Martes 20 de noviembre de 2018, p. a34
En el segundo festejo de la temporada menos chica en la Plaza México, La Clonada ofreció el segundo cartel cuadrado, es decir, lo opuesto a redondo, a equilibrado, esa probada fórmula que por décadas dio buenos resultados taurinos y de público –una figura, uno en vías de serlo y un novel decidido, todos dispuestos a competir frente a la bravura– hasta que los promotores posmodernos, junto con los figurines comodinos, decidieron descubrir el hilo negro, con los pobres resultados obtenidos. Por eso el domingo pasado apenas hubo poco más de un cuarto de entrada.
Hicieron el paseíllo los mexicanos Ignacio Garibay, en su campaña de despedida, y Diego Silveti, con el francés Sebastián Castella, para lidiar un encierro de La Estancia, decorosamente presentado que empujó en varas y tuvo un buen grado de toreabilidad, si bien prevaleció la sosería. Hubo tres tumbos, quizá por el mal cálculo de los piqueros.
A los 43 años de edad y 19 como matador, Garibay decidió retirarse de los ruedos. Al igual que tantos otros, con las cualidades para que un sistema más sensible y previsor lo hubiera convertido en un diestro competitivo y taquillero, Ignacio vio pasar el tiempo sin una adecuada administración acorde a su ilusión, y si bien nunca logró equilibrar su cadencioso toreo de capa con una técnica muletera del mismo nivel, la tarde del domingo tuvo el mejor lote y supo aprovecharlo, llevándose la oreja de cada uno de sus toros y salir a hombros.
A su primero, que ocasionó el primer tumbo y recargó en una vara, lo recibió con suaves verónicas y quitó por templadas chicwuelinas y tafalleras. Fijo y con recorrido llegó el toro a la muleta e Ignacio se acomodó mejor por el pitón derecho. Dejó tres cuartos de acero en lo alto y recibió una oreja. Con su segundo, un cárdeno precioso con 545 kilos, instrumentó verónicas superiores rematadas bellamente a una mano, y mediante preciosos y precisos mandiles llevó el toro al caballo. Tras nuevo puyazo, realizó un quite por tafalleras cadenciosas y ligadas tomasinas, variante de la revolera, pero sin enroscarse el capote a la cintura. A los acordes de Las Golondrinas, esa puñalada sentimental capaz de hacer llorar a las piedras
, que dijera Carlos Septién García, consiguió otra faena derechista a un toro noble, aunque débil, rematada de pinchazo y tres cuartos, para que el público, emocionado, solicitara la oreja.
Sebastián Castella enfrentó primero a un castaño deslucido al que despachó de varios viajes y un descabello, escuchando pitos. Y con su segundo, que ocasionó el tercer tumbo de la tarde, anduvo más decidido, pero sin mayores resultados, por lo que anunció un toro de regalo. Burel muy bien armado que recargó en un puyazo, tuvo son en su incansable recorrido y una embestida de dulce, para torearlo de salón pues. Sobrado de sitio, el francés lo aprovechó, pero lo mató de tres cuartos caídos, por lo que benévolamente sólo se le concedió una oreja, mientras el hombre volteaba al palco del juez, solicitando la segunda. ¡Ah qué las figuras!
Diego Silveti sigue afinando su toreo de capa y desafinando su muleta y su espada. A su primero le hizo un bello quite por gaoneras bajando más la mano de la salida, y con la muleta no logró aprovechar la débil y sosa embestida. Su faena por ambos lados al sexto, también soso y pasador, la malogró con la espada.