Domingo 9 de diciembre de 2018, p. a12
Para celebrar el centenario del natalicio de Juan José Arreola (1918-2001), el editor Miguel Ángel Porrúa publica Arreola Vale: sus mejores conversaciones, libro que retoma varias charlas que el autor tuvo con la periodista Tere Vale. Se incluye además, la anécdota que narra Porrúa acerca de la edición de la Memoria que Arreola preparó en 1960 para que México compitiera por la candidatura de los Juegos Olímpicos, y la semblanza que escribió Eric Uriales, de la cual presentamos un fragmento a los lectores de La Jornada, con autorización del editor
La pasión que Arreola tenía por la letras no se limitó al mundo de la escritura y la lectura, se podría decir sin faltar a la verdad, que le gustaba tanto hacer libros como escribirlos. Probablemente dedicó muchos más años de su vida al oficio editorial que al de escribir sus obras.
Son varias las colecciones de libros o revistas literarias que Juan José se encargó de diseñar personalmente y en las que aparecieron escritores consagrados, aunque quizá fueron más las plumas jóvenes a las que les dio oportunidad. Eran publicaciones austeras que el mismo Arreola consideraba como ‘‘marginales”, de tirajes pequeños y a menudo pagadas por sus autores y amigos.
Comenzaba a nacer un pequeño mercado editorial en el que fue fundamental la participación de los exiliados españoles, quienes a menudo contaban con nuevas traducciones de los libros clásicos. Años antes se había fundado el FCE y se abrieron varias empresas editoriales que atendían al también creciente mercado educativo.
Aparecieron las editoriales grandes, pero también los libreros. Las pequeñas librerías familiares eran las encargadas de distribuir los productos de las empresas que tiraban mayores ejemplares, pero también se permitían el contacto con editores modestos o autores, quienes a menudo distribuían su trabajo.
La primera aventura editorial de Arreola se dio en compañía de Arturo Rivas Sainz y se llamó EOS Revista Jalisciense de Literatura que, en su primer número contó con un cuento del propio Juan José, ‘‘Hizo el bien mientras vivió”, algunos poemas de Rafael Alberti y una nota crítica sobre El gesticulador, de Rodolfo Usigli. EOS sólo tuvo cuatro números:
Hubo un momento en el que no tuvimos material para publicar. Entre los amigos cercanos no pudimos reunir textos de calidad para proseguir nuestra tarea, sobre todo partiendo de la idea original de Arturo, de hacer números monográficos.
A ese primer intento le siguió otro de más o menos los mismos alcances. En 1945 apareció la revista Pan, editada por Arreola y el también escritor Antonio Alatorre, quienes a la postre emprenderían varios proyectos juntos. Aparecieron siete números de Pan, aunque Arreola sólo llegó a editar seis debido a su viaje a París. Juan Rulfo sustituyó a Juan José en la edición de los dos últimos números y fue en esta publicación donde apareció por vez primera ‘‘Macario” uno de los cuentos que integrarían El llano en llamas.
En 1950, Alí Chumacero diseñó la colección de plaquettes Los Presentes, misma que editaban Henrique González Casanova, Jorge Hernández Campos, Ernesto Mejía Sánchez y el propio Juan José Arreola, quien fue el motor principal en la búsqueda de escritores jóvenes para publicar. Los Presentes fue una colección que, dada la relevancia de los autores que participaron en ella, podría considerarse como paradigmática.
(Los Presentes) consistió en publicar obras breves escritas por los amigos, con tiro aproximado a cien o ciento veinte ejemplares, impresos con buena tipografía sobre papel Corsican y forros en Fabriano, que fueron numerados y firmados por cada autor… Entre los autores figuramos Ernesto Mejía Sánchez, Carlos Pellicer, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime García Terrés, Augusto Monterroso y hubo un número especial dedicado a Sor Juana Inés de la Cruz, ilustrado por Juan Soriano.”
Los Presentes publicaría los primeros libros de Elena Poniatowska –Lilus Kikus– y Carlos Fuentes –Los días enmascarados–, así como trabajos de autores que marcarían la literatura latinoamericana, como Julio Cortázar, quien entregó el original de Final de juego, mismo que vio la luz en 1955, en un tiraje pequeño que Arreola mandó a París y Buenos Aires. Fue el primer libro en forma del autor argentino. Se publicaron aproximadamente 100 títulos y, a partir de entonces, aumentó el interés de Arreola por la edición:
(…) me di a la tarea de comprar una prensa Heidelberg y montar un pequeño taller para hacer los libros de Los presentes en mi casa, pero me faltaba mucho equipo y no tenía recursos para adquirirlo. Tenía las prensas y a los prensistas, como el maestro Antolín, José Luis y otro apellidado Garay, pero estábamos parados por falta de tipos. Para formar una nueva página teníamos que deshacer otra, nos faltaba siempre lo principal: la tinta y el papel.
En 1958 aparecieron los primeros textos que a la postre conformarían el Bestiario. Ese mismo año inició la publicación de Los Cuadernos del Unicornio, una serie de revistas que después se convirtió en una colección de libros en los que, una vez más, el escritor jalisciense abrió el horizonte de las letras a varios jóvenes, como el ya mencionado González Avelar, Beatriz Espejo, Sergio Pitol, Eduardo Lizalde, Vicente Leñero, José Emilio Pacheco y Rubén Bonifaz Nuño, entre otros.
Pero el trabajo editorial de Arreola no sólo se dio en el ámbito privado o en los libros de autor que publicaban en pequeñas editoriales, pues como ya mencionamos, en 1964 ingresó al FCE, dirigido por Daniel Cosío Villegas.
En el FCE, Arreola trabajó en el departamento técnico y desempeñó como editor y traductor de obras francesas que a la postre aparecieron en la colección Breviarios: La isla de Pascua, de Alfred Métraux; El cine: su historia y su técnica, de Georges Sadoul; El arte teatral, de Gastón Baty y R. Chavance, y El arte religioso, de Emile Male.