l 68, llamado simplemente así, nunca será olvidado. No lo olvidará ni el estudiantado, ni el gobierno de siempre, en una metamorfosis del de Díaz Ordaz, ni los soldados de entonces u hoy, ni el pueblo. A las conmemoraciones del 50 aniversario se suman coincidencias fúnebres, las memorias de Ayotzinapa, de los sismos del 85 y el de hace un año. Agréguese la situación de sangre que vive el país, una ola que es creciente, que no se supo contener y no hubo hasta el día de hoy, que es aún el día de EPN, ni talento ni fuerza ni decisión para hacerlo.
Un Congreso de la Unión que refleja desde pronto viejas prácticas de indecencia. Indignantes presidencias de comisión, como la de Defensa Nacional en manos del clown Félix Salgado Macedonio, adalides gritones que emiten un primitivo olor a venganza y con ello incitan odio y violencia. En el cuadro están un gobierno que ya se fue y no se ha ido. Uno que ya llegó y no ha llegado. Más brotes de corrupción e ineptitud que sólo anticipan que veremos más y más y, esperamos, su castigo. ¡Nada de amor y paz!
En este contexto tan íntimo, a querer o no, hay que incorporarle las nuevas amenazas a una paz pública frágil o inexistente y que pausadamente nos están inundando: lavado de dinero, tráfico de armas y personas, ciberdelitos, guerras comerciales entre colosos con coletazos a nuestra economía, una posible fractura social, la inestabilidad en Centroamérica, miseria y riqueza crecientes y regionalizadas, linchamientos, migraciones descontroladas, el deterioro sociopolítico, la degradación ambiental en caída libre, Mr. Trump y sus planes después del TLCAN. Con todo eso se ha creado un estado de ánimo nacional que va desde el derrotismo, la confusión, desaliento y la resignación, hasta la firme esperanza.
No terminará bien ni el actual gobierno ni el año y deja un ambiente por lo menos de expectación. Favorablemente hay fuerzas que ofrecen todo lo contrario y con ello dan espacio a un futuro, que si se anticipa difícil despierta a la dormida esperanza. Sin partidismos hay que asirnos a lo nuevo, a la oferta fresca con todo y sus respingos. Para enfrentar el complejo futuro se necesita un aporte general.
Será reprobatoria esa actitud de criticar y medrar con el derecho de otros mediante el acto de no sumarse. Ni el gobierno que viene ni la población tienen un horizonte fácil. Es apropiado creer que aún no hemos visto las ruinas pelágicas de nuestro drama, las que yacen en el fondo de los mares de nuestra angustia. ¡Aún no!
Un medio siglo que se conmemora con dolor, mas de aquel 68 se advertían dos cosas: que era finito en su violencia y que abría el horizonte de un nuevo país. Hoy estamos con dolores diferentes en lo agudo pero semejantes en lo transcendente. Entonces el entusiasmo de aquella juventud tan vigorosa, tan contagiosa por su búsqueda de transformación hoy no se advierte, hoy priva la desilusión.
De aquellos tiempos surgió un país distinto: empezó a emerger una fresca democracia, se dio el voto a los jóvenes, accesos a la mujer, somos más incluyentes que entonces, más igualitarios, intolerantes ante el abuso y respetuosos de toda preferencia sexual o reproductiva, lo que concretan los derechos humanos, y sí, ahora fuertes de ánimo, con ánimos del 68, sabemos lo que es una justa rebeldía.
El país se fortaleció por la difusión de los valores emergidos, se alentó el cambio de las estructuras mentales, se motivaron nuevas políticas, las de la justicia social, que lamentablemente tardaron décadas en asentarse y hoy con razón se duda si ha habido o no un retroceso. Vivimos con la huella del 68 y el país dando tumbos, injustamente, lejos de aquello a lo que por sus virtudes originales tendría derecho. Decimonónico, creo firmemente que “l a Patria es impecable y diamantina” (López Velarde).
Coincidiendo con estos momentos amargos y de esperanza, ajeno a todo, EPN hace un sketch televisivo con Chumel Torres, el animador más vulgar, para explicarle a manera de cómica despedida que está haciendo maletas pero que le manda un corazoncito
. EPN no necesitó enemigos.