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Los árboles de López Obrador “Lo tengo visto; las caobas crecen más rápido de lo que dicen los agrónomos”, sostiene convencido Andrés Manuel. Hace unos años, mientras volábamos rumbo a Oaxaca para presentar uno de sus libros, el hoy presidente electo me contaba que en el ranchito que le dejaron sus padres, que como todos saben lleva por nombre La Chingada y está por el rumbo de Palenque, hace tiempo plantó unas caobas. Y en las escapadas que de vez en cuando se da por su propiedad se ha dado cuenta de que los arbolitos crecen más rápido de lo que sostienen los técnicos. “Habría que sembrar más caobas y cedros para reponer los que por siglos se cortaron. Son una inversión para el futuro y una herencia que se les deja a los hijos”. Reflexionaba Andrés Manuel con sabiduría de ranchero. Hace unos días, invitado a la presentación de Sembrando Vida: programa de comunidades sustentables, diseñado por la nueva Secretaría de Bienestar, les recordaba a los asistentes y al futuro presidente que nos acompañaba, que por culpa de los 30 millones de mexicanas y mexicanos que el 1º de julio pasado votaron por él, Andrés Manuel ya no podrá observar desde la hamaca como crece el par de caobas de su rancho. Pero, en cambio, podrá ver que se siembre un millón de hectáreas con árboles frutales y maderables. Pues en eso consiste el programa que presentábamos. Vaya lo uno por lo otro. Las vertiginosas megaplantaciones de eucaliptos agotando las tierras, sorbiendo las aguas y desplazando a los campesinos del sureste no son más que un espantajo inventado por quienes ya tienen puesto su numerito crítico y lo repiten una y otra vez sin tomarse la molestia de enterarse de lo que hablan. Porque lo único cierto es que son un millón de hectáreas, pero como dijo ese día el futuro presidente: “De eucaliptos, ni hablar”. Dije en el evento -y repito ahora- que si queremos realmente proteger los bosques y selvas que hoy seguimos talando y quemando a un ritmo de 160 mil hectáreas por año, lo primero es preservar los que aún tenemos. Y las comunidades campesinas e indígenas, que son las dueñas de la mayor parte de nuestros bosques, los defenderán con más ganas si pueden vivir dignamente de aprovecharlos de manera sustentable. Porque un bosque protegido y sano es un bosque cultivado. Que conservar y aprovechar es posible, lo demuestran, por ejemplo, los Programas de Desarrollo Forestal Comunitario de Oaxaca, en los que se combinan virtuosamente objetivos ambientales y sociales. Apoyar e impulsar estas prácticas, será tarea de los nuevos responsables de Semarnat, Sagarpa y Conafor. No se puede plantar una selva, no se puede recrear un bosque mesófilo. Por eso hay que conservar y manejar adecuadamente los que aún tenemos. Pero ya hemos talado irresponsablemente muchas de nuestras superficies arbóreas, con la consiguiente degradación de los suelos. Y este daño puede revertirse parcialmente reforestando. Ante todo reforestando el sureste a través de una acción combinada de campesinos y sector público como la que plantea el programa Sembrando Vida de la Secretaría de Bienestar. En la presentación del proyecto, las grandes cifras y la necesaria simplificación pueden conducir a una lectura equivocada que -me consta- sus responsables no comparten. No se trata de convocar a 400 mil campesinos sin empleo ni ingreso y canalizarlos a reforestar un millón de hectáreas degradadas mediante un pago de 5 mil pesos mensuales en un proceso técnica y socialmente acompañado en el que se irán formado cooperativas. Todos sabemos que la realidad del agro es infinitamente más compleja. El ingreso insuficiente y la degradación del medio ambiente son fenómenos reales y preocupantes, pero hay que ubicarlos en el contexto de múltiples y diversos entramados productivos que bien que mal sostienen a las familias. Aun en medio de la degradación ambiental y de la pobreza, los campesinos trabajan, producen y están organizados en núcleos domésticos, comunidades y, a veces, en asociaciones regionales o sectoriales. Los campesinos no están sentados esperando el programa y sus 5 mil pesos mensuales. Pero sin duda lo necesitan. Lo necesitan con urgencia. Y es que en el sureste tenemos dos cultivos campesinos fundamentales para el país: las milpas y los cafetales. Milpas de las que proviene nuestro principal alimento y huertas de las que proviene la principal materia prima cosechada por pequeños productores. Dos actividades de las que depende directamente el sustento de más de tres millones de familias, la mayoría pobres. Dos aprovechamientos que enfrentan dificultades, tanto socioeconómicas como agroecológicas, cuya superación depende en parte de que se siembren arbolitos. Ancestral, identitaria y clave para el autoconsumo campesino, la antes itinerante milpa del sureste se sedentarizó, estableciéndose por lo general en terrenos de mucha pendiente que sembrados año tras año y por el sistema de roza, tumba y quema no solo pierden fertilidad, también pierden suelo arrastrado por el agua y el viento. “A las milpas les nacen piedras”, dicen los campesinos… Y en las piedras ya no se puede sembrar. El problema tiene remedio: basta con establecer las filas de maíz en curvas a nivel e intercalar entre ellas árboles frutales cuyas raíces amarran el suelo y cuyas hojas lo abonan. El sistema se llama Milpa Intercalada con Árboles Frutales (MIAF) y ha sido probado con éxito en Oaxaca y Chiapas por familias campesinas que han mejorado su vida, pues además de maíz, frijol, jitomate y chile ahora tienen fruta que mejora su dieta y cuyos sobrantes pueden comercializar. La dificultad está en que el sistema requiere algún aprendizaje, además de que los arbolitos son costosos y tardan dos o tres años en ensayar. Razones por las que el MIAF se ha venido extendiendo muy lentamente. Pero ahora estará Sembrando Vida, que tiene como una de sus principales líneas de trabajo la introducción de frutales en las milpas campesinas; lo que incluye acompañamiento técnico, recursos para hacer viveros y apoyo con jornales en el período de transición. Y con ello sin duda se expandirá rápidamente el MIAF. Diversificar aún más un policultivo ancestral de por sí diversificado y hacer sustentables milpas que ya no lo eran, no solo fortalece la soberanía alimentaria empezando por las familias campesinas, sino que genera empleo, aumenta el ingreso en especie y dinero y mejora la calidad de vida de algunos de los mexicanos más pobres. Y además es reforestación. Qué más se le puede pedir a un programa público.
Otro sector vital es el del café: cerca de medio millón de familias con huertas promedio de una hectárea y varios millones de jornaleros que los ayudan a cosechar, trabajadores del cafetal que juntos producen y exportan un grano aromático de gran calidad. Y una parte de este café es orgánico, es decir cultivado sin agroquímicos en plantaciones de montaña que además son de sombra, de modo que en ellas se entreveran cafetos con árboles frutales y maderables. Admirables “jardines de café” que infiltran el agua de lluvia, evitan deslaves, preservan la biodiversidad y le dan vida económica a regiones enteras. Pero vino el cambio climático y una vieja plaga, el hongo de la roya, se envalentonó tumbando hasta dos tercios de las cosechas. Golpeados por las pérdidas, algunos pensaron en abandonar el cafetal, o aun en cambiar el uso del suelo a ganadería o cultivos anuales. Lo que sería ambientalmente catastrófico. También este problema tiene remedio, pero hace falta mejorar el manejo de las huertas y renovarlas con variedades de café más resistentes a la roya. Rejuvenecimiento problemático, pues trasnacionales como la Nestlé quisieran que se replantaran, no variedades arábigas sino robustas, ciertamente más resistentes, pero de menor calidad, y que ellas emplean para fabricar café soluble. Resistir la presión de las trasnacionales y del gobierno que está por concluir, encontrar variedades que sean resistentes al hongo y a la vez produzcan un café que dé calidad en taza, cultivar las nuevas plantas en viveros y una vez crecidas trasladarlas a las huertas donde también habrá que renovar los árboles de sombra, es una tarea enorme que se complica cuando, como sucede con frecuencia, los precios internacionales del grano aromático caen estrepitosamente. La recuperación de la vital caficultura mexicana es tarea de la nueva Sagarpa, pero en el tema de la renovación de las huertas, los arbolitos de Sembrando Vida, que en su línea de agroforestería incluye destacadamente al café, serán providenciales. Esto siempre y cuando los planes se flexibilicen, pues se ha anunciado que en 2019 el programa solo trabajará en cuatro estados del sureste: Chiapas, Veracruz, Tabasco y Campeche, y dentro de la misma región es muy importante apoyar también la renovación de huertas en Oaxaca y Guerrero. Otra virtud de Sembrando Vida es que incluye apoyo para jornales, muy necesario mientras en las huertas renovadas se recupera el anterior nivel de producción. El programa de la nueva Secretaría de Bienestar no se queda en la milpa y el cafetal, incluye también el impulso a otros sistemas agroforestales en donde los árboles maderables y frutales se combinarán con el cultivo de materias primas en las que México tiene potencial pero que no han contado con apoyo, como el cacao, la canela, la pimienta… El modelo me parece plausible porque, más allá del convencional costo-beneficio, toma en cuenta la seguridad en el largo plazo y la distribución en el tiempo del esfuerzo y el ingreso, factores que son fundamentales en la planeación campesina. Así el programa incluye cultivos anuales que en el corto plazo proporcionan ingresos en especie y dinero, huertas de frutales con aportes de mediano plazo y plantaciones de árboles maderables cuyos beneficios son de largo plazo. Además de que incorpora la capacitación y el fortalecimiento organizativo. Nada que ver con la invasión de eucaliptos que anuncian los críticos y mucho que ver con el auténtico interés de Andrés Manuel por las caobas y los cedros. Aunque también se trasluce en Sembrando Vida la pasión de su director técnico por el cacauatl, del que -me dice- somos país de origen pero al que hemos abandonado. Hugo Chávez, que así se llama, es doctor en desarrollo rural, pero ha establecido en su natal Tabasco una pequeña huerta de cacao, recuperando las variedades endémicas que se están perdiendo y produciendo una semilla de alta calidad que, con un grupo de amigos a los que convenció de cultivar buen cacao, exporta a Europa. Y sin duda está presente en el programa la profunda identificación con el campo y los campesinos de la futura secretaria de Bienestar Social, María Luisa Albores, quién hace apenas unos meses, en Cuetzalan, donde vive, me presumía el maíz que jiloteaba en su milpa y me mostraba los cafetos que tiene al lado de su casa. Con gente así, ¿cómo no va uno a creer en el nuevo gobierno?
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