o debemos olvidar. Pero tampoco encubrir.
Se dijo y escribió lo que hacía falta el 2 de octubre, pero sigue pendiente derivar las consecuencias pertinentes de la conmemoración y recordar el contexto.
Como insisten los padres de Ayotzinapa, lo primero es la verdad. No puede haber justicia si no la conocemos. Lo dijo bien Rosario Castellanos: “No hurgues en los archivos pues nada consta en actas […] Recuerdo, recordemos / hasta que la justicia se siente entre nosotros”.
Sin embargo, ¿qué sería la justicia? ¿Desenterrar al Díaz Ordaz y encerrar al Echeverría? ¿Cazar o denigrar culpables adicionales? ¿Bastan esclarecimiento y castigo? ¿En eso consiste la justicia? ¿Eso buscamos hoy con todos los crímenes encima?
Trazó el rumbo una de las madres de Ayotzinapa: no recuperará la serenidad hasta que lo ocurrido con su hijo no pueda ocurrir con nadie más. Tomémoslo en serio. ¿Qué haría falta para que así fuera?
El monopolio de la violencia legítima otorgada al Estado
se perdió hace tiempo en México; los gobiernos no tienen ya monopolio de la violencia y menos aún legitimidad. La de AMLO parece estar fuera de discusión. ¿Es suficiente? Es cierto que hay una apertura a la esperanza
(Magdalena Gómez, La Jornada, 2/10/18). El presidente electo se compromete a no usar nunca más la fuerza para reprimir los movimientos sociales. Sin embargo, “su compromiso personal […] no garantiza que esto no vuelva a suceder” (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 2/10/18).
El asunto no consiste en confiar o no en su palabra, sino en preguntarnos si eso es todo. A final de cuentas, lo que está en entredicho es el diseño mismo del Estado-nación, que sólo es la forma política del capitalismo y una estructura de dominación y control, supuestamente democrática. Una posibilidad real de justicia sólo puede existir si adoptamos un nuevo horizonte político, más allá de esa estructura.
Eso es lo que empieza a cundir. “Es el momento […] de empezar a construir autonomía de base social […] y encontrar alternativas comunitarias al Estado-nación”, se sostiene dentro del movimiento catalán. El 11 de septiembre, en la fiesta nacional de Catalunya, se coreó la consigna el pueblo manda, el gobierno obedece
(Mireia Pérez, La Jornada, 1/10/18).
Tenía razón el finado sup Marcos cuando señaló que 68 era más que Tlatelolco. Fue la calle como territorio de la otra política, la de abajo, la nueva, la luchadora, la rebelde
. Fue aprender de la abierta confrontación entre varias formas de hacer política
. Treinta años después, escribió en 1998, la lucha continúa
(2/10/1998)
Un movimiento centrado en los universitarios amplió espacios políticos, económicos y sociales para ellos. Logró también avances hacia la normalidad democrática
. No debe subestimarse su contribución, directa e indirecta, a cerrar el ciclo de dominación que por 90 años asociamos con el Partido Revolucionario Institucional y llegó a su fin el pasado primero de julio, aunque sigan en circulación zombis que aún portan la franquicia y otros quieran tomar en sus manos la estafeta.
Falta lo que falta. Al recordar y conmemorar la otra política, la de abajo, no olvidemos el contexto que la sembró. Por buenas razones se destaca Berkeley, el mayo de París, Tlatelolco… Pero los reflectores sobre el 68 y los estudiantes pueden ocultarnos la década entera, que es inevitable llamar revolucionaria.
Hubo realmente un espíritu de los sesenta
y junto a su corriente individualista hubo otra solidaria y comunitaria; todo se puso en cuestión: la familia, el trabajo, la educación, el éxito, la cordura, la locura, el cuidado de los niños, el amor, el urbanismo, la ciencia, la tecnología, el progreso, la riqueza
(José Ma. Sbert, 2009). Era necesario cambiarlo todo
(Germán Dehesa, 1997). The sky is the limit. Despegó un nuevo movimiento feminista, cuando Betty Friedan fundó en 1966 la National Organization for Women. Fue Martin Luther King. “Parecía poderse ver de repente todo lo que una sociedad tenía de intolerable, al mismo tiempo que las posibilidades de otra realidad social… Para 80 por ciento de la humanidad, fue como si la Edad Media llegara súbitamente a su fin en los sesenta” (Henri Weber, 1998). Y algo muy importante: se creyó de pronto en el sustrato de los excluidos e inadaptados, los explotados y perseguidos de otras razas, los desempleados y los in-empleables
(Marcuse, en Kumar 1991). Los jóvenes “no desean un futuro como el nuestro, que hemos probado que éramos unos cobardes… agotados por la obediencia, víctimas de un sistema cerrado” (Sartre, en Winock 1997). La década termina como un ciclón. Praga, los Guardias Rojos, las Panteras Negras, Woodstock…
Fue un error colgar la revolución de líderes que la traicionaron. Pero no se equivocaron quienes crearon la Comisión Trilateral para sofocarla e inventaron la equívoca etiqueta neoliberal para su campaña. Es esto lo que ahora termina. Empieza a ser posible, en medio del horror y la devastación, lo que entonces no pudo ser.