n estos días de arranque primaveral en el Cono Sur, se llevó a cabo la 26 Asamblea General de Clacso y la octava Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y capital federal de esta vapuleada república. Las reuniones, además, se realizaron bajo el signo del G20, que se reunirá aquí esta semana y ha concitado las más extravagantes operaciones de seguridad para los jefes de los estados que concurrirán a la cita.
Algunos, desde los medios de comunicación o sus tribunas, quisieron ver en la reunión de Clacso una especie de contra cumbre
que pondría al sistema internacional que el G20 pretende articular en el banquillo de los acusados. El reclamo y el juicio se harán y las convocatorias a marchas y mitines están hechas, no sin condenar el sistema global que llevó al mundo al borde del colapso económico y la crisis social a partir de 2008 en que estallara esto que aún llamamos la gran recesión
.
Rastros de este acontencimiento están presentes en prácticamente todo el mundo, pero cada vez hay menos dudas de que la marca de todo el conjunto es la desigualdad económica y social a que ha llegado el mundo, para empezar en sus territorios más prósperos y desarrollados. En esa cacerola se cuecen a diario las más ominosas proyecciones de corrosión de la democracia e irrupción de las alternativas más destructivas del modo de vida liberal y democrático, socialmente seguro y para muchos hasta justo, que se pudo construir en los 30 años gloriosos
que siguieron al fin de la Segunda Guerra.
De esto y más se habló y discutió en los salones universitarios dispuestos para alojar a los concurrentes, provenientes de todas partes de la región y del mundo. La globalización ya no está en la picota, pero no porque se haya impuesto como mantra del activismo o la crítica intelectual o académica, sino porque cada vez más buscan imaginar y construir unos escenarios más allá de la forma de globalización que se impuso al final de la guerra fría. Sus prerensiones universalistas fueron arrinconadas por una diversidad rejega y salvaje, que atestigua la dureza y resiliencia de la hegemonia occidental, así como su desgaste sostenido y el avance impetuoso de otras posibilidades hegemónicas, alojadas en Oriente y en formas diversas y dinámicas de capitalismos de Estado con partidos únicos o casi, como curre en China a la luz del día y ondean como enseñan las orgullosas élites que la gobiernan.
Bajo el signo de la desigualdad, señalada por el presidente Obama como la cuestión decisiva de nuestro tiempo
, las preguntas se enfilan hacia la robustez democrática alcanzada y, desde luego, hacia la perspectiva contraria y hostil abierta en Centroeuropa e Italia, pero también en nuestra América Latina, en Brasil y otras naciones acosadas por crisis salvajes y auto destructivas, como ocurre en Venezuela, pero podría suceder también en América Central.
Como se imaginará, preguntas e inquisiciones voltean a vernos con insistencia y se centran en la velocidad y profundidad que el cambio político y económico pregonado por el nuevo gobierno podrá alcanzar. Si México podrá mantener y ampliar su combinación de estabilidad y renovación políticas sin afectar los delicados equilibrios financieros, internos y externos, o los más delicados resortes de la confianza ciudadana y sobre todo de la que se aloja, siempre inquieta, en los corredores del poder y la alta finanza.
Cómo sortear estos vericuetos sin correr el riesgo de desbarrancarse, ha sido dilema inconmovible de la búsqueda latinoamericana de la emulsión de la democracia y el desarrollo. Sin una proclama efectiva y consistente por la igualdad, como lo ha propuesto con asiduidad la Comisión Económica para América Latina /Cepal) no parece haber camino para andar. Pero opciones hay y están a la mano, como nos lo dijera el viernes en la tarde el sabio José Nun: estas naciones tienen que volverse desarrolladas, pero para ello tienen que impulsar en serio su ciencia y tecnología y convencerse de que sin reforma fiscal, tributaria y del gasto, no hay Estado en que recargarse.
Los márgenes parecen cerrados por la estrechez que nos dejara la crisis aún no dejada atrás. Pero estos se crean y reconocen como oportunidades cuando se redescubre la política como palanca transformadora e iluminadora.
Y no olvidar que tanto la política social como la económica son primero que nada eso: política. Otra lección a conservar y recrear cuanto antes.