Opinión
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Apuntes Postsoviéticos

Quimera

N

ikol Pashinian –el líder opositor que llegó a primer ministro de Armenia tras una revuelta popular y apostó a irse para quedarse–, mañana domingo va a legitimar en las urnas su anhelo de gobernar con un triunfo arrollador en las elecciones que convocó al renunciar de modo sorpresivo en octubre anterior.

Poco antes, en Georgia, otro país ex soviético del Cáucaso, Salome Surabishvili, nacida en Francia de padres georgianos, ganó el balotaje con 60 por ciento de los votos y despacha ya como primera mujer que asume la presidencia de ese país, en las últimas elecciones directas para ese cargo.

Ambos políticos, casualmente, ilustran los extremos que marcan la relación del Kremlin con las repúblicas de la antigua Unión Soviética: la georgiana nada quiere saber de Rusia hasta que devuelva lo que ella llama territorios ocupados (Abjazia y Osetia del Sur) y el armenio se dice aliado de Moscú –por las dos bases militares rusas que disuaden a Azerbaiyán y Turquía de atacar a su pequeño vecino–, mientras no oculta su intención de formar parte de la UniónEuropea.

Algo habrán hecho mal los gobernantes rusos, desde los tiempos de Boris Yeltsin, para que en el espacio postsoviético predominen respecto de Rusia el distanciamiento irreversible (Estonia, Georgia, Letonia, Lituania, Ucrania), la equidistancia hacia Moscú y Washington (Azerbaiyán, Kazajstán, Turkmenistán, Uzbekistán) y la frágil cercanía a base de concesiones y subsidios (Armenia, Bielorrusia, Kirguistán, Moldavia y Tayikistán).

Pero incluso en los cinco países cuyos gobiernos aparentemente están en la órbita de Moscú, sin hablar ya de los restantes, no hay un partido que pueda considerarse abiertamente pro-ruso. Ni siquiera en Moldavia, donde el partido socialista, favorito para los siguientes comicios, proclama un mayor acercamiento con Moscú sin abandonar la línea estratégica del país de integración con la Unión Europea. Lo mismo propone en Ucrania la llamada plataforma de oposición, que además no tiene posibilidad alguna de disputar la presidencia a los candidatos con mayores opciones en las elecciones de marzo del año entrante.

El Kremlin digiere con dificultad que ninguno de sus vecinos quiere someterse a su liderazgo y ello convierte en quimera el propósito de imponer una versión renovada del imperio ruso.