Tras recibir un reconocimiento y presenciar la develación de unos aros olímpicos en la explanada de la Sala de Armas Fernando Montes de Oca, a los deportistas de México 68 no les importó que se cancelara la plática con el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, pues ante la demora del dirigente al lugar y que tuviera que marcharse para cumplir su apretada agenda, durante la espera habían evocado los momentos importantes que compartieron en torno a los Juegos Olímpicos.

Muchos de ellos convertidos después en entrenadores, dirigentes, jueces, la mayoría ya retirados de toda actividad; una buena cantidad, bien conservados, algunos con bastón o en silla de ruedas, pero todos con recuerdos íntegros y alistándose a conmemorar el próximo 12 de octubre en el estadio Olímpico Universitario por los 50 años del inicio de los Juegos cuando el país enfrentaba una situación compli-cada tras la matanza de estudiantes en Tlaltelolco.

María Elena Ramírez, gimnasta, evocó que a pesar de que vivía en Tlaltelolco y vivió de cerca el conflicto, los juegos se desarrollaron con total respeto en el país; los deportistas estábamos ajenos, esa es la verdad, pero a pesar de todas las heridas, fueron los mejores. Los atletas de todo el mundo tuvieron una buena convivencia y siempre han estado maravillados ante esta experiencia.

Anne Marguerite Heninsen, competidora de canotaje, recordó que, habiendo llegado a México con su familia tres años antes de los juegos, no había alcanzado a concluir el trámite de naturalización, por lo que su novio, Édgar Uvelode, quien trabajaba en remo, le propuso matrimonio y se casaron el 28 de septiembre, hoy hace 50 años.

Luis Villicaña, en ese entonces adentrado en el ciclismo, citó la llamada que hizo el presidente Gustavo Díaz Ordaz a la oficina de la Arena México para felicitar al boxeador Agustín Delgado, quien acababa de ganar el oro, frente a lo cual el púgil respondió: Que me llamé en media hora, porque me están entrevistando, afirmó.

Y también surgieron las anécdotas chuscas, como la de Guillermo Mendoza, integrante del tándem de ciclismo junto con Julio Munguía, ambos ingenieros en electrónica y electricidad del IPN –gloriosamente– recordó que junto con su compañero proyectaban hacia las villas de deportistas del Centro Deportivo Olímpico Mexicano “un sonido clandestino en el que se escuchaban albures de la carpa; se reían tanto en el área de mujeres como de hombres; y poníamos música bailable… El Bombardú, que en ese tiempo se usaba, y para todo mundo era una incógnita de dónde venía ese sonido. Lo instalábamos de tal manera que el master de la cabina central nunca lo encontraba”.

El pedalista también recordó que, a manera de compañía divertida, instalaron al lado de la pista un maniquí desnudo, y a mi compadre Munguía casi lo expulsan por estas indecencias.

Un par de gimnastas, sentadas detrás de las voleibolistas, reían al recordar que un cocinero les daba alimentos ante la inanición a la que estaban condenadas previo a la competencia, y también los pasotes que teníamos que dar en la inauguración, con medias y tacones, que nunca habíamos usado, porque atrás venían las de voleibol, con esas largas piernas.

Asimismo, Pilar Flores, compartió que ha sido voluntaria en nueve Juegos Olímpicos desde aquella primera vez, cuando la llamaron era estudiante de educación física. Habla ocho idiomas y ahora se prepara con el japonés para ir a Tokio 2020.