido en Estados Unidos y México, entre otros países, llevar la paz a una urbe tan conflictiva como Nueva York.
El ex alcalde de la Gran Manzana fue, entonces, contratado por el gobierno como asesor en seguridad, pero había algo más en esa asesoría. Quienes recuerdan el paso de Giuliani por la Ciudad de México tienen bien inscrito en la memoria aquel año 2003, cuando Andrés Manuel López Obrador inauguró la Expo Desarrollo Inmobiliario, donde la figura central era precisamente el republicano, quien habló a los asistentes mediante una videoconferencia.
En aquella ocasión, Giuliani imbricó seguridad y desarrollo inmobiliario y clamó por el uso de la tecnología para el combate al crimen que en aquellos momentos golpeaba a los habitantes del entonces Distrito Federal. Aunque nunca dio su nombre, Giuliani, que cobró entonces más de 4 millones de dólares por la asesoría, tenía como principal instrumento un programa llamado Compstat.
Ese programa se sustenta en cuatro componentes: inteligencia y despliegue rápido de recursos, principalmente, pero también usa programas como el llamado Geografic Information System, que puede analizar, muy a detalle, las condiciones de los predios o las áreas asignadas.
Giuliani vino a México a invitación, también, del entonces jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, y el magnate Carlos Slim, y una de las tareas a cumplir era la reinvención del Centro Histórico de la Ciudad de México. Quien se dijo responsable de su presencia fue Marcelo Ebrard. Entonces empezó otra historia.
De pasadita
En eso de la autonomía del Poder Judicial habría que tomarle la palabra a los jueces, y para lograr esa independencia que tanto reclaman lo primero que tendrían que hacer es rechazar que desde la Presidencia de la República se sugiera
quién debe ser incluido en el olimpo de la Suprema Corte.
Que no se meta el Presidente y que a cada uno de estos tan desprestigiados servidores públicos se les elija mediante el voto popular, porque si no es así, de qué autonomía hablan, y hay que decirlo claro: la impunidad, uno de los males mayores que padece el país, es hija de sangre de las decisiones de los jueces que dicen merecer el tamaño del salario que cobran a la sociedad. ¿Qué injusto, verdad?