as evidencias de que en el panorama electoral de Estados Unidos hay un cambio paulatino se demostraron en los comicios que se efectuaron el martes pasado. El Partido Demócrata ganó la Cámara de Representantes por un margen abrumador: 231 serán demócratas por 204 republicanos, con un total de 55 millones de votos los primeros y 48 millones los segundos. Los republicanos conservaron la mayoría en el Senado; tan sólo siete de sus senadores buscaban relegirse por 26 de los demócratas, era difícil que estos últimos ganaran en todos los casos.
Las razones de lo sucedido son diversas, de entre ellas destaca que las mujeres y las minorías raciales se inclinaron de manera clara por los candidatos demócratas; 59 por ciento de las mujeres sufragó por los demócratas y el resto por los republicanos, según una encuesta de CNN. Eso explica también que 100 de ellas, un número sin precedente, llegarán al Congreso. Es alentador que la votación del electorado latino pasó de 8 a 10 por ciento, y llama la atención que el concepto más buscado en Google el martes pasado fue: dónde votar
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Los republicanos también sufrieron un fuerte descalabro en las gubernaturas. Perdieron siete estados, de los 33 que gobernaban. En dos aún no se define ganador. En Georgia, donde por primera vez en la historia hay una candidata afroestadunidense, y no obstante las innumerables violaciones a los derechos de los votantes de color, la diferencia entre el candidato republicano y ella hasta el domingo era menos de 0.05 por ciento con miles de votos por contarse aún. También en Florida debido a lo cerrado de la votación, habrá un recuento de sufragios para definir quién gobernará ese estado.
Es casi imposible, y sería un error, tratar de circunscribir lo sucedido a una o dos causas. En la elección se combinaron una serie de factores que muy probablemente reverberarán en el futuro electoral del país. Es evidente que el efecto Trump ocasionó un resultado negativo en la mayoría. Indudablemente fueron factores en el descalabro de los republicanos su insistencia en destruir la reforma de salud, conocida como Obamacare, el sistemático ataque a los migrantes y la xenofobia implícita, sus referencias racistas, la misoginia que lo caracteriza y sus berrinches en contra de los medios de comunicación.
Pero también hay otras causas menos notorias, aunque no menos importantes. El paulatino crecimiento de las urbes y los suburbios en donde el voto favorece cada vez más al Partido Demócrata. En ellos hay una población cada día más educada e informada que se ha percatado de las pifias del gobierno que encabeza Donald Trump y del aplauso que, a pesar de ellas, ha recibido del Partido Republicano. No se puede explicar de otra manera que, a pesar del nivel más bajo de desempleo en los pasados 50 años y el crecimiento de la economía, los electores hayan volteado la cara al gobierno que presume de esos logros. Una buena parte del electorado sabe que la economía no ha crecido ni el desempleo se ha reducido por obra y magia de Trump y sus adláteres. Está consciente que el proceso de crecimiento económico no comenzó hace dos años, sino en la administración de Obama.
Los procesos electorales no sin irreversibles. Las causas del paulatino cambio en las preferencias electorales que sufre Estados Unidos tienen causas más profundas que van más allá de las barbaridades o las trapacerías que comete una administración. Entre las causas que pueden alterar la geografía de electores están: el surgimiento de una generación más joven y diversa entre los votantes y en los puestos de elección popular; una población menos ignorante de lo que sucede en su entorno; una conciencia creciente sobre la necesidad de luchar por una sociedad menos desigual, y el respeto de los jóvenes a la diversidad racial y sexual. Lo lamentable sería que los demócratas equivocaran nuevamente la estrategia y se distrajeran exclusivamente atacando a Donald Trump, en lugar de dar prioridad a su agenda de cambios.