al vez sea así desde siempre, en todas sus versiones, pero aquí me referiré, a grandes trazos, a algo muy cercano a nosotros: la historia de América Latina, además sólo a su fracción más próxima, la contemporánea, la que corre en nuestros días.
Tras el triunfo de la revolución cubana, es normal que tanto el imperio como los países continentales se pertrecharan en su mayoría para evitar tales extremismos: a pesar de todo, surgió entonces una catarata de golpes de Estado que salvó
al continente de los regímenes de izquierda, pero que lo hicieron naufragar en los mucho más siniestros del fascismo y de las dictaduras militares que asolaron al continente durante al menos cuatro décadas, con un enorme costo en vidas de mucha de nuestra mejor gente. En términos generales podría decirse que esa amenaza quedó atrás, excepto el impulso que la extrema derecha ha recibido del presidente del imperio, Donald Trump; no será pues un tiempo fácil para America Latina salvo que hoy la globalización pueda contribuir a frenar los radicalismos de la derecha, lo cual está por comprobarse.
Por ahora, los regímenes latinoamericanos parecen situarse entre Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro, es decir, entre una izquierda con tradición y que exhibe la fuerza que le proporcionó una votación de 53 por ciento del padrón electoral de México y una figura política que bien podría ganar en la segunda vuelta de las elecciones en Brasil, pero que se ha exhibido ya en las fases preliminares como un extremo radical de la extrema derecha, sin que le falten las exclamaciones de admiración por el presidente del imperio y los símbolos del fascismo europeo, inclusive la cruz gamada del hitlerismo.
Tal vez ninguno de los regímenes de la derecha que tomaron el poder recientemente en varios países continentales (Chile, Colombia, Brasil, Argentina, Panamá, Honduras, Guatemala, Perú y Dominicana) se asemeja a las dictaduras militares de la segunda mitad del siglo XX. Pero el imperio cuenta con ellos como un ejército de reserva si es que el péndulo de la historia se tornara a la izquierda en los próximos tiempos. Con toda la fuerza que pueda tener el movimiento Morena de López Obrador, y su carácter ejemplar, no es fácil que el fenómeno se repita en otros países del continente, y mucho menos, que se constituya en guía si toma un camino de franco izquierdismo. El tiempo no parece ser el de los caminos extremos; sin embargo, debe reconocerse que México tiene el peso específico para ser un ejemplo real.
De ninguna manera creemos que México pueda ser fácilmente objeto de un golpe de Estado. En principio muchas razones objetivas militarían contra esa posibilidad, sin olvidarnos de que hace 100 años el país no ha tropezado con un obstáculo de tal naturaleza, que en principio sería inaceptable para tirios y troyanos. Eso no significa una imposibilidad radical. La defensa de los intereses de clase y su sobrevivencia pueden hacer de la excepción una regla y abrir las compuertas que nos sumirían en un desastre mayor. Otro argumento también válido en México en contra de la posibilidad de un golpe de Estado sería el de la vecindad con Estados Unidos que no aceptaría un desorden mayor en un país al lado suyo. En el caso de Estados Unidos habría que pensar incluso en sus tradiciones democráticas que se opondrían también tajantemente a una conflagración con indudables repercusiones en su interior. Al menos deseamos pensar en lo dicho.
Lo que sí podemos adelantar es el hecho de un vuelco generalizado hacia la derecha en América Latina, haciendo mucho más difícil para el gobierno de AMLO una refundación o simple refuerzo de nuestros lazos con la mayoría latinoamericana. En principio no será fácil para México navegar en aguas internacionales, cuando menos en las más próximas a nosotros. Por supuesto, queda siempre un ancho mundo para relacionarnos y otorgarle a México un lugar de distinción en lo internacional. Pensamos siempre en una diversificación efectiva de México en sus vínculos internacionales, ampliando nuestros intercambios con Europa, desde luego con los asiáticos e incluso, en un tiempo mayor, con los africanos. Este proyecto no es utópico a condición de comenzar ya con ese esfuerzo de diversificación cuyo primer paso seria el de ir rompiendo con la exclusividad norteamericana, lo cual es un reto mayor.
Este proyecto de diversificación política y comercial, a largo plazo, es sin duda uno de los desafíos mayores a que se enfrentará México bajo la presidencia de López Obrador, para la Secretaría de Relaciones Exteriores de su gobierno y, en conjunto, para su administración.