15 de septiembre de 2018     Número 132

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Para salir del túnel:
cambio de paradigmas, iniciativas sociales, refundación partidista


Auditorio Emiliano Zapata, San Salvador Atenco, México FOTO: Sari Dennise

El vuelco del primero de julio promete muchas cosas, entre otras, que no se repitan Ayotzinapa, Tlatlaya, Nochistlán…, lo que ya sería bastante. Pero en lo que toca al curso socioeconómico, la tarea central es escapar del torrente neoliberal al que nos empujaron hace 35 años y que nos arrastra al abismo.

No tiene caso hacer de nuevo el recuento de los daños, baste decir que de un crecimiento del producto interno bruto per cápita, que después de la segunda guerra mundial se había movido en torno a un 7% anual y aun en el declive había llegado al 3.1%, con Luis Echeverría, y al 4.3%, con José López Portillo, durante la primera administración tecnocrática, que fue la de Miguel de la Madrid, pasamos a un decrecimiento de casi 1%, mientras que en el lapso que va de Carlos Salinas a Enrique Peña Nieto, en ningún sexenio el incremento llegó a 2% y para el conjunto el promedio fue de 1%. Así las cosas, desde la firma del TLCAN y hasta la crisis recesiva global de 2009, la salida de mexicanos a EU se vuelve estampida: un promedio de medio millón cada año; mientras que la importación de alimentos se incrementa hasta llegar al 50% de lo que consumimos. Y luego el narco y la guerra contra el narco. Un desastre.

Entonces de lo que se trata no es de cambiar -de un día para otro- el modo de producción sino de cambiar -de inmediato- el modo de conducción. Pasar de gobiernos omisos, desafanados y corruptos, cuyo activismo se redujo a tomar las medidas (apertura comercial, desregulación económica, desmantelamiento de las instituciones de fomento…) que les permitieran desembarazarse de su responsabilidad constitucional con la soberanía y la planeación democrática del desarrollo, a un gobierno probo, activo y enérgico que en lo externo defienda los intereses nacionales y en lo interno impulse el crecimiento sostenible y la distribución equitativa del ingreso. En breve: un gobierno posneoliberal.

Ahora bien, casi cuatro décadas de librecambismo transformaron profundamente al país y hoy la razón neoliberal impregna todas nuestras instituciones; se modificaron la Constitución y otras leyes, y se adecuaron a ella los aparatos del Estado, sus instancias, sus políticas y sus reglas de operación; pero también se reconfiguró nuestra estructura productiva, de modo que hoy tenemos una economía severamente extranjerizada. (aunque no “extractivista” y “primario exportadora”, como dicen los que repiten fórmulas de moda, sino básicamente maquiladora; lo que es peor, pues lo que sacrificamos en las aras del gran capital trasnacional no son tanto riquezas naturales como plusvalía: el sudor y la sangre de nuestros sobreexplotados trabajadores).

El neoliberalismo estructural que hoy conforma nuestras instituciones y nuestra economía tendrá que ser desmontado paulatina y progresivamente pues las leyes no se cambian por decreto, los aparatos de Estado son resistentes a las mudanzas y el sistema productivo responde a intereses poderosos que no se pueden soslayar y está sujeto a las inercias del mercado. El enfoque, en cambio, es asunto de voluntad; una decisión política que se puede -y se debe- tomar ya.

Otros principios, otros valores. Lo que hay que cambiar sin dilación es el paradigma; sustituir de inmediato los supuestos básicos del neoliberalismo por los principios, conceptos y valores que en adelante deberán guiar los trabajos de gobierno y sociedad. Un nuevo modo de ver las cosas y de proyectar el futuro; un modelo opuesto al neoliberal, que puede leerse en los 50 objetivos del Proyecto de nación 2018-1024, de los cuales la mitad son de carácter económico. Resumo brevemente la propuesta en seis conceptos contrastantes con el dogma librecambista:

Primero los pobres (objetivos 3, 38, 39, 41, 42), concretado en la redistribución progresiva del ingreso mediante aumento al salario mínimo y a las remuneraciones de los trabajadores de base al servicio del Estado, pero también mediante la cobertura universal de los servicios básicos, el apoyo a las madres solteras, a los jóvenes, a los viejos... Para el neoliberalismo, en cambio, primero van los ricos, pues -dicen- si arriba se crea y acumula riqueza, ésta gotea y llega a los de abajo.

Primero el sur (objetivos 17, 19, 21), concretado en programas de desarrollo para la región, en el rescate del campo y de la economía campesina, y en el proyecto de sembrar un millón de hectáreas con árboles, unos frutales y otros maderables. Para el neoliberalismo, en cambio, primero va el norte -volcado hacia los EUA-, pues el rumbo del desarrollo lo fijan el mercado y las ventajas comparativas.

Soberanía alimentaria (objetivos 19, 20, 21, 22), concretado en políticas de rescate al agro, privilegiando la producción campesina, la ganadería y la pesca, y favoreciendo las prácticas agroecológicas. Para el neoliberalismo, en cambio, el país no tiene vocación cerealera, de modo que es más rentable importar granos básicos que producirlos. 

Soberanía energética (objetivos 4, 23, 24, 25), concretado en reversión o cuando menos revisión de los contratos derivados de las reformas estructurales, rehabilitación y construcción de refinerías, impulso a las hidroeléctricas Para el neoliberalismo lo más conveniente es privatizar las paraestatales del ramo e integrarnos a la estrategia energética estadounidense exportando petróleo e importando combustibles.

Soberanía laboral (objetivos 17, 21, 28, 29, 30), concretado en cumplir la obligación constitucional de generar empleos estables y remunerativos mediante el apoyo a la pequeña y mediana empresa y a través de programas regionales que retengan población local que de otra manera migra, entre ellos el millón de hectáreas reforestadas y las obras de infraestructura. Para el neoliberalismo el desempleo, subempleo y empleo precario que propician bajos salarios es lo que nos hace competitivos, y exportar campesinos al tiempo que se importan alimentos es un buen negocio para el país.

Recuperar al Estado como impulsor del desarrollo(objetivos 1, 13, 35), concretado en erradicar la corrupción, la simulación y el dispendio, para -así saneadas- restituirle a las instituciones públicas su función constitucional de inducir y conducir el crecimiento, garantizando que este sea integral, incluyente, justo y sustentable. Para el neoliberalismo el Estado debe ser mínimo y estar al servicio del mercado y sus usuarios corporativos, lo que incluye la prevaricación como palanca privilegiada de acumulación.

Cambio de rumbo que para concretarse necesita iniciativas renovadoras provenientes de una también cambiante sociedad organizada capaz de transitar de la protesta a la propuesta.

Café. Hace un mes mencioné aquí los planteos de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC) que escuché en su Foro Nacional realizado en Oaxaca. Semanas después, estuve presente en la aún más amplia exposición que le presentó a los futuros secretarios de agricultura y bienestar, la Asociación Mexicana de la Cadena Productiva del Café (Amecafé), que representa no solo a los productores primarios, sino a todos los actores del sistema producto. Evento plural, incluyente y ejemplar, resultado de una convergencia estratégica de la que forman parte desde grandes empresarios agroindustriales hasta caficultores indígenas de media hectárea. De que se puede, se puede.

Y relanzar la caficultura mexicana es importantísimo porque -como ahí se dijo- la del grano aromático es una actividad que RETIENE. Al generar empleo e ingreso, retiene campesinos, que de otro modo marcharían a las ciudades; al desarrollarse mayormente en plantaciones bajo sombra retiene carbono y ayuda a reducir emisiones de gases de efecto invernadero; al ser arbórea y de montaña retiene agua y tierra, evitando deslaves, azolve de ríos y catastróficas inundaciones; al ser con frecuencia un policultivo orgánico en el que no se emplean agroquímicos, preserva y retiene la diversidad biológica; al ser superavitaria su balanza externa, el café retiene divisas que se perderían si dejamos que se desplome la producción y aumenten más las importaciones.


Un jornalero corta bayas de café en una finca de Coatepec, Veracruz
FOTO: Sergio Hernández Vega / La Jornada

NAICM. Me referí también al nuevo aeropuerto. Tema al que regreso. Lo primero es reiterar que por razones sociales, ambientales, técnicas y económicas el NAICM no debió hacerse en Texcoco. Pero el hecho es que no pudimos impedirlo a tiempo y se está haciendo ahí, con un avance de más del 30%, lo que significa que una parte del impacto socio ambiental y económico es ya irreversible. Por otro lado, hoy sabemos de cierto que la opción de Santa Cecilia presenta limitaciones aeronáuticas; y también es verdad que el actual campo aéreo está cada vez más peligrosamente saturado. O sea que -como dijo López Obrador- habrá que valorarlo todo fríamente e irse por la solución menos mala… Que incluso puede ser Texcoco. Pero es claro que cualquiera que sea la decisión, tendrá altos costos.

Hay, sin embargo, un daño gravísimo que sí estamos a tiempo de impedir: el catastrófico deterioro socioambiental del entorno -y a la larga de toda la cuenca- que resultaría de la mega-urbe que planean Carlos Slim y sus compinches. Y para ello -con o sin NAICM en Texcoco- habría que ponerle una veda a la especulación con tierras en la zona, prohibiendo todos los desarrollos inmobiliarios agresivos. Esto acompañado de un enérgico programa de desarrollo socio ambiental que restaure la actividad agropecuaria y en general la vida campesina de la cuenca.

Una ruralidad que hoy está en franca decadencia. Y no solo por los impactos de lo que va del aeropuerto. Pues hay que reconocer que las cosas ya iban mal en esos pueblos, cuando muchos ejidatarios vendieron o están dispuestos a vender la tierra, pocos jóvenes le tienen apego a la agricultura y no falta quien rente su parcela para jugar futbol los domingos, porque le conviene más que sembrarla.

Así como están las cosas, pienso que un aeropuerto redimensionado, con medidas de mitigación y acompañado de enérgicos programas regionales de desarrollo socioambiental, puede ser compatible con la preservación de la ruralidad en la cuenca. En cambio, si no se restaura en la región la vida campesina y no se frena la especulación inmobiliaria que de todos modos ya está en curso, el eventual triunfo del no al aeropuerto solo haría un poco más lento un deterioro que empezó hace mucho y tiene que ver con la hasta ahora irrefrenable expansión de la metrópoli.

El nuevo Príncipe. Gobierno de cambio y multiplicación de las iniciativas sociales son indispensables para rescatar a la nación de la decadencia. Pero no son suficientes, hacen falta también partidos; organismos políticos que medien entre los intereses particulares de la sociedad organizada gremialmente y la perspectiva general y nacional que le corresponde al gobierno. Porque las prioridades de los gremios y las del gobierno son de distinto orden: los primeros gestionan cuestiones parciales y el segundo gestiona el conjunto de la nación. Y cuando no hay mediaciones políticas entre Estado y sociedad, la confrontación es mutuamente desgastante: una dialéctica de reclamos-concesiones cuyo balance depende de la siempre cambiante correlación de fuerzas y que inevitablemente propicia reflejos clientelares (“maicear” para controlar) y corporativos (hacer política directamente desde los gremios).

La mediación entre el Estado y la sociedad organizada por sectores, son los partidos, que estando insertos en la organización y las luchas parciales y locales, tienen también un proyecto de país; una visión nacional y estratégica que les permite fusionar lo particular y lo general. Su ámbito natural es el poder legislativo, pero ciertamente no es el único.

Brasil está con Lula encarcelado

En menos de un mes habrá elecciones en el gigante del Cono Sur y el hombre que tiene el 40% de las preferencias electorales ha sido llevado a prisión para que no pueda ser candidato (y nosotros sabemos de eso porque tuvimos el desafuero). Los inminentes comicios son decisivos, no solo para para ese país, sino para todo el subcontinente, porque si al ingreso de México a la vertiente de gobiernos progresistas se sumará el regreso de Brasil y tarde o temprano la recuperación de Argentina, la izquierda estaría de nuevo al alza en un proceso de cambio que por operarse con pluralismo político electoral está inevitablemente sujeto a fluctuaciones. Ojalá.

Y si en México hay que refundar el Estado colapsado y reorganizar a la sociedad deshilvanada, de plano hay que inventar a los partidos, pues los viejos institutos desde hace rato no lo eran, además de que después del primero de julio entraron en crisis. Alguno quizá terminal.

Está Morena, claro, un portentoso organismo ciudadano que en menos de cuatro años acabaló más de tres millones de militantes y gano de calle la elección. Pero aunque se llame partido-movimiento, hoy Morena es un partido electoral y no de lucha social. Y si bien en el reciente Congreso se acordó darle continuidad a los mandos, sin duda el organismo ha entrado en terrenos inciertos. Por una parte está el hecho de que muchos de sus cuadros se están volcando a la función pública, pero lo más desafiante es que Morena tiene que redefinir su papel y encontrar su lugar en el nuevo escenario.

Pienso que, después de las elecciones, el lugar de Morena es -ahora sí- volverse movimiento sin dejar de ser partido. Incorporarse decididamente a la lucha social, no para jalar votos ni para vigilar desde abajo que el gobierno no se desvíe, sino ayudando a las ingentes tareas de organización, movilización y también vigilancia crítica que supone el cambio de ruta. Porque en la perspectiva de su política sindical, de su política campesina, de su política estudiantil… los partidos pueden y deben participar en los gremios, que es lo que les permite ser mediadores entre la sociedad y el Estado.

¿Podrá Morena? Si en menos de cuatro años ese partido pudo construirse como maquinaria electoral y ganar las elecciones de julio, creo que también podrá con el nuevo desafío. Pero ahora tendrá que hacerlo sin López Obrador. Lo que es muy bueno.
Indispensable para la regeneración, no de la Italia del siglo XVI sino del México del siglo XXI, nuestro “Príncipe nuevo” comenzó a surgir hace unos quince años. Primero fue maquiavelano: un líder carismático como lo demandaba la estrategia electoral. Pero ahora que aquel príncipe gobierna, el nuevo príncipe deberá ser estrictamente gramsciano: una instancia colectiva de nuevo tipo a la vez parlamentaria y extraparlamentaria: un partido movimiento... Habrá que verlo.

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