ntes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.
Cuando aún no nacía la esperanza
Ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
Cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.
Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.
Alí Chumacero. Poeta que sabe todo, aun lo que ignora. El poeta presiona vagamente la magia de que un día puede desaparecer, deberá desaparecer. Pero, ¿quién cree en su propia muerte? En el inconsciente no existe, ningún significante lo prende. No es posible representarlo. Como el deseo, es informulable.
El poeta sabe bien que es un ser para la muerte, es por esto que crea, escribe, borra, rescribe, borra, vuelve a escribir.
Chumacero, atraído por el misterioso drama del toreo, que vive intensamente, modula su soplo. Desde siempre conoce el instante del pasaje de la muerte. Así rimó su vida, sobre este vencimiento y se apresura, enseña a los jóvenes, holgazanea, espera, espera. Llegado el momento, llamó a la muerte en la dulzura tenida de una puntuación final, para asumir su destino singular, sin más que una cosa por decir, su deseo. Ese que no se puede decir, más que una sola vez.
Alí Chumacero había dicho todo muy joven. Poema de amorosa raíz, obra acabada, obra por concluir o que no acaba de estar acabada.
Qué podría agregar, a lo que ya estaba dicho desde entonces, obra maestra que contiene a la vez a su creador y toda su creación pasada, la que lleva en él, la más secreta de todas cuyo destino es no ver jamás el día.
No se escribe nunca más que la misma poesía. Toda creación alimenta la parte de muerte que oculta. Deseo de proyectar fuera de sí el exceso que nos habita, hay muerte en todo deseo.
Escondida en el centro de las cosas, siempre estuvo ahí, atenta, paciente, deduciendo a cada palpitación, la parte viva que le roba. Poesía del deseo de vivir, más y más por siempre, a sabiendas que en ese deseo se esconde la muerte. Esa que los gustosos del toreo vivimos cada domingo –vivíamos– y el Chumacero poeta simboliza en el deseo de salir a hombros de la Plaza México.