ara cualquier habitante de Ciudad de México es evidente que la doctora Claudia Sheinbaum, electa primera jefa de Gobierno de la entidad que antes fue Distrito Federal, tendrá que emprender una reparación mayor en casi todas las áreas de la administración pública que encabezará. La herencia que recibe no es como las sucesiones civiles, a beneficio de inventario, la universitaria, científica y política, tiene el gran honor de iniciar una nueva etapa crucial en la capital, pero la distinción viene acompañada por una cauda de problemas pendientes, deudas, obras inconclusas y otras necesarias, pero no comenzadas y quizá ni siquiera planeadas por el gobierno anterior.
No es fácil enumerar todos los pendientes que tendrá que afrontar la inminente gobernante capitalina y su equipo equilibrado y competente; lo contundente del triunfo electoral es prueba plena de que, quien los precedió, no pudo o no quiso ocuparse de lo fundamental y, sin exageración, podemos decir que deja un tiradero. Uno de los capítulos de la agenda que debe corregirse rápidamente es el del medio ambiente relacionado de forma estrecha con el manejo de la basura, su procesamiento y la forma en que estos llamados desechos sólidos son recogidos por los vehículos ad hoc y transportados a los depósitos. Mi opinión, como ciudadano capitalino, es que los trabajadores especializados en esta materia, los de limpia, con sus uniformes naranja y sus carritos siempre repletos, salvan hasta donde se puede la situación, pero no cuentan ni con las herramientas necesarias para prestar el servicio de recolección ni con el apoyo que debieran tener de las autoridades.
Es cierto que se afanan todos los días y son personajes urbanos, hombres en su mayoría –aunque cada vez hay más mujeres–que tienen limpias de basura calles y avenidas; para eso cuentan, además de su uniforme bien visible, con un equipo rudimentario que necesita mejorarse. Por lo pronto así se las arreglan, pero todo les cuesta a los vecinos, puesto que lo que antes era una propina voluntaria se convirtió, por la fuerza de los hechos, en una cuota forzosa.
Capítulo aparte es el de los camiones recolectores: la mayoría en mal estado y descuidados; puedo exagerar, pero mi percepción de caminador de calles es que son los vehículos que más contribuyen a la contaminación del aire, podría apostar a que no hay uno capaz de pasar la revista de la verificación; el humo de la gasolina mal quemada los acompaña como su sombra inseparable.
Hay otra contaminación, es la visual; los espectaculares, los anuncios sobre las bardas o a ras de banqueta se han vuelto la peor parte del paisaje urbano, sin contar que son también un gran negocio y fuente de corruptelas en las oficinas que otorgan permisos o simplemente toleran su antiestética presencia, ahora hasta en el campo, pues quien viaja por carretera en lugar de ver bosques o sembradíos tiene que conformarse con anuncios pedestres.
Hay más arreglos pendientes, pero uno que requiere reparación a fondo es la vía pública abandonada a su suerte: los baches son incontables y empiezan a surgir socavones, el tránsito complicado de vehículos tiene además que afrontar coladeras abiertas, otras a nivel inferior al del pavimento e innumerables restricciones inexplicables a la circulación; los más maliciosos piensan que atrás de estas complicaciones hay intereses no muy claros.
La enumeración de calamidades que atender puede ser larga. Está la falta de iluminación suficiente, factor de inseguridad en amplias zonas citadinas, la Central de Abastos convertida en nido de ratas de dos y cuatro patas, los negocios de bicicletas y patines del diablo que proliferan en calles de colonias céntricas y al igual que los puestos fijos, sin orden ni concierto, entorpecen el paso por las banquetas; construcciones gigantescas generadoras de caos, escasez de agua, hacinamiento y más y más. Todo indica que el nuevo equipo gobernante debe prepararse para una cirugía mayor.