Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de septiembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Trasvases indebidos
E

l préstamo, cambio o compraventa de diputados, del Verde a Morena, viene actuando como un catalizador de añejas prácticas indebidas que tercamente subsisten. Son estas acciones recientes manipulaciones a la antigua usanza de los gobiernos autoritarios del priísmo. Conductas que se han ofrecido, reiteradamente, cambiar de raíz. Pero, a la vez, se ven ahora que permanecen inalteradas bajo la epidermis de los conductores del nuevo partido en el Congreso. Tal operación ha sido grotesca por el lado que se atisbe. El tóxico trasvase contamina, además, otras negociaciones paralelas. Es posible que la licencia extendida al senador Manuel Velasco no haya sido parte sustantiva del torcido acuerdo. Pero la simultaneidad lo hermana de manera indisoluble. Este conjunto de trastadas legislativas llega hasta la figura del presidente electo y resalta supuestos afectos personales, entre el ahora también gobernador interino y Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En el conjunto, ciertamente un elevado costo político a pagar que no puede ni debe minimizarse. Por desgracia, y en ausencia de una aclaración pública, un oneroso silencio ha sido la tónica.

El mañoso e ilegítimo y hasta ilegal trasteo operado en ambas cámaras por los líderes de Morena quizá pueda inscribirse dentro de la curva de aprendizaje como defectuosa novatada de conducción. Habrá que contabilizar el precio a pagar a la cuenta por aprender a situarse dentro de la estricta legalidad, rectitud exigida por la ciudadanía que los puso al frente de esas instituciones. ¿A qué diseño estratégico corresponde el amaño de formar una mayoría amorfa tanto de diputados como de senadores? ¿Cuál fue la motivación estratégica para aceptar a ese chicloso quinteto de obedientes personajes? Hay, eso sí, la obligación de usar su mayoría para negociar y no imponer. Este amaño se inicia con los llamados cachirules insertados en los partidos que conformaron la alianza electoral (PT y PES). El hecho de ser todo este desaguizado una práctica usual, donde se ayunta el pragmatismo con los principios alardeados, no lo exime de culposa cuan tonta maniobra. En especial si rellenan el organismo de un partido que aspira, y ofrece repetidamente, mantenerse alejado de las usuales malformaciones que plagan al actual sistema de convivencia pública.

La imagen de un gobierno y el perfil de sus integrantes no se deforma por un hecho aislado, sino por la acumulación de errores, omisiones y desplantes mal concebidos y peor operados. Son ya muchos asuntos contrahechos los que el futuro gobierno conjunta en tan breve tiempo. El maestro Elisur Arteaga Nava, constitucionalista de prestigio indudable y permanente colaborador de Morena (y de sus antecedentes), hace un largo listado de ellos ( Proceso, pp 40 y 41 de esta semana). Y no son, por desgracia, faltas y agravios menores. Son descuidos inconscientes o traspiés intencionados que deben, tan pronto sea posible, ser corregidos. No se ha llegado siquiera al cambio de poderes completo cuando ya se acarrea un peso cierto de minusvalías. Y, esto muy a pesar del enorme entusiasmo que ha provocado entre la ciudadanía, ansiosa por adentrarse en un cambio efectivo y benéfico. Dentro de los 30 millones que dieron su voto a AMLO hay una mayoría que no son ni militantes ni simpatizantes seguros. Son ciudadanos que votaron por él bajo circunstancias cambiantes y que demandan apertura y limpieza. Cuidar este gran conjunto de mexicanos es de urgente prudencia política. El sistema vigente de poder no escatima esfuerzo alguno para baldar la integridad del gobierno en ciernes. Sobre todo en lo que respecta a su proclamada honestidad y congruencia. Ha ido recargando todo el peso de su enorme aparato de comunicación para acentuar los defectos derivados de cada uno de esos acontecimientos desafortunados. No es lo mismo el tiroteo de rumores y trampas de una contienda que el cotidiano desgaste gubernamental. La imagen gubernamental exige, a cada paso, confianza basada en la credibilidad, habilidad de concreción y aliados para asegurar objetivos, recursos y programas.

Si alguien absorbe todos los estigmas de un político, repudiado por la abrumadora mayoría ciudadana es, precisamente, Manuel Velasco. La tupida red de intereses que lo rodean, el desprestigiado partido al que pertenece, la maniobra ejecutada en el Senado y la oscuridad de los motivos para regresar a su estado obligan a Morena y, en especial a AMLO, a enfrentar, públicamente, las razones que puedan justificar su relación actual. Varios abogados de intachable conducta y solidez profesional –entre ellos Javier Quijano– sostienen que Velasco no debe volver al Senado por mandato de ley. Sin duda, este personaje lo intentará mediante subterfugios y apoyos partidarios, usuales en estos casos de élites. Entonces se podrá aquilatar la entereza del liderazgo de Morena.