Levantó el puño del orgullo negro
Hace 50 años no había muchas declaraciones sobre los problemas raciales en EU, explica
Martes 25 de septiembre de 2018, p. a10
Es difícil que una imagen estalle en tantos significados. Pocas postales consiguen que un solo registro funcione como síntesis de acontecimientos que no necesita mostrar para ser reconocidos. La foto de los Juegos Olímpicos de México 1968 donde dos afroestadunidenses, Tommie Smith y John Carlos, encaramados en el podio mientras levantan un puño con guante negro, lo consigue como ninguna. Dice más de lo que muestra. Es difícil mirarla sin recibir en cascada visual las protestas contra la segregación racial en Estados Unidos, el Black Power, la guerra de Vietnam, el mayo francés o la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.
Hace cinco décadas de aquella imagen en la que sus protagonistas, deportistas en la cima del éxito, no tenían idea en lo que derivaría de aquel acto de rebeldía. Primero los expulsaron de la delegación olímpica estadunidense. Después recibieron el anatema de antipatriotas que les persiguió y con ello el repudio que arruinó sus vidas por años. En su momento de mayor riesgo incluso los amenazaron de muerte.
Hace medio siglo no había muchas declaraciones sobre los problemas raciales en Estados Unidos
, explica John Carlos, quien visita Ciudad de México para conmemorar aquel emblema de los años 60 del siglo XX.
No teníamos ni idea de este tipo de protestas
, continúa Carlos; hoy mucha gente del deporte ha aportado algo a esa lucha contra la injusticia y por la igualdad en Estados Unidos, atletas como LeBron James en el basquetbol, otros en el tenis o Colin Kaepernick en la NFL, pero hace 50 años pesaba demasiado el factor miedo
.
Esa tarde del 16 de octubre de 1968 en Ciudad Universitaria, Smith ganó la medalla de oro de los 200 metros planos con récord de 19.83 segundos. La plata fue para el australiano Peter Norman. El tercer puesto fue para Carlos. Antes de salir a recibir sus preseas urdieron el plan. Uno de ellos olvidó sus guantes, de modo que decidieron compartir un único par y enfundarse uno en una mano: Smith, en la derecha; Carlos en la izquierda. Norman se solidarizó con la protesta portando una calcomanía del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. Un solo fotógrafo, John Dominis para la revista Life, registró el momento. Un icono elevado a mito histórico.
Alguien se dio cuenta de que eso iba más allá de los Juegos Olímpicos, que era un acto para dar voz a quienes no la tenían
, agrega Carlos; aquello fue una declaración universal
.
Pasaron años difíciles. Exiliados de por vida del movimiento olímpico y como apestados por su condición racial y política. Pese a la constante amenaza, Carlos dice que nunca sintió miedo.
Las escenas que siguieron le sobrevienen como anécdotas que revoletean frente a sus ojos. Una vez –cuenta– en Los Ángeles, lo detuvo un policía, quien lo sujetó por el cuello y le espetó molesto: te equivocaste
, en referencia a la protesta en el podio de México 68. Carlos le respondió: “muy bien, vamos a hablarlo. Me gustaría quitarte la capucha –dijo en alusión al Ku Klux Klan– para que lo entiendas”.
Desde entonces, Carlos ya estaba convencido de que las ideas para transformar la sociedad, para ganar derechos en igualdad, había que instalarlas en la mente de quienes se oponen a esos cambios.
Para cambiar las cosas no podemos tener miedo
, dice firme; nunca tuve miedo a la muerte. Yo siempre he pensado que hay que estar decidido para el cambio: yo cambio, pero tú también debes cambiar
, enfatiza.
Resulta contradictorio escuchar a este hombre afable y bromista hablar de la muerte. La cabeza afeitada, gafas de pasta y barba de candado le dan un aspecto de abuelo con un cofre de interminables anécdotas. Pero al encuadrar la mirada, todo su atuendo ostenta símbolos de su biografía. Una camisa alusiva a los Juegos Olímpicos de México 68 y, sobre todo, una gorra con el puño del Black Power y la legendaria fotografía del puño en alto impresa en la visera.
Aquel acto de México 68 no fue espontáneo. El malestar racial ya lo conocía desde niño John Carlos, hijo de un zapatero en Harlem. Aunque Nueva York siempre fue más cosmopolita que el resto del país, recuerda que el racismo ahí era más velado, como oculto bajo un disfraz multicultural. Cuenta que hubo un éxodo de gente que ya no quería vivir en el mismo barrio que los afroestadunidenses; algunos tuvieron que volver, pero trataron de blanquear
el vecindario.
Tuve un amigo italiano con el que conviví desde niño
, evoca Carlos; un día me dijo que no podía salir más conmigo, que su padre se lo había prohibido porque en el futuro nuestra amistad podría impedirle mejorar su vida, como encontrar un buen empleo. Eso se lo enseñaron en casa, cuando niño no tenía ese prejuicio. Entendí que es el sistema el que inyecta esa mirada
.
Cuando rememora esos episodios, o aquellos en los que le negaban la venta de una cerveza en un bar por ser negro
, se asombra de que ocurriera hace no tanto tiempo; si acaso poco más de 50 años, y eso era Estados Unidos, dice incrédulo.
Al recordarlo, parece inevitable mirar el presente con Colin Kaepernick, ex mariscal de los 49’s de San Francisco, y su protesta durante el himno de su país antes de los partidos. Episodios que también le han costado la carrera y que han acarreado la ira del presidente Donald Trump. Carlos encuentra paralelos, pero también grandes diferencias de contexto.
Kaepernick hizo algo como lo que yo hice hace 50 años
, compara Carlos; pero a mí me preocupaba quedarme con cinco dólares en el bolsillo, mientras que Colin tiene una cuenta de 5 millones de dólares. Al final ambos buscamos lo mismo: dar voz a quienes no la tienen
.