a doctora María Elena Álvarez-Buylla Roces anunció que cambiará el nombre del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), organismo que encabezará a partir del primero de diciembre, para que en lo sucesivo se denomine Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (Conahcyt). El objetivo, que hasta ahora ha sido expresado de distintas maneras, consiste en destacar la importancia que tendrán las disciplinas humanísticas en la política de ciencia y tecnología de la próxima administración. En mi opinión, el nombre es algo muy importante, tanto en las personas como en las instituciones, por lo que vale la pena examinar con cuidado esta determinación.
Los criterios para la clasificación de las disciplinas humanísticas encierran múltiples dificultades (incluyen, de acuerdo con el Sistema Nacional de Investigadores, antropología, arqueología, arquitectura, artes y letras, bibliotecología, diseño, filosofía, historia, lingüística, pedagogía y enseñanza de las ciencias), pero en realidad la iniciativa de cambio de nombre, al menos en el discurso de la futura directora general, busca no sólo destacar el papel de las humanidades, sino de algún modo se irradia hacia el conjunto de las ciencias sociales.
Nadie puede negar la importancia que tiene la investigación en estas disciplinas para el desarrollo del conocimiento y del país, pero resulta válido preguntarse si el camino más efectivo para apoyarlas es insertarle una H (el nombre legal es con mayúscula) a la denominación de un organismo que en el artículo 2 de su Ley Orgánica establece claramente entre sus funciones: II. Apoyar la investigación científica básica y aplicada y la formación y consolidación de grupos de investigadores en todas las áreas del conocimiento, las que incluyen las ciencias exactas, naturales, de la salud, de humanidades y de la conducta, sociales, biotecnología y agropecuarias, así como el ramo de las ingenierías
(Diario Oficial de la Federación, 5/6/02).
El apoyo a las ciencias sociales y las humanidades ya es una obligación legal que tiene el Conacyt, su cumplimiento es obligatorio y no está condicionado a la modificación de su nombre. Pueden discutirse en todo caso si este compromiso se ha cumplido cabalmente, examinar las necesidades específicas actuales de estas áreas y desarrollar las políticas públicas correspondientes, tema al que me referiré más adelante.
Si esto es así, entonces la motivación para un cambio en la denominación de este Consejo Nacional hay que buscarla en otra parte y no en un vacío legal. En mi opinión, el origen de esta determinación se encuentra originalmente en la necesidad de corregir un error.
Pocos días antes de las elecciones del primero de julio circuló profusamente un documento elaborado por Elena Álvarez-Buylla que provocó gran irritación entre los investigadores de las disciplinas sociales y humanísticas (ver, por ejemplo, artículo del ex director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México Guillermo Hurtado, en La Razón, 28/7/18). No me voy a referir específicamente a ese texto, pues la autora pidió casi de inmediato que se dejara de difundir. No obstante en entrevistas y declaraciones públicas posteriores a ese incidente, una idea central seguía estando presente: las ciencias sociales y las humanidades no como áreas con objetivos propios, sino como una especie de apéndice de las demás ciencias, por ejemplo: “Sería una barbaridad no tener pensadores o metapensadores que ayuden a reflexionar… el contexto filosófico o histórico de las ciencias (citado por Judith Amador Tello, Proceso, 5/8/18).
Visto así, destacar la importancia de las ciencias sociales y las humanidades introduciendo una H en el nombre del Conacyt podría entenderse como una especie de sobrerreacción en respuesta a una mala interpretación sobre algo dicho o escrito que, desde luego, no justifica el cambio en la denominación.
Pero todo lo anterior ha tenido una virtud, pues ha revelado el aspecto central de lo que puede ser una estrategia para fortalecer e impulsar decididamente a las ciencias sociales y las humanidades en nuestro país, la cual tiene que pasar necesariamente por la recuperación de su autonomía. Eliminar las cadenas con que se les ha obligado a adoptar el modelo de las ciencias exactas y naturales. Eliminar los criterios de evaluación que obligan a publicar artículos en lugar de libros; que imponen el uso del inglés en lugar del español al examinar y enfrentar los problemas del nacionales, y reconocer el valor del trabajo individual.
Corregir y cambiar de opinión enaltece. Así lo ha visto ya la doctora Elena Álvarez-Buylla, quien ha encargado a un grupo de expertos –según informó en reunión reciente con la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Diputados– examinar este tema y proponer los cambios necesarios en la valoración de estas disciplinas y adoptarlos como política pública. Esto es lo verdaderamente importante… No cambiar de manera forzada el nombre del Conacyt.