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El 68 a medio siglo
Testimonio 68: Dos flechas en el atardecer
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▲ Francisco Colmenares –quien durante el movimiento estudiantil de 1968 representó a la Escuela Nacional de Economía en el Consejo Nacional de Huelga– el día de su aprehensión, el 23 de enero de 1969.
E

l encendido de luces de bengala, dos verdes y una roja, anunciaron el principio del terror en el atardecer del 2 de octubre de 1968. La masacre, las aprehensiones de dirigentes principales y la persecución contra los que seguíamos libres, así como la impunidad y el cinismo de la información en los medios de prensa1 y televisión, marcó un punto de quiebre del ­movimiento.

Aturdido por la derrota, herido, ensangrentado, con cientos de muertos en la Plaza de Tlatelolco y miles de presos, el movimiento estudiantil del 68 logró lanzar dos flechas. Una dejó herido, también, al régimen dominante y lo condujo a alternar prácticas violentas de Estado, como fue la persecución y exterminio despiadado de los jóvenes participantes en movimientos guerrilleros, la intermitente persecución y asesinato de cientos de dirigentes sociales y un manejo electoral perverso y manipulador para simular la democratización de la vida pública en México. Otra, viajó a través del viento y del tiempo, 50 años, para llegar a su objetivo, iluminando y animando en su largo recorrido el corazón y la voluntad de nuevas generaciones para no desfallecer ante sus tropiezos, derrotas, violencia y las trampas del poder.

Mi experiencia de vida en el 68 me ha acompañado durante 50 años, con los más diversos sentimientos y emociones, en la búsqueda de comprender lo que sucedió. Tratando de encontrar las ideas y las palabras para compartir mi experiencia, mis interrogantes y narrar sobre las huellas imborrables que significaron una oportunidad de vida para aprender a luchar, como millones de seres humanos, por un mundo distinto al impuesto por el capitalismo. La entrevista que me realizó Esmeralda Reynoso2, el pasado 23 de julio, en la Torre de Tlatelolco de la UNAM me ayudó en esta búsqueda de ordenar mis ideas y recuerdos.

En este breve texto comparto, únicamente, la experiencia que viví en la Plaza de las Tres Culturas, como una ráfaga, en esa trampa genocida que dio inicio al atardecer del 2 de octubre y se prolongó, con un horror interminable y lleno de tragedia, durante toda la noche y, todavía, al amanecer del día siguiente, para quienes no pudieron escapar.

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Para elegir el lugar del mitin del 2 de octubre se presentó una fuerte discusión. Algunos de los delegados al CNH se pronunciaron por realizar una marcha en lugar del mitin, otros proponían efectuarlo en las instalaciones estudiantiles para prevenir provocaciones gubernamentales mayores.3 Se votó, por mayoría, realizar el mitin en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas.

El mitin era concurrido. El contingente en que yo participaba, de la Escuela Nacional de Economía, se ubicó en una de las esquinas de la plaza, enfrente del edificio Chihuahua, lugar en que Eduardo Valle, El Búho, Florencio López Osuna y David Vega estarían como representantes del CNH para participar, desde el tercer piso, como oradores.

Para llegar al lugar atravesé por vallas de granaderos que estaban apostados del lado del edificio de Relaciones Exteriores, en la esquina de Nonoalco y San Juan de Letrán. La magnitud de la vigilancia llamaba la atención, era desproporcionada en comparación con la que habíamos presenciado en otros actos. Otros compañeros, al llegar al sitio donde nos reunimos, nos comunicaron que, además de granaderos, había soldados y muchas tanquetas cerca de la plaza.

Me dirigí a los que reconocía y les recomendé que a la menor provocación teníamos que salir de la plaza.4

Era una tarde muy soleada, la plaza lucía colorida. En el rostro de la mayoría de los asistentes se reflejaba alegría, gusto de estar allí, de manifestar con su presencia su voluntad de continuar con el movimiento. Cuando ­David Vega, el segundo orador después de Florencio López Osuna, estaba pronunciando su discurso, a las 6.10 horas, se prendieron primero dos luces de bengala verde y después otra roja, mientras un helicóptero sobrevolaba la plaza.

De inmediato se escucharon detonaciones de balas. No podíamos apreciar de dónde surgían. Los disparos que se comenzaron a escuchar eran muchos, incluso como del ­tableteo de ametralladora.

Desde el micrófono del ­estrado del CNH alguien ­gritaba: ¡No corran, ­compañeros, es una provocación! ¡No corran, son balas de salva! Sin dudar, grité a todos los que estaban a mi alrededor que corrieran, que era una trampa.5

Corrí hacia el costado del edificio de la Vocacional 7 con intención de salir de esa trampa por Manuel González y San Juan de Letrán. Por mi costado corría también una mujer con su hijo en brazos. Escuchaba impactos de bala a mi alrededor.

Con impotencia presencié que no todos lográbamos ­alejarnos, algunos caían y ­gritaban con dolor.

Cuando por fin llegué a San Juan de Letrán y ­también la mujer que cubría con el ­cuerpo a su hijo y otros que ­habían asistido al mitin, ­presencié que desde ese ­sitio, decenas de ­soldados con sus rifles a ­bayoneta calada ­empezaban a desplazarse hacia el ­interior de la plaza. Mostraban, igual que los que llegamos ­corriendo, cara de asombro.

Al encontrarme frente a los soldados les grité que estaban masacrando a los estudiantes, que los ayudaran a salir y que también se protegieran de las balas. Esas palabras que pronuncié, pensadas mientras nos acercábamos e imaginar que nos cerrarían el paso y nos aprehenderían, tenían la intención de sorprenderlos. Sin embargo, hoy todavía lo recuerdo, tal vez los impactó más el tono doliente, de ­ansiedad, dolor y rabia, ­ante el ataque artero y la ­trampa en que habíamos ­caído.

Pude apreciar también, como antes me lo habían comentado otros compañeros estudiantes, que estaban estacionadas muchas tanquetas en las calles que rodeaban la plaza.

Cuando los soldados comenzaron a dirigirse hacia la plaza o quienes estaban arriba en las tanquetas gritaban: ¡Rápido, salgan! ¡Apúrense!

La carrera que realicé, ­cuidando no tropezar por lo accidentado del lugar, no me permitió captar en ese momento la dimensión de la macabra operación de Estado que se había organizado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.

Abordé un taxi y le pedí al conductor que circulara alrededor de la unidad Tlatelolco. Me recomendó no hacerlo porque: Los alrededores están ocupados por camiones de granaderos y del Ejército. Si lo reconocen como estudiante lo van a bajar del taxi.

Esa noche me dirigí a otra casa ante al riesgo de ser ­localizado.

No pude dormir, permanecí intranquilo, con sentimientos de dolor, rabia e impotencia, ante la tragedia que apenas pude percibir con el tiroteo iniciado al atardecer del 2 de octubre.

Desde esa noche comencé a preguntarme: ¿por qué no percibimos la magnitud de la violencia que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz estaba dispuesto a utilizar contra un movimiento que, por sus demandas, aspiraba a ­democratizar la vida pública del país? ¿Cuándo comenzó la preparación de la conspiración de Estado? ¿Cómo se fue fraguando? ¿Quiénes fueron los principales organizadores?6

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1 Excélsior, a partir de la dirección de Julio Scherer García, fue la excepción.

2 Esmeralda Reynoso participó activamente en el movimiento del 68 y fue representante al CNH por la Preparatoria 1 de la UNAM, la de la experiencia del bazucazo, acto castrense que cimbró a la comunidad universitaria y estudiantil del país. Las difíciles y adversas secuelas que el movimiento del 68 dejó en su vida, igual que a muchas otras compañeras que fueron verdaderas heroínas, merecen ser reconocidas para ir de inmediato en su apoyo y tenga, en esta etapa de su vida, al fin, la tranquilidad y seguridad que no ha encontrado.

3 Dos días antes, el 30 de septiembre, el Ejército se había retirado de las instalaciones de Ciudad Universitaria.

4 Por la mañana Gilberto Guevara Niebla, Luis González de Alba y Anselmo Muñoz habían tenido una reunión con dos enviados del presidente Gustavo Díaz Ordaz, Antonio Caso y Jorge de la Vega; ello llevó a muchos de los dirigentes a imaginar acuerdos próximos para distender el conflicto, haciéndose presentes en el tercer piso del edificio Chihuahua, soslayando el acuerdo de la reunión del CNH.

5 Humberto Musacchio, entonces estudiante de la Escuela Nacional de Economía, recogió esa experiencia, posteriormente, en sus trabajos periodísticos.

6 Durante el movimiento estudiantil fui representante de la Escuela Nacional de Economía en el Consejo Nacional de Huelga (CNH) y militaba en el Partido Obrero Revolucionario Trotskista. Fui aprehendido el 23 de enero de 1969, interrogado y golpeado por agentes de la Dirección Federal de Seguridad y, personalmente, por Miguel Nazar Haro; me dictaron sentencia de 16 años de prisión acusado de invitación a la rebelión, asociación delictuosa, sedición, daño en propiedad ajena, ataques a las vías generales de comunicación, robo de uso, despojo, acopio de armas, homicidio y lesiones, éstos dos últimos cometidos contra agentes de la autoridad; permanecí preso dos años 11 meses en Lecumberri en las crujías H, M y N; el 20 de diciembre de 1971 fui puesto en libertad.