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La revolución silenciosa de la ANEC
Cecilia Navarro
Cuando surgió, allá por 1995, la principal preocupación de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC) era hacer frente a la competencia desleal que la firma del TLCAN representaba para los pequeños y medianos productores mexicanos de maíz y frijol por la entrada de granos altamente subsidiados procedentes de Estados Unidos. Desde entonces, la ANEC ha denunciado el desmantelamiento del sistema agroalimentario mexicano, la entrada de maíz transgénico al país y la decidida preferencia del gobierno mexicano por los grandes productores y ha luchado por abrir espacios para la comercialización de los productos provenientes de la agricultura campesina. La preocupación por el tema de la producción, sus costos y sus impactos ambientales llega a ANEC aproximadamente en 2008, cuando abre su Programa de Desarrollo Productivo Sustentable, pues para la organización se hace evidente que es necesario buscar opciones que “reduzcan los costos, incrementen la productividad y los ingresos de los agremiados y que a la vez sean amigables con el medio ambiente y cuiden los recursos naturales para las generaciones venideras” (1). En el año 2013, la ANEC comienza a implementar un modelo alternativo de producción, al que llama la Agricultura Campesina de Conocimientos Integrados (ACCI) combinado con Manejo Integrado de Cultivos Inducidos (MICI), con el que se busca mejorar los rendimientos, reducir los costos de producción y dar a las familias alternativas para dignificar su labor en el campo. Para la ANEC y sus agremiados ya a estas alturas es evidente que el paquete tecnológico convencional a la larga es la peor alternativa. No sólo es muy costoso y para cada siembra hay que invertir más, sino que, además, va deteriorando el suelo, contaminando el agua, enfermando a los productores y contaminando los alimentos. “La revolución verde llegó a su límite”, dice la ANEC en 22 años abriendo brecha. “La revolución verde está hecha para matar. Lo que necesitamos es un plan de inocuidad alimentaria para nuestro país, que la producción de alimentos no tenga efectos en la salud ni en el medio ambiente”, dice Juan José Valdespino, ingeniero agrónomo, especialista en agroecosistemas y uno de los impulsores del modelo ACCI-MICI de la ANEC. Este modelo propone “rescatar la producción campesina, recuperar el buen manejo del suelo y, sobre todo, reconocer y respetar la diversidad y complejidad de las condiciones agroecológicas y socioeconómicas” (2). Sus tres principios son:
La idea de este modelo es que el suelo está vivo y las plantas pueden generar sus propios mecanismos de resistencia. Para ponerlo en marcha es importante conocer los procesos de crecimiento de las plantas y su interacción con el ambiente. Con este conocimiento, se recurre a diversas herramientas (extractos vegetales, aminoácidos, fitohormonas), a fin de fortalecer la resistencia de los cultivos a eventos climáticos, plagas y enfermedades. Cada productor decide a qué ritmo incorporar esta propuesta en sus tierras. Entre los pasos que incluye la adopción del ACCI-MICI están: análisis continuo del suelo, el agua y los tejidos; cultivo del suelo, prácticas culturales, nutrición vegetal, resistencia vegetal a eventos imprevistos, introducción de desarrollo productivo y vegetativo, conocimiento y uso de la información climática a nivel local, conocimiento y mejoramiento de semillas y producción local de bioinsumos y conocimientos. Otro factor importante es que los productores estén organizados, que sus líderes estén convencidos de impulsar la transición, que cuenten con técnicos capacitados y tengan capacidad para producir los bioinsumos que se utilizan. Hoy, a 5 años que comenzó esta transición con las organizaciones afiliadas a ANEC, por lo menos 25 mil hectáreas, de 10 estados, de 3,500 productores organizados y que forman parte de la ANEC están produciendo con ACCI-MICI. Entre las entidades participantes están: Nayarit, Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Morelos, Guerrero, Puebla, Chiapas, San Luis Potosí y Chihuahua. Adicionalmente, hay organizaciones no afiliadas a la ANEC, como la Asociación nacional de fondos de aseguramiento, que ya también están adoptando este modelo en otras entidades, entre ellas Sinaloa, llamada el granero de México, y suman otras 25 mil hectáreas, explica José Atahualpa Estrada, del Programa de Desarrollo Sustentable de la ANEC. Los resultados de esta conversión son muy claros: se trata del regreso a la producción agroecológica, la eliminación paulatina del paquete tecnológico convencional, la restauración de los suelos, la reducción de costos y las afectaciones de los siniestros naturales sobre los cultivos, el aumento de la producción. Y van por más. Notas 1. Cobo Rosario, Paz Lorena y Bartra Armando, “22 años abriendo brecha. Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC). Por una modernización del campo con campesinas y campesinos”, México, 2017, ANEC, pp. 114. 2. Ibidem, pp. 117-118.
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