ste año se cumplieron 40 del inicio del Proyecto Templo Mayor (PTM) que surgió a raíz del hallazgo de la diosa Coyolxauhqui, en 1978. El sorprendente descubrimiento llevó al presidente José López Portillo a ordenar la demolición de las construcciones que lo habían cubierto por siglos y sacar a la luz el mítico recinto mexica.
Recordemos que por más de tres siglos se pensó que ese prodigio arquitectónico se encontraba debajo de la Catedral, como se acostumbraba cuando se levantaba el principal templo católico en una localidad prehispánica. Parece ser que las monumentales dimensiones del gran teocalli les llevó a erigir la iglesia a un costado.
Fue hasta 1914 cuando el joven arqueólogo Manuel Gamio, como director de la Inspección de Monumentos Arqueológicos, investigó los vestigios que surgieron al demoler una casa virreinal. Su conocimiento de códices y las descripciones de los cronistas lo llevaron a determinar que se trataba del Templo Mayor que había deslumbrado a los conquistadores. El histórico hallazgo se mantuvo abierto al público en un pequeño museo de sitio durante 64 años.
A partir del inicio del PTM que dirigió el arqueólogo Eduardo Matos, surgieron miles de objetos que permiten conocer múltiples aspectos de gran relevancia de Tenochtitlan. Su magnitud llevó a la construcción de un bello museo de sitio que muestra buena parte de ellos. El recinto recibe cada año alrededor de 700 mil visitantes.
Los trabajos de investigación han continuado incansablemente hasta la fecha y se ampliaron a los alrededores del Templo Mayor con el Programa de Arqueología Urbana (PAU) que creó Matos en 1991, y que ha dado lugar a descubrimientos notables. Lo encabeza el arqueólogo Raúl Barrera.
Para modernizar el acceso al Templo Mayor y su museo, se construyó una nueva entrada y un amplío vestíbulo. Estas obras permitieron al arqueólogo Leonardo López Luján, actual director del PTM, descubrir construcciones y objetos asombrosos.
Durante los trabajos de construcción entre 2009 y 2012, aparecieron ofrendas con objetos funerarios y huesos; la ubicación de los cimientos del Seminario Conciliar de México (1688-1933), piezas de deidades y objetos. También se encontraron restos cerámicos de la época colonial: mayólicas, loza fina y porcelana china, los cuales podemos admirar en las vitrinas del flamante vestíbulo.
De gran importancia fue el hallazgo del Cuauhxicalco, lugar del recipiente de águila
, consiste en una plataforma circular con cabezas de serpiente incrustadas. Se cree que ahí se enterraron a los tres últimos tlatoanis mexicas. Sorprendió el descubrimiento de un encino considerado sagrado, del periodo de 1440 a 1469, nombrado xócotl, que comunicaba el plano terrestre con el inframundo.
En las labores de excavación y acondicionamiento del nuevo espacio participó un equipo interdisciplinario: ingenieros, arquitectos, arqueólogos, restauradores, biólogos, antropólogos físicos y museógrafos, entre muchos otros.
En días pasados, a un costado del nuevo acceso, se inauguró un monolito de piedra que explica porque el espacio que rodea el Templo Mayor se llama Plaza Manuel Gamio. Este monumento sustituye al que colocó hace tres décadas Eduardo Matos, que quedó sepultado cuando se hicieron las obras del vestíbulo.
El nuevo tiene un original diseño: está realizado con piedras que evocan las que formaron Tenochtitlan y Ciudad de México, que se edificó con las piedras de la urbe mexica: tezontle, recinto y cantera; un segmento de vidrio sólido recuerda el agua de los lagos que la rodeaban.
Para festejar, los nietos y bisnietos de Manuel Gamio nos fuimos muy emocionados a brindar con Eduardo Matos y los integrantes de la Autoridad del Centro Histórico, que dirige Jesús González Schmall, quien promovió la realización del monolito. El sitio: la hermosa casona barroca que ocupan justo enfrente del Templo Mayor.