na vez ocupada la presidencia y empezada la formación concreta del nuevo gobierno, la política del poder reclama su lugar en el espacio real y virtual de la sociedad mexicana. La afirmación fundadora, del pretendido nuevo régimen y la prometida cuarta transformación, de que lo primero es separar el poder político del económico para darle al primero la primacía que le corresponde en toda democracia constitucional, tiene ahora que pasar de los hechos pedagógicos y puntuales, como el de la cancelación del nuevo aeropuerto de Ciudad de México, a la construcción de una perspectiva y una visión de gobierno y de Estado que de sentido a dicha separación y congruencia a los compromisos que le ganaron al presidente Andrés Manuel López Obrador la simpatía y el voto de millones de mexicanos.
Un día después de la toma de posesión, según la encuesta de El Financiero, los ciudadanos ratificaron su decisión de julio. Las contradicciones y hasta posibles incongruencias que diversos analistas apuntaron a los discursos del sábado no hicieron mella en los encuestados quienes parecen dispuestos, por ahora, a tener paciencia a cambio de bienes simbólicos como la apertura de Los Pinos, la venta de aviones, similares y conexos, así como la severa crítica del neoliberalismo o la reivindicación del pasado económico de México sin la menor consideración a los hechos y los dichos que han configurado ese pasado.
La reinvención de la historia es una tentación presente en y de los vencedores, pero la situación de México en un mundo cada día más incierto, reclama un esfuerzo máximo de responsabilidad y claridad en el diagnóstico. Sólo así, desde una plataforma consistente de conocimiento de nuestra realidad, podremos trazar las grandes coordenadas de un proyecto para el desarrollo nacional que se haga cargo de la enorme acumulación de desigualdades y carencias que nos definen.
Hoy, muchos dicen que el gobierno es dueño del tiempo y que las asignaturas pendientes pueden diferirse. Por ejemplo, ha dicho el presidente que hasta que transcurran tres años se encararán los desafíos de un sistema financiero disfuncional y de una estructura fiscal rígida e ineficaz. En particular, la adicción de las cúpulas del poder económico y político a la concentración de la riqueza y el ingreso hasta convertirlas en una cultura afrentosa del privilegio y el agravio.
Jugar con el tiempo puede resultar muy costoso. De estallar el descontento social, los dirigentes pueden sentirse obligados a cambiar el rumbo en estos y otros temas, antes de que el plazo prometido se cumpla, y desatar una crisis de confianza de proporciones inusitadas. Aquellos primeros años sesenta, en que en una crisis de este calibre diera lugar a la configuración de la estrategia del desarrollo estabilizador, no van a repetirse. Los apoyos sociales y proletarios con que contaba aquel gobierno si hoy aparecen están deshilvanados, desperdigados, sin más rumbo que el que la victoria de julio les marcara y que, por definición, se torna evanescente con los días.
Una coyuntura desastrosa, indeseable del todo y para todos, puede irrumpir como tormenta que, sin respetar trayectorias conocidas por los mejores meteorólogos, cambie de dirección. Puede volver sobre su traza anterior y sorprender inermes a grupos enteros, regiones confiadas e ilusionadas, élites autosatisfechas e ignorantes de la potencialidad de las múltiples jugarretas de la interdependencia intensa en la que estamos metidos. De aquí la importancia, la urgencia, de darle a la política del poder otra densidad, cambiando los términos del acuerdo entre los poderes para abrir el paso a una fórmula renovada y productiva de economía mixta.
Nada de esto va a ocurrir, con un pobre Estado. Pobre y sometido a una penuria fiscal que no podrá exorcizarse proponiéndola como virtud teologal o recibida de los ancestros más lejanos. La hora de la reforma hacendaria para recaudar más, gastar más y mejor y con transparencia nos llegó. Hay que convertir al Congreso de la Unión en el foro mayor donde se delibere y acuerde dicha reforma y, también, se encauce la otra asignatura pendiente: la del federalismo. La política exige actuar a la hora señalada. El reloj no puede, no debe, seguirse atrasando.