Sábado 1º de diciembre de 2018, p. a12
En los estantes de novedades discográficas esplende un bouquet de aromas, vendavales, danzas shakespereanas alrededor del templo de Delfos, velos, pasos sobre la nieve, catedrales sumergidas y poesía. Ah, y flores.
Debussy. Satie. Fazil Say (Warner Classics), se titula el disco.
El compositor y pianista turco Fazil Say (Ankara, 1970) es viejo conocido del Disquero. Es como un oso perezoso, un duende corpulento, un niño travieso, el que organiza el desmadre en la clase en la primaria, el que siempre gana todas las canicas, un enfant terribleconsumado.
Suele tocar el piano encorvado y sus manazos sobre el teclado suenan a suspiro de monja y, en su momento, a bramido de tempestades.
Acostumbra gemir, berrear, canturrear mientras toca el piano, a la manera de Glenn Gould y Keith Jarrett. De hecho, realiza los movimientos de danza con las manos para dirigir el rumbo en el aire del sonido que acaba de activar desde el teclado, de manera semejante a como lo hacía el gran Glenn Gould, como si estuviera declamando, y suele encaramarse sobre el mueble del piano y contorsionarse, como gusta de hacerlo Keith Jarrett en escena.
Si es solista en un concierto para piano y orquesta, le encanta hacer el trabajo que le tocaría al director de orquesta sobre el podio y los músicos de fila lo siguen, encantados. El desmadroso de Hammelin.
En México causó furor hace algunos años cuando fue solista de la Ofunam acompañado de su compañera de travesuras geniales Patricia Kopatchinskaya, violinista moldava que apareció en el proscenio de la Sala Nezahualcóyotl con su Stradivarius, su hermoso vestido floreado y descalza, ante el azoro y escándalo de las señoras fifí: ‘‘¡está desnuda!”, cuando sólo tenía desnudos los pies pero irradiaba tal sentido de libertad y placer que parecía desnuda y no dejaron de reír ella y Fazil Say cuando hicieron sonar la música de Chaikovsky y la de Mozart como pocas veces han sonado: arcángeles revolcados de la risa, duendes pletóricos de felicidad.
Los señores fifí durante el intermedio también soltaban interjecciones azoradas: ‘‘¡Está loco! ¡Pero es un genio!”
Fazil Say es una de las grandes personalidades del mundo de la música. Es una celebridad en Europa y es respetado y admirado… y también vilipendiado, pues no resulta cómodo para famas y esperanzas nunca la conducta de un cronopio.
Aun los críticos más fifís, los más severos, almidonados y exigentes le rinden pleitesía, aunque con remilgos, como el comentario de la prestigiada revista británica Grammophon, considerada la biblia del mundo de la música de concierto: ‘‘Dada la proclividad de Fazil Say a sus interpretaciones/payasadas, me complace reportar que se portó bien en este recital, aunque siempre contra la ortodoxia” y repasa a otra figura controvertida del pianismo internacional, el italiano Arturo Benedetti Michelangeli, quienes, Say y Michelangeli, ‘‘trivializan” la obra Danseuses de Delphes, ‘‘asestando arpegios a tontas y a locas” pero rinde homenaje nuevamente a Fazil Say, cuando califica sus interpretaciones, en este disco que hoy recomendamos, de las piezas de Erik Satie: ‘‘deliberadas concepciones estatuarias”.
El disco aglutina en 21 tracks, los doce Preludios del Libro I, de Claude Debussy, en lo que significa el gran homenaje a este compositor cuyo centenario luctuoso fue una de las vertebraciones del año musical que está por concluir.
Se completa el álbum de manera congruente y espectacular con las seis Gnossiennes y tres Gymnopédies de Erik Satie.
Pura poesía.
Inicia precisamente con Danseuses de Delphes. Lent et grave y enseguida escuchamos el sonar de velas (Voiles: moderé) en su invisible crepitar, su juego quieto capturado en su bella incandescencia, para que enseguida escuchemos los azotes de los vendavales: Le vent dans la plaine, en una ensoñación, la escucha de este disco, que se extiende en el track 4: Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir y en profunda calma observamos más adelante catedrales sumergidas.
Sonidos y perfumes, coros de monjes bajo el agua, evocados en paralelo con el uso sutil de sobretonos a partir de la leyenda bretona de la ciudad de Ys, devorada por el mar, encandilada, y de inmediato escuchamos el crepitar de los pasos sobre la nieve y luego vemos danzar a Puck, el personaje de William Shakespeare.
Un mundo construido desde el piano.
La coherencia programática de este disco tiene varias aristas: Erik Satie y Claude Debussy fueron grandes amigos. Como suele ocurrir en la historia, gracias a los consejos de Satie, Debussy consolidó una gran revolución musical, coronada por la escritura de Pelleas et Melisande, ópera que cambió el decurso del género, mientras Satie quedó reducido al campo de los autores de culto,a pesar de la popularidad de susGimnopedias.
Ambos, Debussy y Satie, irrumpieron en el orden establecido para colocar piedras de toque: la recuperación de la poesía, la espiritualidad, la conjunción de las artes visuales. Mientras Debussy ponía los títulos de sus obras al final de sus partituras, siempre atendiendo el venero de la gran poesía francesa de su tiempo (especialmente la de Charles Baudelaire), Erik Satie dispuso nuevo orden en las partituras: quitó las separaciones de barras en los pentagramas y también eliminó las indicaciones en italiano (lento, allegro…) para divertirse de lo lindo: ‘‘con asombro”, ‘‘toque estos acordes con la nariz”, ‘‘haga sonar este pasaje como un gorrión con dolor de muela”…
Satie aconsejó a Debussy alejarse de Wagner y acercarse a sus contemporáneos impresionistas y tejer a partir del sistema de transposición musical y reservó para sí la invención de un sistema de escritura a partir de la atmósfera entre sensual y melancólica de susGimnopedias.
He aquí un disco ameno, novedoso por la manera de frasear de Fazil Say, su forma tan generosa de compartirnos la sonrisa, la alegría, el placer erótico de la música bien tocada.