17 de noviembre de 2018     Número 134

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Autosuficiencia alimentaria,
los fertilizantes y la conservación
de los suelos

Helena Cotler  Doctora en Ciencias Agronómicas, investigadora del Centrogeo-Conacyt
Fernando De León González  Doctor en Agronomía, investigador en la UAM-Xochimilco.
Jorge D. Etchevers  Doctor en Filosofía (suelos y agronomía), profesor emérito, Colegio de Posgraduados-Montecillo.


Necesitamos transitar hacia una agricultura sostenible y resiliente.

Reactivar la producción de fertilizantes químicos para alcanzar la autosuficiencia alimentaria en el país (El Financiero, 18 de julio 2018) es uno de los proyectos fundamentales de la siguiente administración. La idea no es nueva, programas similares se tuvieron en los años setenta con la llamada “revolución verde”, en la cual, si bien los rendimientos subieron en el corto plazo, hubo grandes costos sociales y ambientales que perduran hasta hoy.

Estamos de acuerdo en que los rendimientos deben incrementarse, para responder a los retos relacionados con la seguridad alimentaria, pero también es importante dar respuesta a los efectos del cambio climático global. Ello requiere implementar una serie de prácticas, enfoques y herramientas dirigidas a aumentar la resiliencia de los sistemas de producción agrícolas y simultáneamente reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), en particular las emisiones derivadas del uso excesivo e inoportuno de los fertilizantes amoniacales, como la urea, el sulfato de amonio y los fosfatos de amonio.

Hoy en día, uno de los problemas más graves que amenazan la autosuficiencia alimentaria es la degradación de los suelos, tema que debe ser atendido a través de prácticas agroecológicas y no exclusivamente a través de fertilizantes.

El nitrógeno es indispensable para el crecimiento y desarrollo de las plantas, pero a diferencia del resto de los elementos esenciales, no se encuentra presente en ningún mineral del suelo. Su único almacén lo constituyen, por un lado, la materia orgánica, especialmente la fresca que se incorpora al suelo y es cada vez más escasa en los esquemas productivos actuales dominados por la explotación agroindustrial y  por otro lado, la fijación natural de nitrógeno, la cual solo pueden realizar las leguminosas en asociación con cierto tipo de microorganismos y unos pocos microorganismos de vida libre.

En los suelos, la respuesta a fertilizantes nitrogenados es mayor en función del contenido de carbono. Por ello, antes de incorporar fertilizantes es necesario mejorar la calidad de los suelos con la incorporación de materia orgánica, a través de residuos, composta y bocashi, entre otros. Tan importante como obtener buenas cosechas a partir de esquemas de manejo del suelo que combinen fuentes orgánicas y fuentes minerales de nutrimentos, es garantizar la conservación de la materia orgánica en el suelo en plazos largos, lo cual asegura el sustento que el suelo proporciona a las actuales y futuras generaciones.

La gran diversidad de suelos en México, de potenciales productivos y los múltiples sistemas de manejo explica que los requerimientos de nitrógeno en los suelos sean muy distintos. Para su identificación se deben realizar análisis de suelos, a fin de conocer las necesidades de cada sistema suelo-cultivo. Para ello es necesario fortalecer y ampliar el número de laboratorios de suelos certificados en instituciones públicas de investigación, como es el caso del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias. El desarrollo de estas capacidades debe ir acompañada de más investigadores y técnicos que trabajen de manera cercana con los agricultores, ya que el uso de los fertilizantes, en especial su dosis de aplicación, la forma de aplicación, la oportunidad de ésta y la forma química, aún requieren de mucho más estudio para evitar pérdidas, contaminación e ineficiencia.  Además, es importante señalar que el nitrógeno no siempre es el elemento limitante en todos los suelos, muchas veces puede ser el fósforo o un complejo de macro y micronutrientes.

Las actividades del sector agropecuario son la segunda mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) del país: representan 12% de las emisiones nacionales de CO2 equivalente (INECC-Semarnat, 2013). En este rubro merecen particular atención las altas emisiones de óxido nitroso (N2O), que contrastan con la baja producción promedio nacional de granos básicos como el maíz, situación que evidencia la baja eficiencia en el uso del nitrógeno presente en los fertilizantes.

Por último, recordemos que en México existe una gran diversidad de productores, y que aquellos que tienen menos de 5 hectáreas son mayoritarios (cerca del 70%) y su producción es para autoconsumo con venta de excedentes. Para este grupo la adquisición de fertilizantes nitrogenados incrementaría mucho el costo de producción. Este sector social requiere una atención especial a través de políticas agrícolas que se enfoquen no solo en elevar los rendimientos, sino en conservar la calidad de las tierras y la diversidad de los cultivos.

En resumen, necesitamos transitar hacia una agricultura sostenible y resiliente que nos permita alcanzar una soberanía alimentaria. Esta meta no se cumplirá solo con la incorporación de fertilizantes sino con una política agropecuaria radicalmente distinta, que no ponga énfasis en agroquímicos y fertilizantes sino en un enfoque agroecológico.

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