20 de octubre de 2018     Número 133

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

La agricultura retorna a su esencia natural

Daniel Moss Director del AgroEcology Fund
Mark Bittman Escritor sobre temas de comida, cocina y políticas alimentarias


Mujeres podan ramas utilizando técnicas de regeneración natural de arboles en campos cultivados.
FOTO: CIKOD/Groundswell

Cultivar la tierra sin considerar los impactos ambientales ha sido el modelo bajo el cual ha venido funcionando gran parte del sistema de producción de alimentos en el mundo occidental durante, al menos, los pasados 75 años. Los resultados no han sido agradables: suelos agotados, aguas contaminadas con químicos, agricultura familiar campesina en riesgo, deterioro de la salud pública y más. Pero existe un nuevo enfoque que combina innovación y tradición, uno que podría transformar la forma en que producimos alimentos. Se llama agroecología y coloca la ciencia ecológica en el centro de la agricultura. Es un movimiento que está despegando fuertemente a nivel global.

Representantes de más de 70 países se reunieron en abril de 2018 en Roma para debatir sobre este enfoque que busca crear un sistema alimentario mundial más saludable y sostenible. Estuvimos ahí. Fue una reunión estimulante y alentadora; más aún cuando José Graziano da Silva, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), exhortó a alcanzar “un cambio transformador hacia una agricultura sostenible y sistemas alimentarios basados ​​en la agroecología”.

La agroecología no es una ciencia complicada, simplemente, aprovecha al máximo los elementos que ya existen en la naturaleza, o en la finca, para cultivar alimentos. Pero en un sistema alimentario de 5 billones de dólares, dominado por empresas transnacionales cada vez más grandes, el posicionamiento del principal funcionario de la Naciones Unidas, de animar a los agricultores a que usen composta como fertilizante, a que atraigan a los polinizadores y depredadores de plagas agrícolas y tengan cultivos complementarios para la salud del suelo, es como una astilla en el dedo de una industria agrícola cínica fundamentalmente autorregulada. Esa una industria que nos haría creer que necesitamos tecnología de punta (por ejemplo, organismos genéticamente modificados) para cultivar una zanahoria.

Gran parte del mundo se está dando cuenta de los costos del enfoque industrial que caracteriza a la agricultura estadounidense, con su adicción a los productos químicos y al monocultivo. Un nuevo cálculo conocido como contabilidad de costos reales está cuantificando cifras en dólares de la “contribución” de la agricultura industrial a la erosión del suelo, el cambio climático y la salud pública. Al mismo tiempo, cada vez más países -impulsados ​​por redes de pequeños y medianos agricultores como La Vía Campesina– están logrando cambios hacia políticas e inversiones que respaldan los sistemas alimentarios agroecológicos.

En India, el estado de Andhra Pradesh, donde habitan 50 millones de personas, está invirtiendo 200 millones de dólares para lograr que sus agricultores cultiven con base en  una práctica agroecológica conocida como agricultura natural con cero costos. Esta práctica utiliza nutrientes de las mismas fincas para cultivar, evitando el uso de  fertilizantes químicos costosos o pesticidas, que llevan a los agricultores a adquirir grandes deudas. Más de 100 mil agricultores están usando este método, y aproximadamente 500 mil agricultores en 3 mil comunidades lo utilizarán a finales de 2018, tres años antes de lo previsto, según los organizadores. El gobierno prevé invertir 2.3 mil millones de dólares para expandirlo a seis millones de agricultores en cinco años.

En África, el Centro Africano para la Biodiversidad, una organización de investigación y defensa de la soberanía alimentaria, ha instado al gobierno de Tanzania a eliminar los subsidios de fertilizantes químicos y acelerar la transición hacia la agroecología mediante el apoyo a los pequeños agricultores. En Ghana, la organización Centro para el Conocimiento Indígena y el Desarrollo Organizacional está trabajando con líderes locales para promover prácticas forestales sostenibles que restablezcan la humedad del suelo para frenar el avance del desierto del Sahel.

Ambas organizaciones dialogaron en Roma y son parte de la Alianza por la Soberanía Alimentaria de África, una red que exige a los gobiernos se aprueben leyes que garanticen una verdadera seguridad alimentaria, apoyando a agricultores en el cultivo y distribución de variedades de semillas resistentes a climas adversos. En África Occidental, Francia prevé invertir 8 millones de euros para fomentar la agroecología (la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional debería tomar nota).

En América, el Colectivo Agroecológico del Ecuador está fortaleciendo una red de ferias de productores para alcanzar un objetivo nacional que busca la soberanía alimentaria, consagrada en su Constitución. Más al norte, el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, ha respaldado un plan que busca que los principios agroecológicos sean la fuerza que guíe la agricultura mexicana.

Los países ricos también se están contagiando. Francia ha comprometido mil millones de euros para ayudar a la mayoría de sus agricultores a través de capacitación, apoyo, investigación y desarrollo, con el fin de adoptar prácticas agroecológicas para el 2025. En los Estados Unidos, el Programa de Buena Compra de Alimentos ha desarrollado un sistema que ayuda a ciudades y grandes instituciones a dirigir su poder de compra hacia alimentos cultivados a nivel local y de manera sostenible. Este programa ha sido implementado en ciudades como Los Ángeles, San Francisco y Chicago (esperamos que la ciudad de Nueva York sea la próxima, y muchas otras sigan su ejemplo).

Estas iniciativas son solo algunos de los muchos ejemplos en todo el mundo que buscan fomentar la agroecología, que en diversas ocasiones enfrenta un sistema liderado por la industria y lleno de subsidios agrícolas y corporativos que inclinan la balanza hacia los agronegocios y sistemas extensivos de monocultivos y dependientes de agrotóxicos.

La agricultura a gran escala reacciona ante la agroecología, desprestigiándola como algo bonito pero pintoresco que seguramente no logrará alimentar al mundo. Este ataque se puede interpretar como el reconocimiento del poder de la agroecología (por supuesto, la industria reconoce el poder de la agroecología, como lo prueba su creciente marketing verde). La agroecología se basa 100% en la ciencia y la experimentación en las fincas, enraizada en el conocimiento tradicional de las comunidades y las prácticas de los agricultores que conocen sus tierras y cultivos, y los científicos que trabajan con ellos para mejorar sus prácticas agrícolas sostenibles.

En una comparación de 30 años, realizada por el Instituto Rodale, en producción orgánica y química de maíz y soya se encontró que, después de un declive inicial en los primeros años de transición de los cultivos con químicos, los cultivos orgánicos “se recuperaron e igualaron o superaron al sistema convencional”. En lugar de tratar el suelo como una mina a cielo abierto, estas prácticas regeneran la biodiversidad y la fertilidad del suelo.

Cultivar más y más maíz y soya por hectárea es un indicador terrible de éxito cuando se trata de destruir el suelo y dañar la salud. La agroecología mide su éxito con un criterio que incluye no solo kilos de producción y calorías, sino también cómo los alimentos nutren a las personas mientras regeneran el suelo y el agua y ayudan a más agricultores a ganarse la vida. Las técnicas agroecológicas también fijan carbono (los métodos industriales lo liberan); fomentan la diversificación de cultivos, que regeneran la diversidad del suelo en lugar de reducirla; conservan las variedades locales de semillas en lugar de reemplazarlas con variedades patentadas e inasequibles; respaldan las culturas alimentarias locales y sus poblaciones; apoyan a negocios locales que operan cerca de las fincas y crean trabajos.

La agroecología es más que un conjunto de técnicas limpias, es una filosofía que promueve la definición de cómo debe ser realmente un sistema alimentario. Si creemos que la producción de alimentos debe estar relacionada con mantener saludables a las personas y al planeta, no necesitamos nada más que cancelar el sistema industrial actual y crear uno que incluya garantizar la tenencia de la tierra para agricultores e indígenas, logrando que los mercados locales funcionen para los agricultores de pequeña y mediana escala, así como para los consumidores y los trabajadores, y que se pongan en práctica más políticas públicas, como el Programa de Buena Compra de Alimentos.

Lo que se debatió en Roma no se quedará en Roma. Este movimiento no solo es correcto, sino que está vivo y creciendo.

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