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El alcance y potencial de la agroecología Francisco J. Rosado May, Ramón Mariaca Méndez, Laura E. Trujillo Ortega y Octavio Ruiz Rosado Con el impulso a la agroecología en México y el mundo se ha hecho visible una crítica que se refleja en la siguiente pregunta ¿tiene la agroecología la capacidad de aplicarse en agricultura a gran escala? La respuesta corta e inmediata es un sí definitivo. Sin embargo, para evitar malas interpretaciones es necesario hacer algunas precisiones. El concepto de “gran escala” debe ubicarse en su justa dimensión. En el imaginario de mucha gente esto se confunde con los enormes campos de monocultivos donde se aplica la tecnología de la revolución verde, muchas veces asociada con organismos genéticamente modificados. Los enormes campos de maíz en Sinaloa, de fresa en Michoacán, de trigo en Sonora, de agave tequilero en Jalisco, o los 5 millones de toretes en Veracruz, entre otros casos, refuerzan esa percepción y han cambiado drásticamente el paisaje alimentario. Esas grandes extensiones de cultivos no son ejemplos de manejo agroecológico, ni son sostenibles. En México han aumentado de manera constante las hectáreas dedicadas a cultivos orgánicos. De acuerdo con la Asociación de Consumidores Orgánicos (cosumidoresorganicos.org), a finales de 2017 ya había, oficialmente, un millón de hectáreas de diferentes tamaños, dedicadas a producir alimentos orgánicos y cerca de 400 mil productores inscritos en el sistema nacional. México ocupa el 7º lugar en el ámbito internacional en producción de alimentos orgánicos y el tercero en número de productores, después de la India y Uganda. El 85 % del total de productos orgánicos reconocidos así por la SAGARPA se exporta. Entre ellos están café, aguacate, miel, cacao, mango, uva y hortalizas, así como la carne y lácteos de bovinos. Los estados con mayor superficie para la producción de orgánicos son Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Querétaro, Puebla y Veracruz. Otros estados, como Quintana Roo, apenas crearon políticas públicas en esa dirección; en Tabasco hay excelentes empresas de comercialización del cacao producido con bases agroecológicas, altamente competitivas a nivel internacional, como el grupo CICAS, que logró producir el chocolate “adiu” y que cuenta con poco mas de mil hectáreas acreditadas. En Veracruz destaca el ejemplo de Ixhuatlán del Café, en el que cerca de 1200 cafeticultores lograron una “certificación agroecológica” para cerca de 1500 hectáreas; 157 de esos productores son los primeros en México en lograr certificación como productores orgánicos no por cultivo sino por parcela, lo que incluye hasta 7 productos adicionales al café, que abarca 308 hectáreas. Esto es el resultado de un proceso comunitario, con participación de académicos, que reconoce que la ecología, sociedad y cultura son mutuamente influyentes y crean un paisaje que refleja sus prácticas agrícolas, diversidad biocultural, formas de mercadeo y consumo alimentario. De esta manera se crearon redes agroecológicas que permitieron el intercambio de experiencias y saberes dando origen al concepto de “café comestible”.
Si bien los cultivos orgánicos, reconocidos por una certificación formal, siguen principios agroecológicos, no son los únicos sistemas de este tipo. También están los miles de pequeñas parcelas, muchas de ellas manejadas bajo sistemas tradicionales, prácticamente sin insumos externos. Algunos estudios señalan que alrededor del 80% de los productores mexicanos tienen menos de cinco hectáreas; a nivel mundial la FAO reconoció en 2014 que este tipo de pequeños productores aporta el 70% de todo el alimento consumido. La suma de miles de parcelas ofrece cantidades de extensión territorial considerable estimada en millones de hectáreas. Por ejemplo, la milpa tradicional ocupa en México una superficie total estimada de entre 5 y 10 millones de hectáreas. Otro sistema agroecológico de gran escala es el silvopastoril, que incluye el manejo de ganado criollo en ecosistemas pasto-selva; estudios de etnoagroforestería en México estiman que el 30% de la producción de ganado bovino proviene de unidades campesinas. El huerto o traspatio familiar, puede albergar en un solo espacio más de 100 especies vegetales alimenticias, ornamentales, medicinales, para construcción, junto con más 20 especies de fauna criada y silvestre manejadas, manejado casi siempre sin agroquímicos externos. Tan solo en el sur del país, la cantidad de estas parcelas ubicadas casi siempre alrededor de la casa habitación campesina rebasa los dos millones de unidades. Para complementar el escenario arriba mencionado, en todos los sistemas agroecológicos se llevan a cabo relaciones sociales, económicas y culturales importantes para la sostenibilidad del sistema. Entre ellas están: la solidaridad campesina; el contacto productor-consumidor; el fortalecimiento de los mercados y consumo local antes de priorizar las exportaciones; los sistemas productivos están configurados con base en redes de productores, el uso de trueque-intercambio de productos, así como los micro mercados. Para agroecología el concepto de “gran escala” incluye no solo la extensión de una sola parcela, que puede tener una superficie de más de 5 hectáreas, sino que también abarca la suma de las pequeñas parcelas. Lo importante es la aplicación de los principios fundamentales de la agroecología, que es a la vez una ciencia, un movimiento y una práctica de actividades que conducen a la sostenibilidad. En años recientes la agroecología ha desarrollado una nueva forma y necesidad de entender la complejidad que representa la estructura y funcionamiento de los sistemas agroalimentarios, especialmente con respecto a su impacto en la sociedad, la economía, la nutrición, la paz y la sostenibilidad en general, lo cual ha conducido a acuñar el concepto de paisaje alimentario (foodscape en inglés). La idea es que a través de un concepto podamos percibir y entender las diferentes aristas de los sistemas antes mencionados. El paisaje alimentario permite entender y construir la dinámica social que vincula a la producción de alimentos con lugares, personas y procesos materiales. Con este concepto podemos no solo entender los procesos ecológicos en un paisaje o territorio donde se producen los alimentos, sino que también podemos integrar y articular los procesos sociales, económicos, políticos y humanísticos que están inmersos de una u otra forma en el sistema agroalimentario; esto nos permite tener un entendimiento más integral y holístico de sistemas complejos necesarios para encontrar alternativas de solución a problemas complejos. Entonces, ¿tiene la agroecología la capacidad de aplicarse en agricultura a gran escala? La respuesta corta e inmediata es un sí contundente.
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