Los responsables de una pensión eterna // Hubo 47 legisladores que no votaron por la leyenda de Tlatelolco en la Cámara // Silencio de ignominia
videntemente tienen derecho: son terceros perjudicados. Sí, porque todos los ciudadanos a partir del decreto del 19 de noviembre de 1970 y del segundo, de principios de noviembre (me parece que martes 9) de 1976, están obligados a contribuir para que los ex secretarios de Marina y Defensa reciban al retirarse y hasta su fade out definitivo, privilegios exclusivos, aunque su desempeño haiga sido como haiga sido
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Ellos, los inexplicablemente llamados causantes
de estas exacciones, denominadas impuestos más que contribuciones, me piden, porque consideran su derecho, conocer quiénes fueron los legisladores cuyo voto razonado y voluntario
los dejó comprometidos de por vida y las de sus descendientes, a pagar la regalía injustificable. En verdad, no tengo información cierta, que a la mejor me animaba a divulgar. Por eso me concreto a mencionar los nombres de quienes sé de cierto o tengo presunción fundada en actitudes, expresiones o publicaciones posteriores que merecen reconocimiento, aunque sea a 40 años de su digno y valiente comportamiento en ese entonces. Menciono, en primer término, a Jorge Efrén Domínguez, quien fue el que desató el tsunami legislativo. A Ifigenia Martínez, Puente Leyva, Armando Labra, Víctor A. Maldonado, Gustavo Salinas, Eguía Valderrama, Reyes Nevárez, Julio Zamora, Gustavo Salinas, Antonio Tenorio, Mena Brito, Esteban Garáiz, Jaime Aguilar, Mera Arias, mi entrañable vecino de curul Jaime Sabines y, cuando menos, 10 más. Si agregué a alguien de forma indebida le ofrezco disculpas y si otro me reclama por incluirlo sin pruebas le doy un renglón para la aclaración pertinente. También, si un diputado emitió en ese entonces un voto de conciencia y no lo registré, con gusto lo reivindico. Ahora que si un tercero en discordia (pero con mucha ídem) votó conforme a consigna y solicita ahora su reivindicación, que se dirija al departamento de C y C (chayotes y cochupos) de la columneta a fin de que, de acuerdo con la tarifa publicada en el portal de transparencia del Poder Legislativo, le den a conocer el arancel correspondiente a la corrección de información vertida sobre una persona. La cuota obviamente será diferente si es falsa, verídica o todo lo contrario. Esto me viene a cuento porque leo en nota de Roberto Garduño y Enrique Méndez que por unanimidad de 453 legisladores presentes
la Cámara aprobó inscribir con letras de oro en el muro de honor del recinto la leyenda: Al movimiento estudiantil de 1968
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Fueron entonces 47 los diputados que no votaron. Las causas de su abstención o ausencia pudieron ser múltiples, y si dentro de ellas estaba su inconformidad con el acontecimiento, me parece explicable su decisión de hacerse occisos y no atreverse a dar, en estos tiempos, su verdadero color. En cambio, la actitud de los actuales votantes y aplaudidores de esa muy retrasada inscripción resulta denigrante y bajuna, se convierte en su lápida no sólo política sino esencialmente moral. Desgraciadamente en la política la licantropía, más que una leyenda, es una condición.
Cómo me hubiera gustado estar en San Lázaro cuando se inscribió la leyenda. Hubiera grabado, aunque fuera con mi modesto Huawei GR-3, una serie de close up de los rostros hieráticos, tensos, pétreos, busterkeatonianos de diputados, senadores, dirigentes partidistas o todavía funcionarios que durante 50 años fueron devotos sumisos a la omertá, en todo lo que al genocidio del 68 se refiere. Fueron varias veces legisladores, gobernaron sus estados e integraron gabinetes, pero la tarde roja (o Rojo amanecer, dirían Rojo y Bonilla) de Tlatelolco fue siempre la eterna y negra noche de su silencio pleno de ignominia. O, ¿se conoce al respecto alguna declaración pública en la prensa o medios electrónicos? ¿La explicación fundamentada, creíble y honesta expuesta en la cátedra sobre las razones inevitables del genocidio? Hay quienes, obligados a emitir un comentario han llegado a repetir (antes de la pasada elección) que los comandos de la CIA y NKVD se enfrentaron en Tlatelolco (en ensayo para entibiar la guerra fría) y demostraron ser los causantes reales de la tragedia. Son los surfistas políticos
: su destino lo fija la orientación de la ola. A ellos corresponde inclinarse donde sopla el viento. No duden que dentro de ellos habrá un Guillermo Schulenburg que diga que la verdad histórica
de Ayotzinapa era una versión libre de los hermanos Grimm.
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